¿Cómo era el Líbano que conoció Jesús?
por En cuerpo y alma
Veíamos ayer que, efectivamente, a lo largo de su corta vida Jesús pisó en algún momento de su ministerio el territorio del Líbano que visita estos días Benedicto XVI. Cabe preguntarse hoy, ¿pero cómo era el Líbano que conoció Jesús?
El Líbano es una realidad territorial muy, pero que muy, antigua. Tanto que ya en los libros que antes se escriben del Antiguo Testamento es mencionada, y por cierto, no en pocas ocasiones, sino varias decenas de veces. Sólo a modo de ejemplo, del Líbano, el país del cedro como se sabe, procedía el cedro del que estaba hecho el Templo de Jerusalén:
“Me propongo construir un templo al Nombre de Yahvé mi Dios (según lo dicho por Yahvé a David mi padre: ‘Tu hijo, al que pondré en tu lugar sobre tu trono, será quien construya el templo a mi Nombre’). Así pues, da orden de que corten para mí cedros del Líbano”. (1Re. 5, 19-20).
Reconstruir las fronteras precisas del Líbano que conoció Jesús no es posible hacerlo con absoluta precisión, pero sí de una manera bastante aproximada. En ese Líbano convivían, por lo menos, dos realidades políticas bien diferenciadas: la franja costera y el interior.
Tiro | Sidón |
Por lo que hace a la franja costera, es la parte más rica, con ciudades y puertos de la importancia de Tiro, Sarepta, Sidón, Berytus (Beirut) o Trípoli. Esta zona del Líbano, conquistada por el triunviro Pompeyo para Roma en torno al año 64 a.C., se hallaba en tiempos de Jesús directamente sometida al poder romano, probablemente mediante procuradores al estilo de lo que luego será en Judea Poncio Pilato, los cuales, al igual que también el procurador de Judea, reportarían al gobernador de la provincia de Siria, uno de los cuales, Cirino, aparece por cierto mencionado en el Evangelio de Lucas:
“Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino” (Lc. 2, 2)
Conocemos incluso el nombre de uno de los gobernantes del Tiro de la época, un tal Marion con fama de tirano.
Por lo que hace a la segunda región de las que hablábamos, la franja interior, se extiende por el valle de la Bekaa, entre los montes del Líbano, en paralelo con la costa mediterránea y a unos veinte kilómetros de ella, y el Antilíbano, cordillera que circula en paralelo con la anterior y frontera natural entre el Líbano y Siria.
Esta zona del Líbano, o parte de ella, quizás la parte más meridional, podría ser aquélla a la que Lucas da el nombre de Iturea, región que junto con la Traconítida que discurre desde el Mar de Galilea hacia Damasco, en un área que se corresponde con los altos del Golán, formaría parte del reino de Filipo, también conocido como Herodes Filipo, algo de lo que nos informa también Lucas:
Herodes Filipo |
“Filipo […] tetrarca de Iturea y de Traconítida” (Lc. 3, 1).
Un Filipo que es uno de los hijos que Herodes el Grande, el rey idumeo que reina cuando nace Jesús, tiene de Cleopatra, y uno de los cuatro entre los que se divide el gran reino de aquél cuando muere en el año 4 a.C.. Es también el esposo de la Herodías cuyos amoríos con Herodes Antipas critica Juan el Bautista y le valen la condena a muerte, según nos relata Marcos:
“Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: ‘No te está permitido tener la mujer de tu hermano’” (Mc. 6, 1718).
La relación entre el Líbano costero romano y el Líbano interior herodiano debió de pasar, naturalmente, por tiranteces. Algo así por lo menos ocurrió en tiempos de Herodes Agripa, sobrino de Herodes el Grande, quien gracias a su amistad personal con el César Calígula, consigue gobernar entre los años 41 y 44 d. C. sobre un gran reino de Israel muy similar a aquél sobre el que reinara su tío una vez que sus hijos desaparecen de la escena. Nos lo cuenta en el libro de los Hechos de los Apóstoles ese gran historiador que fue Lucas, una de las grandes fuentes históricas por lo que al entorno y al período se refiere:
“Estaba Herodes [Agripa] fuertemente irritado con los de Tiro y Sidón. Éstos, de común acuerdo, se le presentaron y habiéndose ganado a Blasto, camarlengo del rey, solicitaban hacer las paces, pues su país se abastecía del territorio del rey” (Hch. 12, 20).
Pues bien, de todo este Líbano que describimos, Jesús sólo conoció, como veíamos ayer (pinche aquí si desea profundizar en el tema), el sur de la parte romana, Tiro y Sidón, a la que se retiró por lo menos en una ocasión, probablemente cansado y perseguido, en busca de un cierto descanso:
“No quería que nadie lo supiese, pero no logró pasar inadvertido” (Mc. 7, 24).
Este Líbano, poblado de sirofenicios según los llama Marcos (Mc. 7, 26) o cananeos según los llama Mateo (Mt. 15,22), muy anteriores, como es fácil de entender, a los árabes islamizados que llegarán a la región en el s. VII, se cristianiza pronto, como nos explica, una vez más, Lucas:
“Nosotros [Lucas, Pablo y otros], terminada la travesía, fuimos de Tiro a Tolemaida; saludamos a los hermanos y nos quedamos un día con ellos” (Hch. 21, 7).
Del puerto de Sidón, donde también existe una comunidad cristiana, sale Pablo camino hacia Roma. Nos lo cuenta también Lucas:
“Al otro día arribamos a Sidón. Julio se portó humanamente con Pablo y le permitió ir a ver a sus amigos y ser atendido por ellos. Partimos de allí y navegamos al abrigo de las costas de Chipre, porque los vientos eran contrarios” (Hch. 27, 3-4).
©L.A.
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