Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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¿Pero por qué tiene un niño que saberlo todo sobre el sexo sin saber ni quienes son los Reyes Magos?

por Luis Antequera

 
            Los que tengan hijos en cuarto de primaria, o los hayan tenido, saben bien de lo que hablo: gracias a la asignatura que se da en llamar “conocimiento del medio”, durante el primer trimestre del curso, no vaya a ser que si lo dejan para más tarde se les pase, cuando algunos niños de la clase apenas tienen nueve años y una buena parte de ellos ni siquiera, nuestros hijos ya lo saben todo sobre el sexo.
 
            ¿Saben cuál fue la reacción de mi hija cuando se lo explicó la maestra y llegó a casa?
 
            - ¡¡¡Papá, sois unos guarros!!!
            - ¿Pero por qué, hija mía? ¿Qué hemos hecho?
            - ¡¡¡Por haberme “fecundado”!!!
 
            Nosotros sólo tenemos una, por lo que la pobra cría alimenta la esperanza de que “la guarrada” realizada por sus padres para “fecundarla”, como ella misma dice, apenas la hayamos consumado una única vez, la necesaria para engendrarla a ella. Pero pensando en otros amigos nuestros que tienen hasta nueve, todavía se pregunta:
 
            - Y Menganito y Zutanita… ¡¡¡¿han tenido que “fecundar” nueve veces?!!!”.
 
            Un amigo mío con el que comenté el hecho me contó que cuando su hijo mayor se enteró del asunto, llegó a su casa arrebatado, convocó a sus padres con un lacónico “tengo que hablar con vosotros”, los condujo al dormitorio de ellos, cerró la puerta y abalanzándose contra ellos y pegándoles, les espetaba: “¡Sois unos cerdos! ¡Sois unos cerdos!” sin ni siquiera acertar a explicar por qué.
 
            Volviendo a mi hija, que, -aprovecho para decir-, está recibiendo una educación perfectamente acorde a sus tiempos, sin que haya dejado de frecuentar nada de lo que frecuentan las niñas de su edad, aún cierra los ojos y manifiesta el asco que le produce un simple beso de sus héroes de Disney Channel, unos personajes que, por cierto, -aprovecho también para decir-, están todo el día haciéndose amarrucos e insinuaciones. ¡Donde quedaron aquella Cenicienta, aquella Blancanieves, aquel Pinocho o aquel delicioso elefantito de las largas orejas de los que con tanta fruición disfruté yo hasta que tuve diez y doce años!
 
            ¿Pero qué necesidad tenemos de robarles la infancia de esta manera? me pregunto. ¿Qué necesidad tenemos? Es curioso que mientras para mi hija ya no esconde el sexo secreto alguno más allá de los que ella misma quiere ignorar, -trabajan más los niños por preservar su ingenuidad que lo que lo hacemos sus padres - el otro día, en cambio, me preguntó:
 
            - Papá, dice un niño en clase que los Reyes son los padres, ¿a que no es verdad?
 
            A lo que, naturalmente, como buen padre que soy, amante de mi hija y de que disfrute prolongadamente de su infantil ingenuidad le respondí:
 
            - Pues claro que no hija mía. Si los Reyes fueran los padres ¿Quiénes nos traerían los Reyes a nosotros?
 
            Y me quedé pensando. ¡Qué curioso, tenemos más prisa en enseñarles el sexo que en desvelarles quiénes son los Reyes Magos! ¡Vaya a ser, tal vez, que por saberlo, deje de comportarse como el perfecto consumidor llamado a ser un niño que aún cree en ellos!
 
            No lo entiendo, la verdad, no lo entiendo. Enseñar a los niños las cosas del sexo a los ocho años es inequívocamente precipitado. No tiene sentido. Es, en palabras de mi propia hija, una verdadera “porquería”. Sólo sirve para precipitar el final de la bendita ingenuidad infantil, un estado que nadie puede perder más de una vez en la vida, en absoluto recuperable, y que pone fin precipitadamente a la etapa más maravillosa de la vida: la infancia.
 
            Yo ya no sé si los adultos del s. XXI lo hacemos por envidia de los niños, por venganza por profesar poco a mor a la infancia que tuvimos, por resentimiento derivado de unas relaciones sexuales en la madurez poco satisfactorias, o por qué demonios. Lo que sí tengo bien claro es que, curiosamente, los más acérrimos partidarios de la aberración acostumbran a ser los mismos que tras haber atiborrado de sexo a niños de ocho años, con mayor escándalo se rasgan las vestiduras porque un señor (curiosamente siempre es "un señor", nunca "una señora") “se lo haga” con una niña de dieciséis (no, en cambio, si lo que hace esa misma niña es destrozar el fetito que porta en el vientre sin ni siquiera decírselo a sus padres). Los mismos que, oculto el rostro tras la máscara del progreso, defienden que una madre pueda eliminar a su hijo sin ni siquiera haberle visto la carita, o un hijo a sus padres cuando con los años se ponen “pesaditos” y se vuelven “poco” productivos … ¡¡¡Pues no hubo una ministra del anterior Gobierno que aún le parecía tarde los ocho años y preconizaba anticipar la educación sexual a los siete!!!
 
            Por favor, responsables de la educación de nuestros hijos, retrasen por lo menos dos años –y digo bien, dos por lo menos- la enseñanza de la reproducción a los niños de primaria. Nuestros hijos no tienen ninguna necesidad de conocer antes de tiempo cosas que no les satisfacen, que hasta les producen repugnancia, y cuya enseñanza no tiene otro objeto, reconozcámoslo como es, que precipitar la pérdida de lo más bendito que tiene un niño: su inocencia, y con ella su infancia. Y sobre todo, dejen hacer a los padres: los padres conocen a sus hijos y los quieren más que cualquier estado.

            No por casualidad ya lo dijo Aquel sabio:
 
            “Es imposible que no haya escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y le arrojen al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños. Andad, pues, con cuidado” (Lc. 17, 1-3).
 
 
            ©L.A.
            encuerpoyalma@movistar.es
 
 
 
 
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