Del patético espectáculo pesoíta en torno a Blanco
por Luis Antequera
Dice Vd., Sr. Blanco, que le tenemos ganas y que vamos a por Vd.. Permítame decirle algo para empezar: no es mi caso, y creo que son muchos los que, como yo, piensan que en el Gobierno de mediocres, irresponsables y sectarios del que forma y ha formado parte Vd., no es Vd., ni muchísimo menos, el peor. Por lo que el asunto en el que se ve envuelto ahora, me produce particular decepción, y habría preferido ver envuelto en él a cualquiera menos a Vd..
Dicho esto, Sr. Blanco, lo suyo, como lo de sus conmilitones Chaves, Bono, Rubalcaba, Camacho, huele bastante mal. Por decirlo como lo siento, apesta. Pero con ser suficientemente hediondo, me lo parece poco al lado de otro espectáculo indefectiblemente unido a él, y que hemos visto ocurrir en todos los partidos políticos, pero con especial frecuencia y con particular maestría en aquél en el que milita Vd.: un acto de aparente lealtad e impostado compañerismo, mucho más relacionado, sin embargo, con la autodefensa y con la superviviencia: el cierre de filas de los conmilitones, poniendo todos ellos sin excepción, “la mano en el fuego por Vd.”, cuando ni siquiera le conocen, ni saben quién ni cómo es Vd., ni tienen elementos de juicio para saber hasta donde estaría Vd. dispuesto a llegar… ¡por la sola razón de compartir con Vd. un carnet! Tan patético como aquella taurina ovación gritándole “¡torero, torero!” (ver aquí) que le rindieron al Sr. Bermejo sus conmilitones, -verdaderos “profesionales de la mano en el fuego”, los mismos que hoy la ponen por Vd-, sólo unos días antes de dimitir, y después de hacer lo peor que puede hacer un ministro de justicia: complicear con jueces. Un espectáculo que no sólo hiede, es que resulta ofensivo, provocativo, y que lo único que transmite es la repugnante consigna partidista del “hoy por ti, mañana por mí” y del “prietas las filas, muchachos, que si este tío palma, palmamos todos”.
Cuando ocurrió el afamado caso del Sr. Roldán hace ya muchos años, recuerdo que una de las cosas que peor sentó en su partido ni siquiera fueron sus corruptelas -por las que, por cierto, en un extraño caso de “político que palma”, purgó varios años-, sino que el buen señor se largara del país, reconocimiento implícito de su culpabilidad, sin observar rigurosamente los protocolos de conducta del buen militante pesoíta pillado in fraganti, a saber: aferrarse al sillón; poner carita de cordero degollado; no dar una sola explicación; ridiculizar a los que le preguntan, cuando no cachondearse de ellos; amenazar de querellas que no se presentan nunca; recibir cual ofendida reina la retahíla de inquebrantables adhesiones de los conmilitones; y esperar a que la tormenta amaine, la oposición se calme, los periodistas se aburran, o un hastiado público dé la espalda al mensajero en vez de dársela al que se pringó las manos.
Bastante penoso lo suyo, Sr. Blanco. Particularmente decepcionante para cuantos, como yo, “no le teníamos ganas” y habíamos creído que era Vd. un poquito mejor que lo que le rodeaba. Pero por encima de todo, patético el comportamiento de sus conmilitones “poniendo la mano en el fuego”. Algo que muchos de ellos no harían ni por sus padres, menos aún por sus propias personas, si poner la mano en el fuego no fuera una simple metáfora y el precio a pagar para seguir sentado en la poltrona, y sí, en cambio, la ordalía que era en los tiempos antiguos, a saber, un modo de demostrar que se decía la verdad poniendo la mano sobre el fuego purificador. O si, menos sanguinariamente, todos aquéllos que tan ostentóreamente lo hacen por personas a las que apenas les une un carnet, hubieran de correr la misma suerte de aquél por el que la ponen, aunque ésta fuera la dimisión.
Como solución para dignificar un poco la política patria, no estaría tan mal, ¿no le parece? Más de uno, seguramente, se lo pensaba dos veces antes de hacerlo. Sobre todo en un caso con tan mal olor como el suyo, Sr. Blanco.
©L.A.
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