Por qué Stephen Hawking se equivoca
por Josue Fonseca
Por qué Stephen Hawking se equivoca
Me cae bien, quiero que conste. Y me parece lógico que Hawking sea miembro de la Academia Pontifica de las Ciencias. Por otro lado tengo que confesarles que nunca he sido un “fan” de la apologética, y que ya nunca suelo discutir con nadie (bastante lo he hecho en mi vida). Pienso que, finalmente, la mayoría de las personas acaban creyendo en lo que querían creer, y la controversia solo sirve para que cada uno se cargue más de sus propias razones.
Sin embargo hoy voy a hacer una excepción con él, me parece que justificada porque creo que se han pasado un poco. En el semanal del diario ABC, Eduard Punset señalaba la reciente respuesta dada por el astrofísico británico afirmando que el estudio de la Teología y la Filosofía le parecía inútil, asumiendo que el estudio “científico” se situaba en otro nivel, muy superior, de búsqueda de la verdad.
Stephen Hawking me parece un profesor eminente: es obvio que nadie ocupa la Cátedra de Matemática Lucasiana de Cambridge porque sí. Sus conclusiones teóricas sobre los agujeros negros o la topología del Universo me parecen arriesgadas y estimulantes. Sin embargo las declaraciones de los últimos tiempos, ampliamente difundidas por unos medios de comunicación que lo han convertido en un “icono pop”, me parece que van ya mucho más lejos de lo que la Física Teórica está en condiciones de asegurar por ahora. En otras palabras, creo que hace filosofía especulativa que critica. En un par de párrafos, que espero que no sean muy latosos voy a describir donde me parece a mí que está el quid de la cuestión del problema científico actual.
Desde que en diciembre de 1900 Planck realizó la primera formulación cuántica de un problema el gran reto de la física se centra precisamente en intentar compaginar dos realidades aparentemente incompatibles: la gran Física inaugurada por Einstein al conseguir unir el concepto gravitacional clásico de Newton con el del electromagnetismo (integrado solo unos años antes por Maxwell en cuatro maravillosas y sencillas ecuaciones) con esa otra física infinitesimal, tan “disparatada” desde el punto de vista teórico como implacable desde el experimental, que es la mecánica cuántica. Vamos a dejar de lado las implicaciones finales que para ésta última tiene la conciencia exterior, capaz de alterar sus resultados, algo que trae locos a los físicos fundamentales y que sigue constituyendo un enigma (recuerden la celebérrima parábola de Schrödinger, con su “gato”). Lo cierto es que ambas “físicas” parecen dotadas de leyes diferentes dentro de un mismo Universo, lo que, obviamente no puede ser. Los intentos de unificación, la palabra eximia de la Ciencia en los últimos 60 años, fueron iniciados ya por Einstein, que buscó sin resultado y hasta el final de sus días la “Teoría del Todo”.
Desde que en 1984 de Michael Green y John Schwarz efectuaron el hallazgo “de la cancelación de la anomalía en teoría de cuerdas de tipo I”, la “teoría de cuerdas” se considera el camino más adecuado (o, como les encanta decir a los matemáticos ahora, “elegante”) para llegar a la unificación. El último gran paso lo dio Edward Witten en 1995 con el agrupamiento de las cinco variantes que existían de la misma que había hasta entonces. El problema es que dichas teorías (que sostienen que todo cuanto existe estaría formado por unas “cuerdas” vibratorias de energía ¡tan pequeñas respecto a un átomo como la copa de un árbol frente al sistema solar!) solo se basan en formulaciones matemáticas de una complejidad enorme, pero que no hay manera de contrastar con ninguna realidad experimental. O sea, que hay quien las considera “poesía matemática”. Es posible que si en los próximos meses el Superacelerador del CERN logra hallar el dichoso bosón de Higgs podamos ver en cuantas dimensiones se expande (ya saben que según la TC, son necesarias 11) y llegar por lo menos a una aproximación de falsabilidad de la teoría. De momento, esto es lo que hay.
Cuando Stephen Hawking se refiere a la vida tras la muerte, al Cielo y la Escatología en general como “cuentos de hadas”, o cuando radicaliza su pensamiento (en 1988 todavía admitía la posibilidad de la existencia de Dios), diciendo que “no hay lugar en el Universo para un Creador”, ya no hace ciencia, en realidad, aunque él crea que sí. Me parece que es prisionero de una lógica de hierro unidimensional parecida a las orejeras de un burro: por otro lado me extrañaría que no fuera así. Cuando uno vive encerrado en un discurso gnoseológico cerrado, aunque crea que es el único que vale, tiene todas las de equivocarse.
Esta mañana, mientras barría mi casa, escuchaba el Concierto para violín de Tchaikovsky en la interpretación de la joven intérprete canadiense Leila Josefowicz. Es una versión llena de frescura y descaro juvenil y demuestra que la belleza existe, que hay algo más que vibraciones acústicas mandando sensaciones a mí cerebro. Igual que los poemas de Neruda y el Cántico Espiritual de san Juan hace referencia a algo totalmente cierto. Totalmente acertado fue el martirio de Maximilano Kolbe, y había verdad también en la filosofía de santo Tomás o de Hegel. ¿Qué más podemos decir? Yo creo que existen los milagros (suspensiones extraordinarias de las leyes naturales), creo que una parte de los miles de exvotos de la gruta de Lourdes están ciertamente justificados por una intervención sobrenatural.
Stephen Hawking nunca ha investigado nada eso. Probablemente ya nunca lo hará. Su determinismo se lo impediría, como se lo impide a otros tantos científicos convencidos de que “solo hay un camino”, y por consiguiente el resto de las formas de acceso a la verdad son falsas (hoy, todo lo que no es “científico” se considera falso). Ciertamente es un problema de cultura y de una educación cada vez más diversificada y fragmentada. Obviamente la concepción del Misterio podemos darla por perdida para la mayoría de los occidentales, al menos de momento.
También puede ser un problema de humildad.
El ser humano es como una cucaracha asomada al Gran Cañón planeando (y creyéndose capaz de ello) cruzarlo de un salto.
Un abrazo.