Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Un verdadero descubrimiento

El tesoro escondido de Benedicto XVI: las homilías sobre el Bautismo

Benedicto XVI
Benedicto XVI

Sandro Magister/L´espreso

Ha pasado casi inadvertida al gran público. Pero la "lectio divina" que Benedicto XVI ha pronunciado el lunes 11 de junio por la tarde en la basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, ha sido uno de los momentos más alto de esa obra maestra que son sus homilías sobre el Bautismo.

Que Benedicto XVI esté destinado a pasar a la historia por su predicación litúrgica, como antes que él el papa León Magno, es una hipótesis ya más que consolidada.

Pero en el gran "corpus" de sus homilías, las que están dedicadas al Bautismo tienen un lugar de relevancia única.

El mandato a bautizar "en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo" está en las últimas palabras de Jesús en esta tierra. La Iglesia las tomó muy en serio, y es así como genera a sus hijos, desde siempre. En consecuencia, el Bautismo es el acto de nacimiento y el documento de identidad de todo cristiano.

Por este motivo es tan central en la predicación de Benedicto XVI. En una época de difuso analfabetismo religioso, de fe trémula y de disminución del bautismo en los países de antigua cristiandad, el papa Joseph Ratzinger quiere partir de nuevo desde los cimientos de la vida cristiana y devolverlos a la mirada de todos en su espléndida belleza.

Sus homilías sobre el bautismo son un ejemplo clarísimo, como lo es la "lectio divina" que, el pasado 11 de junio, pronunció ante los fieles de Roma que atestaban la catedral.

Benedicto XVI habló improvisando, como los antiguos Padres de la Iglesia. Por encima de él los oyentes podían admirar, en el centro del antiguo mosaico del ábside, una cruz con gemas de la cual brotan ríos de agua viva.

El nexo entre el Bautismo y la cruz ha sido justamente uno de los puntos relevantes de la "lectio divina" del papa, que ha tomado como punto de partida el "mandato" dado por Jesús a los apóstoles antes de subir al cielo: " Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

Otro pasaje de la "lectio" que ha impactado mucho a los presentes ha sido el momento en el que el papa ha vuelto a dar significado y frescura actual a una antigua formula del rito: la renuncia de quien recibe el Bautismo "a Satanás y sus pompas", fórmula hoy en día sustituida por la endeble renuncia "a las seducciones del mal".

Desde que ha sido elegido papa, hace siete años, Benedicto XVI ha administrado el Bautismo catorce veces, dedicándole cada vez una homilía.

Siete veces el domingo que cada año sigue a la Epifanía, el domingo que celebra el Bautismo de Jesús en el Jordán.

Y otras siete veces en la vigilia pascual.

En el primer caso bautizando a niños, casi siempre de Roma, en la Capilla Sixtina; en el segundo, bautizando a adultos, procedentes de todas las partes del mundo, en la basílica de San Pedro.

A continuación la transcripción íntegra de la "lectio divina" pronunciada por el papa en la basílica de San Juan de Letrán el 11 de junio de 2012, en la apertura de un congreso de la diócesis de Roma, su diócesis, dedicado precisamente al Bautismo y a su "pastoral".
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INMERSOS EN EL PADRE, EN EL HIJO, EN EL ESPÍRITU SANTO de Benedicto XVI

Estimados hermanos y hermanas, [...] las últimas palabras del Señor en esta tierra a sus discípulos fueron: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (cfr. Mt 28, 19).

Haced discípulos y bautizad. ¿Por qué no es suficiente para el discipulado conocer las doctrinas de Jesús, conocer los valores cristianos? ¿Por qué es necesario estar bautizados? Este es el tema de nuestra reflexión, para entender la realidad, la profundidad del sacramento del Bautismo.

Se abre una primera puerta si leemos atentamente estas palabras del Señor. La elección de la palabra "en el nombre del Padre" en el texto griego es muy importante: el Señor dice "eis" y no "en", es decir, no "en nombre" de la Trinidad, como hacemos nosotros cuando decimos que un viceprefecto habla "en nombre" del prefecto, y un embajador "en nombre" del gobierno. No. Dice: "eis to onoma", es decir, una inmersión en el nombre de la Trinidad, un ser introducido en el nombre de la Trinidad, una interpenetración del ser de Dios y de nuestro ser, un ser inmerso en el Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, del mismo modo como en el matrimonio, por ejemplo, dos personas se convierten en una carne, se convierten en una nueva, única realidad, con un nuevo y único nombre.

El Señor nos ha ayudado a entender aún mejor esta realidad en su coloquio con los saduceos sobre la resurrección. Del canon del Antiguo Testamento, los saduceos reconocían sólo los cinco Libros de Moisés y en ellos no aparece la resurrección, por eso le negaban. El Señor demuestra la realidad de la resurrección en estos cinco Libros y dice: "¿no habéis leído lo que os dice Dios: ´Yo soy el Dios de Abraham y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?´ " (cfr. Mt 22, 31-32).

Por lo tanto, Dios toma estos tres y justamente en su nombre ellos se convierten en "el" nombre de Dios. Para entender quién es este Dios se deben ver estas personas que se han convertido en el nombre de Dios, un nombre de Dios, están inmersos en Dios. De este modo vemos que quien está en el nombre de Dios, quien está inmerso en Dios, está vivo, porque Dios – dice el Señor – es un Dios no de los muertos, sino de los vivos, y si es Dios de éstos, es Dios de los vivos. Los vivos están vivos porque están en la memoria, en la vida de Dios.

Y justamente esto sucede en nuestro ser bautizados: somos introducidos en el nombre de Dios, en modo tal que pertenecemos a este nombre y su nombre se convierte en nuestro nombre y también nosotros podremos, con nuestro testimonio – como los tres del Antiguo Testamento –, ser testigos de Dios, signo de quién es este Dios, nombre de este Dios.

Por lo tanto, estar bautizados quiere decir estar unidos a Dios. En una única y nueva existencia pertenecemos a Dios, estamos inmersos en Dios mismo.

Pensando en esto, podemos ver inmediatamente algunas consecuencias.

La primera es que Dios no está lejos de nosotros, no es una realidad que hay que discutir – si existe o no existe –, sino que nosotros estamos en Dios y Dios está en nosotros. La prioridad, la centralidad de Dios en nuestra vida es una primera consecuencia del Bautismo. A la pregunta: "¿Existe Dios?", la respuesta es: "Existe y está con nosotros; esta cercanía de Dios tiene que ver con nuestra vida, este estar en Dios mismo, que no es una estrella lejana, sino que es el ambiente de mi vida". Esta sería la primera consecuencia y, por lo tanto, tendría que decirnos que tenemos que tener en cuenta esta presencia de Dios, vivir realmente en su presencia.

Una segunda consecuencia de cuanto he dicho es que nosotros no nos hacemos cristianos. Ser cristianos no es algo que es consecuencia de una decisión mía: "Yo, ahora, me hago cristiano". Es verdad que mi decisión también es necesaria, pero sobre todo, es una acción de Dios conmigo: no soy yo quien me hago cristiano; yo soy agarrado por Dios, tomado de la mano por Dios y así, diciendo "sí" a esta acción de Dios, me convierto en cristiano.

Llegar a ser cristianos es, en un cierto sentido, "pasivo": yo no me hago cristiano, sino que Dios me hace un hombre suyo, Dios me toma de la mano y realiza mi vida con una nueva dimensión. Del mismo modo que yo no vivo por mí mismo, sino que la vida me es dada; he nacido no porque yo me he hecho hombre, sino que he nacido porque el ser humano me es donado. Así, también el ser cristiano me es donado, es un "pasivo" para mí, que se convierte en un "activo" en nuestra, en mi vida. Y este hecho del "pasivo", de no hacernos por nosotros mismos cristianos, sino de ser hechos cristianos por Dios, ya implica un poco el misterio de la cruz: sólo muriendo a mi egoísmo, saliendo de mí mismo, puedo ser cristiano.

Un tercer elemento que se abre enseguida en esta visión es que, naturalmente, estando inmerso en Dios, estoy unido a los hermanos y a las hermanas, porque todos los otros están en Dios y si me sacan de mi aislamiento, si yo estoy inmerso en Dios, estoy inmerso en la comunión con los otros.
Estar bautizados no es nunca un acto solitario del "yo", sino que es siempre necesariamente un estar unido con todos los otros, un estar en unidad y solidaridad con todo el cuerpo de Cristo, con toda la comunidad de sus hermanos y hermanas. Este hecho de que el Bautismo me introduce en comunidad rompe mi aislamiento. Tenemos que tenerlo presente en nuestro ser cristianos.

Y, por último, volvamos a la palabra de Cristo a los saduceos: "Dios es el Dios de Abraham y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob" (cfr. Mt 22, 32) y, por lo tanto, éstos no han muerto; si son de Dios, están vivos. Quiere decir que con el Bautismo, con la inmersión en el nombre de Dios, también estamos nosotros ya inmersos en la vida inmortal, estamos vivos para siempre.

Con otras palabras, el Bautismo es una primera etapa de la resurrección: inmersos en Dios, estamos ya inmersos en la vida indestructible, empieza la resurrección. Como Abraham, Isaac y Jacob siendo "nombre de Dios" están vivos, del mismo modo nosotros, introducidos en el nombre de Dios, estamos vivos en la vida inmortal. El Bautismo es el primer paso de la resurrección, es entrar en la vida indestructible de Dios.

Así, en un primer momento, con la fórmula bautismal de san Mateo, con la última palabra de Cristo, hemos visto ya un poco de lo esencial del Bautismo.

Veamos ahora el rito sacramental, para poder entender de forma aún más precisa qué es el Bautismo.

Este rito, como el rito de casi todos los sacramentos, se compone de dos elementos: materia – agua – y palabra.

Esto es muy importante. El cristianismo no es algo puramente espiritual, algo solamente subjetivo, del sentimiento, de la voluntad, de ideas, sino que es una realidad cósmica. Dios es el Creador de toda la materia, la materia tiene que ver con el cristianismo y sólo en este gran contexto de materia y espíritu juntos somos cristianos. Es muy importante, por lo tanto, que la materia forme parte de nuestra fe, que el cuerpo forme parte de nuestra fe. La fe no es puramente espiritual, sino que Dios nos introduce así en toda la realidad del cosmos y transforma el cosmos y lo atrae a sí.

Y con este elemento material – el agua – tiene que ver no sólo un elemento fundamental del cosmos, una materia fundamental creada por Dios, sino también todo el simbolismo de las religiones, porque en todas las religiones el agua tiene algo que decir. El camino de las religiones, esta búsqueda de Dios de distintas maneras – aunque sean equivocadas, pero siempre búsqueda de Dios – está asumida en el sacramento. Las otras religiones, con su camino hacia Dios, están presentes, son asumidas, y así se hace la síntesis del mundo. Toda la búsqueda de Dios que se expresa en los símbolos de las religiones y, sobre todo – naturalmente –, en el simbolismo del Antiguo Testamento, que así, con todas sus experiencias de salvación y de bondad de Dios, se hace presente. Volveremos sobre este punto.

El otro elemento es la palabra, y esta palabra se presenta en tres elementos: renuncias, promesas, invocaciones.

Importante es que estas palabras no sean, por lo tanto, sólo palabras, sino que sean camino de vida. En ellas se realiza una decisión, en estas palabras está presente todo nuestro camino bautismal, tanto pre-bautismal como post-bautismal. Por lo tanto, con estas palabras, y también con los símbolos, el Bautismo abarca toda nuestra vida.

Esta realidad de las promesas, de las renuncias, de las invocaciones, es una realidad que dura toda nuestra vida, porque estamos siempre en camino bautismal, en camino catecumenal, mediante estas palabras y la realización de estas palabras. El sacramento del Bautismo no es un acto de una hora, sino que es una realidad de toda nuestra vida, es un camino de toda nuestra vida. En realidad, detrás está también la doctrina de las dos vías, que era fundamental en el primer cristianismo: una vía a la que decimos "no" y una vía a la que decimos "sí".

Empecemos con la primera parte, las renuncias. Son tres y tomo, antes que nada, la segunda: "¿Renunciáis a las seducciones del mal para no dejaros dominar por el pecado?".

¿Qué son estas seducciones del mal? En la Iglesia antigua, y aún durante siglos, aquí había la expresión: "¿Renunciáis a la pompa del diablo?", y hoy sabemos qué se entendía con esta expresión "pompa del diablo". La pompa del diablo eran sobre todo los grandes espectáculos cruentos, en los cuales la crueldad se convierte en diversión, en los cuales matar a hombres se convierte en algo espectacular: espectáculo, la vida y la muerte de un hombre. Estos espectáculos cruentos, esta diversión del mal es la "pompa del diablo", donde aparece con aparente belleza y, en realidad, aparece con toda su crueldad.

Pero, más allá de este significado inmediato de la palabra "pompa del diablo", se quería hablar de un tipo de cultura, de un "way of life", de una manera de vivir, en la cual no cuenta la verdad sino la apariencia, no se busca la verdad sino el efecto, la sensación y, bajo el pretexto de la verdad, en realidad se destruyen hombres, se quiere destruir y crearse sólo a sí mismos como vencedores.

Por lo tanto, esta renuncia era muy real: era la renuncia a un tipo de cultura que es una anti-cultura, contra Cristo y contra Dios. Se decidía contra una cultura que, en el Evangelio de san Juan, es llamada "kosmos houtos", "este mundo". Con "este mundo", por supuesto, Juan y Jesús no hablan de la creación de Dios, del hombre como tal, sino que hablan de una cierta criatura que es dominante y se impone como si el mundo fuese esto, y como si fuese éste el modo de vivir que se impone.

Dejo ahora que cada uno de vosotros reflexione sobre esta "pompa del diablo", sobre esta cultura a la cual decimos "no". Estar bautizados significa, precisa y sustancialmente, un emanciparse, un liberarse de esta cultura. Conocemos también hoy un tipo de cultura en la cual no cuenta la verdad. Si bien aparentemente se quiere mostrar toda la verdad, cuenta sólo la sensación y el espíritu de calumnia y de destrucción. Una cultura que no busca el bien, cuyo moralismo es, en realidad, una máscara para confundir, crear confusión y destrucción. Contra esta cultura, en la cual la falacia se presenta bajo la apariencia de la verdad y de la información, contra esta cultura que busca sólo el bienestar material y niega a Dios, decimos "no". Conocemos bien, gracias también a tantos Salmos, este contraste de una cultura en la cual uno parece ser intocable a todos los males del mundo, se sitúa por encima de todos, por encima de Dios, mientras, en realidad, es una cultura del mal, un dominio del mal.

Y así, la decisión del Bautismo, esta parte del camino catecumenal que dura toda nuestra vida, es justamente este "no", dicho y llevado a cabo de nuevo cada día, también con los sacrificios que supone oponerse a la cultura dominante en muchas partes, aunque se impusiera como si fuese el mundo, este mundo: no es verdad. Y hay muchos que desean realmente la verdad.

Así, pasamos a la primera renuncia: "¿Renunciáis al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios?".

Hoy, libertad y vida cristiana, observancia de los mandamientos de Dios, van en direcciones opuestas. Ser cristianos sería como una esclavitud; libertad es emanciparse de la fe cristiana, emanciparse – a fin de cuentas – de Dios. La palabra pecado a muchos les parece casi ridícula, porque dicen: "¡Cómo! ¡No podemos ofender a Dios! Dios es tan grande, ¿qué le importa a Dios si hago un pequeño error? No podemos ofender a Dios, su interés es demasiado grande para que podamos ofenderle".

Parece verdad, pero no es verdad. Dios se ha hecho vulnerable. En Cristo crucificado vemos que Dios se ha hecho vulnerable, se ha hecho vulnerable hasta la muerte. Dios se interesa por nosotros porque nos ama y el amor de Dios es vulnerabilidad, el amor de Dios es interés por el hombre, el amor de Dios quiere decir que nuestra primera preocupación debe ser no herir, no destruir su amor, no hacer nada contra su amor porque, de lo contrario, vivimos contra nosotros mismos y contra nuestra libertad. Y, en realidad, esta aparente libertad en la emancipación de Dios se convierte enseguida en esclavitud de tantas dictaduras del tiempo, que deben seguirse para estar considerados a la altura del tiempo.

Y por último: "¿Renunciáis a Satanás?". Esto nos dice que hay un "sí" a Dios y un "no" al poder del Maligno que coordina todas estas actividades y quiere hacerse dios de este mundo, como dice de nuevo San Juan. Pero no es Dios, es sólo el adversario y nosotros no nos sometemos a su poder. Nosotros decimos "no" porque decimos "sí", un "sí" fundamental, el "sí" del amor y de la verdad.

Estas tres renuncias, en el rito del Bautismo, en la antigüedad, estaban acompañadas por tres inmersiones: inmersiones en el agua como símbolo de la muerte, de un "no" que realmente es la muerte de un tipo de vida y resurrección a otra vida. Volveremos sobre esto.

Después, la confesión en tres preguntas: "¿Creéis en Dios Padre omnipotente, creador, en Cristo y, por último, en el Espíritu Santo y la Iglesia?".

Esta fórmula, estas tres partes, han sido desarrolladas a partir de la Palabra del Señor: "Bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Estas palabras están concretizadas y profundizadas: qué quiere decir Padre, qué quiere decir Hijo – toda la fe en Cristo, toda la realidad del Dios hecho hombre – y qué quiere decir creer estar bautizados en el Espíritu Santo, es decir, toda la acción de Dios en la historia, en la Iglesia, en la comunión de los Santos.

Así, la formula positiva del Bautismo es también un diálogo: no es simplemente una fórmula. Sobre todo la confesión de la fe no es sólo algo que hay que entender, una cosa intelectual, una cosa que hay que memorizar – ciertamente, también esto –, pero atañe también al intelecto, atañe también, principalmente, a nuestro vivir. Y esto me parece muy importante. No es algo intelectual, una pura fórmula. Es un diálogo de Dios con nosotros, una acción de Dios con nosotros, y una respuesta nuestra, es un camino. La verdad de Cristo se puede entender sólo si se ha entendido su vida. Sólo si aceptamos a Cristo como vía empezamos realmente a estar en la vía de Cristo y podemos también entender la verdad de Cristo. La verdad no vivida no se abre; sólo la verdad vivida, la verdad aceptada como modo de vivir, como camino, se abre también como verdad en toda su riqueza y profundidad.

Por lo tanto, esta fórmula es una vía, es expresión de nuestra conversión, de una acción de Dios. Y queremos realmente tener presente también esto en toda nuestra vida: que estamos en comunión de camino con Dios, con Cristo. Y así estamos en comunión con la verdad: viviendo la verdad, la verdad se convierte en vida y viviendo esta vida hallamos también la verdad.

Ahora pasemos al elemento material: el agua.

Es muy importante ver dos significados del agua. Por una parte, el agua hace pensar en el mar, sobre todo en el Mar Rojo, a la muerte en el Mar Rojo. En el mar se representa la fuerza de la muerte, la necesidad de morir para alcanzar una nueva vida. Esto me parece muy importante. El Bautismo no es sólo una ceremonia, un ritual introducido hace tiempo, y no es tampoco únicamente un lavado, una operación cosmética. Es mucho más que un lavado: es muerte y vida, es muerte de una cierta existencia y renacimiento, resurrección a nueva vida.

Esta es la profundidad del ser cristiano: no es sólo algo que se añade, sino que es un nuevo nacimiento. Después de haber atravesado el Mar Rojo, somos nuevos. De este modo el mar, en todas las experiencias del Antiguo Testamento, se ha convertido para los cristianos en símbolo de la cruz. Porque sólo a través de la muerte, una renuncia radical en la cual se muere a un cierto tipo de vida, puede realizarse el renacimiento y puede haber verdaderamente vida nueva.

Esta es una parte del simbolismo del agua: simboliza – sobre todo en las inmersiones de la antigüedad – el Mar Rojo, la muerte, la cruz. Sólo desde la cruz se llega a la nueva vida y esto se realiza cada día. Sin esta muerte siempre renovada, no podemos renovar la verdadera vitalidad de la nueva vida de Cristo.

Pero el otro símbolo es el de la fuente. El agua es origen de toda vida; más allá del simbolismo de la muerte, tiene también el simbolismo de la nueva vida. Toda vida viene también del agua, del agua que viene de Cristo como la verdadera vida nueva que nos acompaña hasta la eternidad.

Al final permanece la cuestión – sólo una palabrita – del Bautismo de los niños. ¿Es justo hacerlo, o sería más necesario hacer primero el camino catecumenal para llegar a un Bautismo verdaderamente realizado?

Y la otra cuestión que siempre se plantea es: "Pero, ¿podemos imponer a un niño qué religión quiere vivir o no? ¿No tenemos que dejar al niño la elección?".

Estas preguntas muestran que ya no vemos en la fe cristiana la vida nueva, la verdadera vida, sino que vemos una elección entre otras, también un peso que no se debería imponer sin haber tenido el consentimiento del sujeto.

La realidad es distinta. La vida misma nos viene dada sin que podamos elegir si queremos vivir o no. A ninguno se nos pregunta: "¿Quieres nacer o no?". La vida misma nos viene dada necesariamente sin consentimiento previo, nos viene donada así y no podemos decidir antes "sí o no, quiero vivir o no".

En realidad, la verdadera pregunta es: "¿Es justo donar vida en este mundo sin haber tenido el consentimiento: quieres vivir o no? ¿Se puede verdaderamente anticipar la vida, dar la vida sin que el sujeto haya tenido la posibilidad de decidir?". Yo diría: es posible y es justo sólo si, con la vida, podemos dar también la garantía que la vida, con todos los problemas del mundo, sea buena, que sea bueno vivir, que haya una garantía que esta vida sea buena, esté protegida por Dios y que sea un verdadero don.

Sólo la anticipación del sentido justifica la anticipación de la vida. Y por esto el Bautismo como garantía del bien de Dios, como anticipación del sentido, del "sí" de Dios que protege esta vida, justifica también la anticipación de la vida.

Por lo tanto, el Bautismo de los niños no está contra la libertad. Es justamente necesario darlo, para justificar también el don – de otro modo discutible – de la vida. Sólo la vida que está en las manos de Dios, en las manos de Cristo, inmersa en el Dios trinitario, es ciertamente un bien que se puede dar sin escrúpulos.

Y así estamos agradecidos a Dios que nos ha donado este don, que nos ha donado a sí mismo. Y nuestro desafío es vivir este don, vivir realmente en un camino post-bautismal tanto las renuncias como el "sí", viviendo siempre en el gran "sí" de Dios y, de este modo, vivir bien.
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