Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Luis Alfonso Gámez contra el Arca de Noé

por Alejandro Campoy

Haciéndose eco de la noticia publicada en libertaddigital.com sobre el supuesto hallazgo del Arca de Noé por parte de un grupo financiado por la Corporación Shamrock-The Trinity, presidida por el empresario norteamericano Daniel Mc Givern, el columnista de El Correo Luis Alfonso Gámez se despacha con un artículo en el que no se conforma con burlarse del supuesto hallazgo, cosa bastante natural, sino que va más allá para negar a la Biblia cualquier pretensión de historicidad. Y aquí es donde patina estrepitosamente.

Que la Biblia es la compilación documental más completa de la Antigüedad y por ello la mayor fuente histórica conocida hasta hoy de los tiempos anteriores a Jesucristo es un hecho aceptado por todos los historiadores del planeta, al mismo nivel que las tablillas de las bibliotecas de Ebla, Mari o cualquier recopilación documental egipcia. Otra cuestión muy diferente es tomarla en su sentido literal, cosa que ha quedado reducida desde hace mucho tiempo a determinados grupos fundamentalistas principalmente americanos.

Y parece que la réplica del señor Gámez se dirige a esos grupos fundamentalistas, que nada tienen que ver con la Iglesia Católica, y se articula desde una posición igualmente fundamentalista pero de signo opuesto: la de los ateos que se autoproclaman librepensadores y rinden culto a Darwin.

Porque de igual forma que hoy en día la Iglesia Católica ha aceptado la teoría de la evolución y la interpretación crítica de todos los textos sagrados, sosteniendo una exégesis y una hermeneutica de los mismos que ha dejado atrás incluso a la temprana hermeneutica protestante de principios del siglo XX, abanderada por Bultmann y la Formsgetchitche, parece que los ateos beligerantes de la Iglesia de Dawkins no han evolucionado de la misma manera, y se han quedado atascados en un debate que ya suena a pueril con grupúsculos creacionistas americanos, los cuales todavía siguen anclados en la interpretación literalista del siglo XVIII.

Porque afirmar como hace el señor Gámez sin ruborizarse que "no hay ningún mecanismo natural por el cual puedan quedar sumergidas todas las tierras, hasta las cumbres más altas" supone que este caballero se cree que el Diluvio realmente fue una inundación planetaria, cuando no hay nadie en el mundo que crea tal cosa, ni creyentes ni no creyentes. Otra cosa es que en America aún queden grupúsculos de chalados, pero eso es otra historia.

La construcción de los relatos y narraciones de carácter semilegendario está más que suficientemente explicada por antropólogos, etnólogos y otros especialistas desde hace muchísimo tiempo. A los trabajos de Sir James George Frazer sigueron los de Levy-Strauss y una legión de antropólogos. A los padres de la asiriología Samuel Noah Kramer y Jean Botteró siguieron miles de otros estudiosos. Mircea Eliade y todos los historiadores de las religiones coinciden también: todos los ciclos míticos tienen su punto de partida en determinados hechos reales, y no son sino construcciones de explicaciones intencionales a partir de los mismos.

En el caso que nos ocupa, los arqueólogos han datado con gran precisión la existencia de ciertas capas aluviales en estratos de una antiguedad de entre 4000 y 6000 años antes de Jesucristo en las excavaciones de Ur, Uruk y Lagash, entre otras ciudades sumerias. ¿Que son estos aluviones?: restos de enormes inundaciones, posiblemente de los ríos Tigris y Eufrates, la región donde tiene su origen el relato del Diluvio, tal y como menciona el señor Gámez al referirse a la historia de Utnapistin contenida en el Poema de Gilgamesh.

El relato del Diluvio tiene su origen en un suceso físico probable y perfectamente datable, a partir del cual se construye un relato en el que se arrojan intenciones moralizantes e interpretaciones edificantes. Nadie en su sano juicio sostiene que tal inundación fuera "`planetaria". Toda la Biblia está recorrida por esa dinámica, en la que a unos hechos que en parte nos quedan velados por el ornato del relato se les otorga una significación determinada a partir de la cual se los interpreta dando origen a una narración. Y esto es conocido por todos los intelectuales del mundo, creyentes o no creyentes.

Salvo por un grupo de intelectuales: los que desde un ateísmo militante siguen peleándose con los fundamentalistas creacionistas en base a premisas que han sido más que superadas y arrasadas sobre todo por la posmodernidad. Ese debate sí que se ha quedado en épocas antediluvianas
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