Lunes, 25 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Fue Presidente de la II República en 1936

La conversión de Azaña, contada por el obispo: «Ante el crucifijo se le humedecían los ojos»

Fue presidente de Gobierno en 1931 y, también, de la II República en el 36. Pronunció en el Congreso la frase: "España ha dejado de ser católica".

ReL

Manuel Azaña, Presidente de la República
Manuel Azaña, Presidente de la República
«Después de errores, olvidos y persecuciones» -en palabras del obispo francés que le administró la Extremaunción-, don Manuel Azaña murió reconciliado con la Iglesia. Presidente de la República durante el trágico período del Frente Popular, sus biografías a menudo omiten el dato. El jesuita Gabriel Verd recogía abundante documentación sobre su vuelta a la Iglesia, en La conversión de Azaña, artículo publicado en la revista Razón y Fe en 1986, escrito por el sacerdote Gabriel M. Verd, S.J., que el semanario Alfa y Omega reproduce un extracto:

Un obispo atiende espiritualmente a Azaña
Los documentos principales sobre la conversión de Azaña son de la persona que conoció el hecho mejor que nadie, el mismo que le atendió espiritualmente, monseñor Pierre-Marie Théas, obispo de Montauban desde octubre de 1940 hasta febrero de 1947. Por otra parte, una larga carta de la viuda de Azaña, doña Dolores Rivas, a su propio hermano, aunque no habla explícitamente de sacramentos, los da a entender en el último momento, coincidiendo sustancialmente con las precisiones de monseñor Théas.

El domingo 5 de febrero de 1939, ya a finales de la guerra, Azaña sale de España con su mujer, y entra en tierra francesa. Cuando las tropas alemanas ocupan la zona de Burdeos, en junio de 1940, se traslada a Montauban, a donde llega enfermo de corazón.

El deseo de ver al obispo
«Un buen día apareció -dice su viuda- una monja de Montauban, con la pretensión de que le recibiera». Esa monja será un eslabón importante. Era Hermana de la Caridad, se llamaba Soeur Ignace, y venía a pedir una recomendación ante el embajador de Méjico, en ayuda de unas familias judías que querían salir de Francia. La monja siguió yendo al hotel donde se alojaban a interesarse por Azaña y por la familia. Azaña le preguntó por un fraile vasco que conocía; y del deseo de ver al fraile pasó al deseo de ver al nuevo obispo de Montauban, que había hecho su entrada en la catedral el 17 de octubre de 1940. Cuenta la viuda de Azaña: «Aquella tarde, comentaba conmigo lo bonita que sería la ceremonia en la catedral: Lástima no poder verlo, y recordaba con este emotivo las fiestas de Iglesia en El Escorial».

Azaña es trasladado de habitación, y «repetía con su insistencia de enfermo el deseo de conocer al obispo», relata su viuda. En la noche del 3 de noviembre, Azaña entraba en su agonía. Su misma mujer mandó llamar a la monja y al obispo, al que despertaron. Como veremos, éste le pudo administrar la Extremaunción. El relato de la viuda dice: «Ya por la noche, viéndole morir, por encargo mío salieron en busca de la monja, y ésta, cumpliendo mis deseos igualmente, vino acompañada del obispo. Minutos después, nuestro enfermo expiraba».

Este texto de la viuda es muy importante, pues implícitamente está diciendo que Azaña recibió los últimos sacramentos. ¿Para qué, si no, se llama a un sacerdote a la cabecera de un agonizante?

La impotencia de Azaña ante los asesinatos
El primer documento del obispo es del día siguiente a los hechos. Oigamos al prelado: «Posesionado de la catedral de Montauban el 17 de octubre, fui al día siguiente, llamado por el Presidente Azaña, enfermo. El primer encuentro fue muy cordial. Vuelva a visitarme todos los días, me dice el Presidente. En efecto, todos los días por la tarde iba a conversar un rato. Hablábamos de la revolución, de los asesinatos, de los incendios de iglesias y conventos. Él me hablaba de la impotencia de un gobernante para contener a las multitudes desenfrenadas».

Azaña ante el crucifijo: ¡Jesús, piedad y misericordia!
Escribe también monseñor Théas: «Deseando conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le presenté un día el Crucifijo. Sus grandes ojos abiertos, enseguida humedecidos por las lágrimas, se fijaron largo rato en Cristo crucificado. Seguidamente lo cogió de mis manos, lo acercó a sus labios, besándolo amorosamente por tres veces y exclamando cada vez: ¡Jesús, piedad y misericordia! Este hombre tenía fe. Su primera educación cristiana no había sido inútil. Después de errores, olvidos y persecuciones, la fe de su infancia y juventud informaba de nuevo la conducta de los últimos días de su vida».

Confesión de Azaña
Llegamos al punto culminante, el de su confesión. El obispo lo dice veladamente, pero se deduce con claridad: «A esta pregunta: ¿Desea usted el perdón de sus pecados?, respondió: Sí». En 1952, el obispo es plenamente explícito: «Recibió con plena lucidez el sacramento de la Penitencia, que yo mismo le administré».

Pero monseñor Théas no le pudo administrar la Eucaristía: «Cuando hablé a los que le rodeaban de la administración de la Comunión, en forma de Viático, me fue denegado con estas palabras: ¡Eso le impresionaría! Mi insistencia no tuvo resultado».

Pero Azaña recibió la Extremaunción y la indulgencia plenaria, y murió con sus manos entre las del obispo. Verdaderamente, excepto el Viático, no se podía recibir nada más:
«En la noche del 3 de noviemnbre, a las 23 horas, la señora de Azaña me mandó llamar. Acudí inmediatamente, y en presencia de sus antiguos colaboradores y de su esposa, administré la Extremaunción y la Indulgencia plenaria al moribundo en plena lucidez. Después, sujetas sus manos entre las mías, mientras yo le sugería algunas piadosas invocaciones, el Presidente expiró dulcemente, en el amor de Dios y en la esperanza de su visión».
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