Domingo, 24 de noviembre de 2024

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Los monjes mártires de Montserrat (1)

por Victor in vínculis

El padre Santiago Cantera Montenegro, benedictino de la Abadía de la Santa Cruz de El Valle de los Caídos (Madrid), publicó en la revista Tabor de la Conferencia Episcopal Española (diciembre 2007, páginas 80102), un artículo titulado “La fecundidad de la vida monástica: monjes y ermitaños mártires en España (19361937)”. Seguimos en este artículo lo expuesto en su trabajo:
 
“Se ha calculado que el número de eclesiásticos asesinados en 1936-39 fue de más de 7.000, es decir, aún más elevado que los 6.832 que el hoy obispo de Badajoz, Monseñor Antonio Montero, dio en 1961. Por lo que se refiere a nuestro caso, constatamos efectivamente que la cifra debe corregirse al alza.

De esos 6.832 eclesiásticos que él contabiliza, 2.365 serían religiosos, y, de ellos, 62 corresponderían a Órdenes monásticas masculinas: 44 benedictinos (22 de Montserrat de Barcelona y otro de esta Comunidad que estaba en El Pueyo; 18 de El Pueyo en Aragón; y 4 de Silos en el “Montserratico” de Madrid), 1116 cistercienses (que en realidad fueron 19, de Cóbreces, Santander), 6 cartujos de Montalegre (Barcelona) y un jerónimo en Madrid. A ellos queremos añadir dos ermitaños de la Luz en Murcia. Por lo tanto, un total real de 72 religiosos de vida monástica”.
 
Mártires benedictinos

          
“Tres monasterios benedictinos, y los tres de advocación mariana, quedaron en julio de 1936 en la “zona roja” o “republicana”: Montserrat (Barcelona), El Pueyo (diócesis de Barbastro, Aragón) y Montserrat de Madrid (priorato dependiente de la abadía de Santo Domingo de Silos, situada en la provincia de Burgos).
El gran santuario mariano de Montserrat, centro espiritual de Cataluña, había visto renacer la vida monástica benedictina en 1844. Al poco de producirse el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, los comités izquierdistas se adueñaron de los alrededores y comenzó el incendio de iglesias y la caza de sacerdotes y religiosos: la evidencia de la inminente persecución religiosa llevó a los monjes de Montserrat a decidir en capítulo el abandono del monasterio y la dispersión de la Comunidad. El último acto comunitario había sido el previo canto de las Vísperas en el coro el 22 de julio. Bien pronto, los revolucionarios subieron al santuario y se fueron incautando de algunas dependencias, pero providencialmente quedó a salvo del intento de incendiarlo.
La imagen de la Virgen (la “Moreneta”) fue escondida por los monjes, que hubieron de salir de allí sin obtener el salvoconducto que se había solicitado para asegurar sus vidas durante el viaje.

En una reciente entrevista al Padre Xavier Altés (La Vanguardia, 11/10/2011), al conmemorarse el desastre sufrido por la invasión napoleónica, la noche del 10 al 11 de octubre de 1811, y recordar cómo se salvó la imagen original, el monje afirma que “los franceses no supieron reconocer la imagen que no iba vestida (entonces la vestimenta acampanada mostrando solo la cara, las manos y al Niño eran lo normal) y la dejaron tirada en un huerto. En 1936 se escondió mejor. Aún se conserva la toalla con la que se tapó y la cédula de ocultamiento. Hasta 1936 permaneció vestida. En 1939 la sacaron del escondite y ya se colocó sin vestimenta”.
Hubo también que evacuar a los huéspedes y a toda la gente que estaba ese verano en Montserrat, pero se dio la prioridad a los niños de la Escolanía y a sus familiares para que marcharan antes que nadie. Los religiosos fueron saliendo en varios grupos y a distinto tiempo; ninguno fue asesinado allí mismo.
Los monjes de Montserrat, por lo tanto, se dispersaron por diversos lugares, pero un total de 23 (de los que uno estaba en El Pueyo) fueron detenidos y martirizados. Otros fueron también apresados, aunque finalmente no se les mató, pero sufrieron un verdadero calvario; asimismo padecieron dificultades y penalidades los que estuvieron escondidos con gran peligro. Algunos pudieron ser fraternalmente acogidos en monasterios de la Orden en la España nacional, Portugal, Francia, Italia, Alemania, Suiza y Bélgica. Por otro lado, el obispo de Pamplona, Mons. Marcelino Olaechea, S.D.B., consiguió el edificio del balneario de Belascoain, a 22 km. de Pamplona, para que pudiera reunirse allí parte de la Comunidad y rehacer la vida regular; además, muchas otras personas ayudaron a los monjes en la medida de sus posibilidades. Una vez concluida la guerra, se restauró de lleno la vida benedictina en Montserrat.
Pero, centrándonos más en los mártires de este monasterio, asesinados entre el verano de 1936 e inicios de 1937, hay que decir que llama la atención, por una parte, la gran diversidad de edades: desde los 18 años (Dom Hildebrando Casanovas) hasta los 82 (P. José Mª Fontseré). Sus martirios, como se ha indicado, no se produjeron en el santuario, sino en distintos sitios, al ser reconocidos como religiosos, apresados y asesinados.
Así, a pesar de la autorización y supuesta protección que tenían siete monjes (cuatro padres, que eran José Mª Fontseré, Domingo Mª González, Juan Mª Roca y Ambrosio Mª Busquets; dos hermanos coadjutores: Eugenio Mª Erausquin y Emiliano Mª Guilà; y un benedictino visitante, P. Plácido Mª Feliú) para residir en un piso de la ronda de San Pedro de Barcelona, fueron sacados en la noche del 19 al 20 de agosto por un grupo de milicianos, uno de los cuales, después de proferir una blasfemia, empujó cruelmente al anciano P. José Mª Fontseré y le tiró por las escaleras de la vivienda donde se habían refugiado, porque las bajaba con dificultad. A continuación, les dieron el paseo nocturno y les fusilaron en el cruce de la calle Dels Garrofers con la avenida de la Victoria de Barcelona. Los cadáveres, abandonados, pudieron ser reconocidos y amortajados en el depósito del Hospital Clínico y transportados el domingo siguiente en siete ataúdes hasta el cementerio, donde fueron enterrados en nichos cedidos por amigos de Montserrat, e incluso un benedictino disfrazado entre la gente pudo rezar un responso individual.
Menos suerte tuvieron los restos mortales de otros monjes de la Comunidad, como el P. Odilón Mª Costa, Dom Narciso Mª Vila y Dom Hildebrando Mª Casanovas, que desaparecieron en la estación de ferrocarril de la plaza de Cataluña y aparecieron muertos en el depósito del Clínico el 29 de julio, sin que nadie los reclamara, siendo así arrojados a una fosa común del cementerio sudoeste de Barcelona.
De los 23 mártires montserratinos, uno fue asesinado junto con la Comunidad de El Pueyo, como ya hemos dicho. Diecinueve eran catalanes, tres castellanos y uno vasco. Varios destacaban en el aspecto cultural e intelectual, como el P. Luis Palacios, orientalista, catedrático en Roma y autor de valiosas gramáticas de lenguas semíticas; el latinista P. Domingo González; el helenista P. Odilón Costa; el historiador P. Veremundo Boqué; los compositores P. Ángel Rodamiláns, Dom Francisco Sánchez y el Hermano Ildefonso Civil, y el musicólogo P. Juan Roca. Además, en los oficios artesanos del monasterio cabe resaltar figuras como el sastre Hno. José Mª Jordà y el impresor Hno. Eugenio Mª Eurasquin.
Es precioso constatar la disposición martirial con que los monjes de Montserrat afrontaban todo lo que pudiera acontecerles, incluso hasta la muerte, como efectivamente sucedió en el caso de los mencionados 23.




Así, conforme a los testimonios recogidos para la Causa de beatificación y canonización,
  • el P. Prior, Dom Roberto Grau, aseguraba que “mi corazón se encuentra en una dulcísimo expectación” y que aceptaba a ciegas la voluntad de Dios.
  • El P. Fulgencio Albareda, al ser detenido en Tarrasa, afirmó “ofrecer su vida a Dios por la salvación de España”.
  • El P. Domingo González indicó al hermano de un monje que “yo ya he ofrecido mi vida a Dios cuando entré en religión, y de muy buen grado la daré por Él si llega el momento”.
  • El P. Odilón Costa manifestaba repetidamente a un compañero “su extraordinario deseo del martirio”.
  • El profeso temporal (junior) Dom Narciso Mª Vilar decía a algunos compañeros: “¡Cómo me agradaría ser mártir!”.
  • El Hno. Emiliano Mª Guilà, conversando con un compañero del servicio militar a principios de 1936, le dijo estar seguro de que habría “persecución y que presentía que él no se libraría de la muerte, lo cual, en vez de perturbarle, le hacía estar contento, porque moriría por Dios”.
Podríamos añadir varios testimonios más, pero nos parece que son ya una buena muestra del espíritu con que aquellos 23 monjes afrontaron el trance final, encarando la muerte con miras abiertas al Cielo, a la eternidad.
Sus nombres, dignos de ser recordados, son los siguientes: los PP. Roberto Mª Grau (prior), Fulgencio Albareda (mayordomo), José Mª Fontseré, Pedro Vallmitjana, Domingo González, Juan Roca, León Alesanco, Luis Palacios, Ambrosio Mª Busquets, Plácido Mª Feliú, Odilón Mª Costa, Ángel Rodamiláns, Sebastián Mª Feliú, Veremundo Mª Boqué y Raimundo Lladós (que residía entonces en El Pueyo y fue asesinado en Barbastro, aunque era profeso de Montserrat); los clérigos Dom Francisco Sánchez, Dom Narciso Mª Vilar y Dom Hildebrando Mª Casanovas; y los Hermanos Bernardo Vendrell, José Mª Jordá, Ildefonso Civil, Eugenio Mª Erausquin y Emiliano Mª Guilà.
 
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