Viernes, 22 de noviembre de 2024

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De las lecciones que nos ofrece la derrota del Barsa

por En cuerpo y alma

 
Messi desolado. Efe.
            Vi buena parte del partido que enfrentó antier al Barsa con el Chelsea inglés y la verdad es que, como tantas veces ocurre con el fútbol, el partido resultó una verdadera lección de la vida, del que extraer tantas reflexiones como uno quiera. Unas reflexiones que me atrevo a expresar en este momento en el que aún no conozco la suerte que el Madrid, mi adorado equipo del alma, pueda haber corrido en la misma copa de la que antier, con toda injusticia, fue eliminado el Barsa.
 
            La primera reflexión versa precisamente sobre esa injusticia, y es que probablemente, la derrota de antier del Barsa no fue menos injusta que la del Chelsea hace tres años frente, precisamente, al Barcelona, aunque las razones sobre las que versó entonces la iniquidad fueran de naturaleza tan diferente, pues ayer no hablamos de un partido robado, sino de un partido que nunca debió ganar (en realidad empatar, pero a los efectos ganar) el que lo ganó, a saber, el Chelsea.
 
            Lo cierto es que antier, en el campo no hubo otro equipo que el Barsa. Todo el juego lo puso el Barsa, las ocasiones, los palos, los penaltis, los ¡uyyyy!... y sin embargo, ya ven Vds. el resultado: un injustísimo empate con sabor a la más amarga de las derrotas porque significaba la eliminación de la Champions y la imposibilidad de jugar su tercera final seguida, como el gran equipo que es. Porque si algo no se le puede negar al equipo de Guardiola es haber elevado el fútbol a la mejor expresión que ha alcanzado nunca este deporte, en belleza, en espectacularidad y hasta en resultados, aunque los producidos últimamente parezcan desmentir esta afirmación. No en balde, es el Barsa la base verdadera de la que hoy día pasa por ser (y es) la mejor selección del mundo, la española, con un estilo de juego muy particular y característico que acertadamente se ha dado en llamar el tiqui-taca, el mismo que practica el Barsa.
 
            Sin abandonar todavía este terreno, el de lo injusto e ingrato que puede llegar a ser este deporte con los que con más cariño le tratan, nunca olvidaré y creo que ya me he referido a ello en esta columna alguna vez, el acertadísimo análisis que realizaba un comentarista norteamericano tratando de explicar por qué el futbol nunca sería un deporte de masas en los Estados Unidos. Y entre otras muchísimas razones que no expondré ahora pero igualmente acertadas, daba la del elevado porcentaje de ocasiones en las que el resultado no hace justicia a los contendientes, algo que disgusta profundamente a la idiosincrasia norteamericana, donde el mejor siempre ha de ganar, y no tanto a la británica, cuna y patria chica del deporte en cuestión, una de cuyas grandes pasiones versa precisamente sobre la apuesta, lo inesperado, como inesperado puede ser que el que peor juegue un partido sea, a la postre, el que lo gane, caso del Chelsea antier.
 
            En otro orden de cosas pero siempre dentro del de las reflexiones que trascienden lo meramente deportivo, escandaliza mucho en España que algunos españoles puedan desear que un equipo español no gane una determinada eliminatoria, algo que afecta muy especialmente al Barsa. Una más de las contradicciones de nuestro extraño carácter, donde uno puede expresar ante el respeto y la admiración del resto de sus compatriotas que se caga en España y hasta pisotear y quemar la bandera que es de todos, y sin embargo no puede declarar que desea la eliminación de un equipo español de fútbol. Pues bien, algo así, desear la eliminación de un equipo de fútbol aunque sea del país cuya nacionalidad posee uno, es lo más normal del mundo allende nuestras fronteras. Pregúntele Vd. a uno de Boca en Argentina, si desea que River sea el campeón de la Libertadores. Y al revés, que estas cosas siempre son recíprocas. Ayer mismo, para mi sorpresa, preguntaban a una alemana por la calle en Telemadrid si deseaba la victoria del Bayern frente al Madrid, y con toda naturalidad y simpatía, sin perder en ningún momento la sonrisa, respondía: “No, es que yo soy de Stuttgart” (¡¿?!), y, o mucho me equivoco, o Stuttgart está en Alemania… ¿O no?
 
            Personalmente, yo habría deseado una final Madrid-Barsa. ¿Por qué? Por muchas razones: la primera porque aprecio a muchos jugadores del Barsa: a Iniesta, a Puyol, a Messi, al gran Messi (ánimo chaval, que sigues siendo el mejor futbolista de la historia, y hasta para fallar un penalty eres grande, que hay que ver lo bien tirado que estaba), en realidad, excepto a algún impresentable que también lo tiene y mucho, a casi todos. La segunda porque habría sido una nueva oportunidad de contemplar el mayor espectáculo futbolístico que hoy día se puede ofrecer, a tal categoría ha llegado el futbol nacional (¡si brilláramos tan alto en otras cosas!). La tercera, porque pese a quien pese, en el mundo se habría apreciado precisamente la calidad de algo que se hace en España, al percibir las gentes que no conocen la complejidad de nuestro extraño carácter, -y mal que a muchos les pueda pesar-, a ambos equipos como profunda y característicamente españoles.

   
   
            Pero hay un sentimiento que no puedo soslayar ni superar cuando del Barsa se trata y al Barsa me refiero: el Nou Camp es al día de hoy, reconozcámoslo como es y aunque sé que existen honrosísimas excepciones que no permiten atribuir el pecado a todos los catalanes, el campo más hostil y desagradable que existe en el mundo para nada que pueda sonar a español. En ningún campo del mundo ha jugado el Madrid con una pancarta que iba de grada a grada (y por lo tanto consentida por las autoridades del club, cuando no alentada) en la que se dijera: “Baviera no es España”, “Buenos Aires no es España”, “Inglaterra no es España”. Y esa triste y vergonzosa circunstancia sí ha ocurrido, y en mucho más de una ocasión, en Barcelona, en el Nou Camp concretamente, llenando de oprobio e ignominia al propio club de fútbol y a Cataluña entera, por más que los catalanes se empecinen en no entender que tan zafia exhibición de ese antiespañolismo rancio y hortera no les deja en ningún buen lugar, como a nadie deja en buen lugar hablar de su madre sin respeto. En ningún lugar del mundo el himno español es pitado y vejado cuando juega un equipo español o la selección española. Y esa triste y vergonzosa circunstancia sí ha ocurrido, y en mucho más de una ocasión, cuando uno de los equipos que juega es el Barcelona y sus seguidores están allí para exhibir una vez más sus impresentables y zarrapastrosos modales(1).
 
            Cosas como éstas deberían dar que pensar a directivos y aficionados barcelonistas, para que se quejaran menos de que tantos españoles deseen la eliminación del Barsa, y lo que es verdaderamente grave, que ello ocurra por razones que nada tienen que ver con lo estrictamente deportivo, sino que van más allá. Que si por razones deportivas fuera, quitémonos de una vez la careta de lo políticamente incorrecto, no sería nada que a nadie debiera preocupar en absoluto. Y no siéndolo, sin embargo, es algo altamente preocupante que debería hacer pensar a todos… pero más que a nadie, a directivos y seguidores de ese magnífico equipo que es el Barsa.
 
 
            (1) Lamentablemente, no es el único equipo español que consigue provocar tan mágica consecuencia, ojo por cierto al bochornoso espectáculo que no nos regatearán una afición y otra, ya saben Vds. a quienes me refiero, el próximo 25 de mayo en el Calderón.
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
P.D. Acaba de perder el Madrid. In extremis. El partido no ha sido bueno. Ha llegado desfondado al final. ¡Que se le va a hacer! ¡Fíjense vds. en lo que se ha quedado la final española!
 
 
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