De la fiesta de San Juan que hemos celebrado ayer: una breve reseñita
por En cuerpo y alma
Hemos celebrado ayer la muy popular festividad de San Juan, la cual da para no pocos comentarios interesantes. El primero de todos, y por obvio que a muchos pueda parecer, que a quien hemos celebrado ayer no es a San Juan Evangelista, el apóstol de Jesús y autor hacia el año 100 del Cuarto Evangelio, que murió de muerte natural en Efeso (y a quien festejamos el 27 de diciembre)… Sino a San Juan Bautista, el precursor del Señor, el que le bautiza, su primo según San Lucas (y sólo según San Lucas, los otros tres evangelistas, aunque se refieren a su persona no mencionan parentesco alguno), ejecutado por Herodes Antipas (hijo del Herodes el Grande que mandó ejecutar a los niños inocentes con ocasión del nacimiento de Jesús), según nos relata tan coloridamente el evangelista Marcos:
“Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano.» Herodías le aborrecía y quería matarle, pero no podía, pues Herodes temía a Juan, sabiendo que era hombre justo y santo, y le protegía; y al oírle, quedaba muy perplejo, y le escuchaba con gusto.
Banquete de Herodes. Fray Filippo Lippi. |
Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré.» Y le juró: «Te daré lo que me pidas, hasta la mitad de mi reino.» Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?» Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista.» Entrando al punto apresuradamente adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista.» El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre” (Mc. 6, 17-28).
Pues bien, la gran particularidad de la fiesta de San Juan Bautista que hemos celebrado ayer es que, contrariamente con lo que ocurre con la práctica totalidad del santoral, lo que conmemoramos ayer no fue la muerte del santo (el día de su nacimiento a la vida eterna, como acostumbra a decirse), ocurrida según sabemos por el historiador judío Josefo en la fortaleza herodiana de Maqueronte, sino su nacimiento a la vida del mundo (y eso que la muerte de San Juan Bautista también tiene su onomástica el 29 de agosto).
A que ello sea así contribuye, sin duda, más allá de la singularidad del personaje, el hecho de que el Evangelio, mientras no da ninguna pista sobre la fecha en la que se produce su decapitación, sí da en cambio una pista clara y explícita sobre la de su nacimiento. Nos la brinda Lucas, quien primero dedica una extensa y detallada narración a las circunstancias en las que se produce la concepción del Bautista:
“Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel; los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor. No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad.
Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el grupo de su turno, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el Santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso.
Se le apareció el ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verle Zacarías, se sobresaltó, y el temor se apoderó de él. El ángel le dijo: «No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre Juan; será para ti gozo y alegría y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, y convertirá al Señor su Dios a muchos de los hijos de Israel e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.» Zacarías dijo al ángel: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer de avanzada edad.» El ángel le respondió: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Mira, por no haber creído mis palabras, que se cumplirán a su tiempo, vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas.» El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de que se demorara tanto en el Santuario. Cuando salió no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el Santuario; les hablaba por señas y permaneció mudo.” (Lc. 1, 5-22).
Nacimiento de San Juan Bautista. Fray Fillippo Lippi (1465). |
Para luego realizar, justo a continuación, la narración del episodio de la Anunciación y concepción de Jesús, que introduce con estas palabras: “Al sexto mes [de la concepción de Juan] [...]” (Lc. 1, 26), de las que nada más fácil que colegir que Juan Bautista era seis meses mayor que su primo Jesús.
Así que establecido en su momento, de la manera que ya hemos tenido ocasión de comentar en esta misma columna, que Jesús había nacido el 25 de diciembre, nada más fácil que echar el calendario seis meses para atrás y establecer que el 24 de junio, es decir (día más día menos) seis meses antes de nacer Jesús, nacía San Juan Bautista. Lo que nos permite barruntar que la de San Juan Bautista es una de las celebraciones más antiguas del cristianismo, tan antigua o poco menos que la del propio nacimiento de Jesús, celebrada probablemente desde tiempos tan tempranos como el s. III o el IV.
Lo cual tiene, de paso, una segunda ventaja, dentro de la estrategia a la que con tanta frecuencia recurre el cristianismo en su expansión, el conocido como "sincretismo cristiano", que siempre buscó sacralizar las fiestas y los lugares santos de las civilizaciones precristianas: la cristianización de una fiesta pre-cristiana de gran arraigo cual es el solsticio de verano, de manera similar a como el solsticio de invierno quedaba suficientemente cristianizado mediante la celebración en fecha tal del nacimiento del Salvador.
Precisamente esa circunstancia de la coincidencia con el solsticio veraniego es la que relaciona la fiesta de San Juan con una de las grandes tradiciones mundiales, pero particularmente española: las conocidas hogueras de San Juan.
Conozco a quien cree que dichas hogueras estarían relacionadas con el martirio del aceite hirviendo al que habría sido sometido, según la tradición, San Juan en la Puerta Latina de Roma hacia el año 98-99, y del cual salió incólume. Sólo que la víctima de tan simpático y colorido espectáculo no habría sido San Juan Bautista, sino San Juan Evangelista, cuya festividad celebramos, como señalamos arriba, el 27 de diciembre.
Más bien hay que aceptar que dichas hogueras podrían formar parte de una ofrenda al Dios Sol, -culto muy antiguo introducido en Roma por el Emperador Marco Aurelio Heliogábalo-, y que estarían llamadas a ayudar al astro-dios en un momento particularmente difícil de su azarosa existencia, aquél en el que comienza su lento declinar, esto es, el solsticio de verano, día a partir del cual, los días son más cortos y el sol luce cada día menos tiempo. De parecida manera a como el 25 de diciembre lo que celebramos es exactamente lo contrario, esto es, el Sol invictus, el día del nacimiento del sol, aquél a partir del cual, cada día es más largo que su precedente.
En mi familia hay muchos juanbautistas, nada menos que siete generaciones ininterrumpidas ya de juanbautistas. A todos ellos, muchas felicidades. Y con ellos, a tantos otros amigos juanbautistas, y a cuantos de Vds., queridos lectores, porten tan elegante nombre. Felicidades pues, aunque sea con un poquito de retraso.
En mi familia hay muchos juanbautistas, nada menos que siete generaciones ininterrumpidas ya de juanbautistas. A todos ellos, muchas felicidades. Y con ellos, a tantos otros amigos juanbautistas, y a cuantos de Vds., queridos lectores, porten tan elegante nombre. Felicidades pues, aunque sea con un poquito de retraso.
©L.A.
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