Domingo, 22 de diciembre de 2024

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La dimisión del Papa

por César Uribarri


La caja de los vientos de Socci a veces es más peligrosa que la de Pandora. Su entrañable amistad con Monseñor Bertone dio paso a un cruce de acusaciones mutuo con motivo del tercer secreto de Fátima de tal modo que quien antes tuvo siempre abiertas las puertas del Vaticano, una vez enemistado con Bertone, vio dificultado su acceso al tal lugar y a la información. Y de esa "casa cerrada" saca Socci un nuevo vendaval periodístico. ¿Son sus fuentes descontentos con Bertone o amistades no perdidas a pesar de la presión del segundo del Vaticano? El hecho es que la portada dominical de ayer del diario Libero puede suponer el inicio de una nueva presión contra el Papa.
 
 
¿Se plantea el Papa, sinceramente, dimitir en abril del 2012? ¿Qué hay de cierto en ello? Socci dice recoger lo que circula por los despachos vaticanos más importantes, la hipótesis personal del Papa de que llegado a los 85 años, por tanto ese próximo abril, pudiera dimitir. Andrea Tornielli esboza el artículo de Socci, y a él me remito (aquí). Pero sin duda encierra una doble cuestión que conviene tener en cuenta por cuanto los motivos de una posible dimisión dados por el mismo Ratzinger serían dos: el primero una" imposibilidad física, psicológica y mental de llevar a cabo su cometido". El segundo, la "incapacidad para poder soportar todo", aunque sea sólo desde el punto de vista físico.


El primer motivo le parece a Ratzinger razonable, y en determinados casos hasta un deber. Pero el segundo es una tentación por la que el Papa ya ha pedido oraciones: “rezad, para que no huya de los lobos” diría en sus primeros días de pontificado. Se hace comprensible ese miedo ante la incertidumbre de poder soportar tanta presión y persecución con una naturaleza humana no sólo frágil por sí misma, sino especialmente por cuanto está cargada de años. Es en ese “cansancio” interior, en esa debilidad para soportar tanto sufrimiento, donde el Papa encuentra una tentación rechazable: “rezad, para que no ceda ante los lobos”. Porque si es por dificultades, el Papa no piensa dimitir. Más bien es en ellas donde el Papa encuentra su mayor estímulo para poner su confianza en Dios.

 
El que Benedicto XVI pueda haber meditado sobre esa posibilidad de dimitir en abril del año 2012 exige, conociéndole, presumir que considere cumplida para ese tiempo su labor, esto es, el cometido que se había marcado. O lo que es igual: la realización de esa hoja de ruta que se había trazado en el inicio de su pontificado. Y es aquí, en esta presunción, donde el misterio Ratzinger adquiere una condensación espiritual llamativa. No quiero entrar en la conveniencia o no de dicha dimisión, sino en lo que indica por parte de una persona metódica y responsable que sólo abandona la labor cuando la considera cumplida, o cuando entiende que su dirección puede dificultar ese alcanzar las metas trazadas.
 
 
¿Cuál es, entonces, esa hoja de ruta del Papa Ratzinger? Sin ánimo de exhaustividad se descubre en él una simplificación de las metas en comparación con su predecesor. Juan Pablo II quiso que la palabra de Dios llegara a todo el mundo. Benedicto XVI “se conforma” con barrer el camino de la fe para que así se pueda percibir con más nitidez no sólo sus límites sino especialmente su contenido: es decir, ese retomar de la disciplina moral y litúrgica es para el Papa paso necesario para que se pueda caminar hacia Dios y para que Dios pueda avanzar hacia el hombre. Lo ha dicho en Alemania con palabras rompedoras: “No se trata aquí de encontrar una nueva táctica para valorizar otra vez la Iglesia. Se trata más bien de dejar todo lo que es mera táctica y buscar la plena sinceridad, que no descuida ni reprime nada de la verdad de nuestro hoy, sino que realiza la fe plenamente en el hoy viviéndola totalmente precisamente en la sobriedad del hoy, llevándola a su plena identidad, quitando lo que sólo aparentemente es fe, pero en realidad no son más que convenciones y hábitos.” Es decir, acudir de nuevo al encuentro de Cristo (y para el Papa, hay que repetirlo, Cristo Eucaristía) para sólo así poder ir al encuentro del hombre.


Y es que en esta línea se ven los pasos del Papa: el redescubrimiento eucarístico, en el que lo Sagrado vuelve a presentarse ante el hombre como algo anterior a él, que no puede ser manipulado a su antojo, pero ante Quien se puede caer rendido en adoración y súplica. En cierto modo es un nuevo iluminar el verdadero nucleo central de la Iglesia, ese centro y raíz sobre el que debe girar toda acción de la Iglesia: el cuidado y la adoración eucarística. Y de allí manarán las fuerzas para llegar al hombre, para sanarlo y acompañarlo.

 
El que en abril del 2012 pudiera ver cumplida su misión significaría que para el Papa las tareas que se marcó podrían entenderse como cumplidas o cuanto menos bien encaminadas. ¿Cuáles? La vuelta a la sacralidad litúrgica, la reunificación de los hijos dispersos de la Iglesia (donde curiosamente están representadas las “tradiciones” litúrgicas católica y evangélica y a la que parecen querer unirse la luterana, quedando la ortodoxa, si bien aún lejos, más cerca que nunca) y las medidas disciplinares que eviten que el escándalo deje de ser el misterio de la Cruz para serlo, en cambio, la vida disoluta y perversa de los hijos de la Iglesia. Y todo ello sin dejar de lado su apuesta intelectual más compleja de procurar que fe y razón se den la mano, como antiguamente.
 
 
La rumorología de la dimisión del Papa tiene, por tanto, una parte positiva, y es que considera que los pasos que ha ido dando ven sus frutos. Cierto que para ello fue necesaria la labor titánica de Juan Pablo II, donde la Virgen cobró principalísimo lugar, porque sin tal precedente esta labor silenciosa de Benedicto XVI hubiera enfrentado dificultades mayores. Pero la problemática de la edad, de la limitación de los años no parecen pesar en un papa poco deportista que ha dejado asombrados a tantos con su capacidad de resistencia. De hecho “esas tentaciones del Papa” recuerdan al bueno del cura de Ars con sus continuas tentaciones de retirarse del mundo, de recluirse en un convento. Tentación que siempre le acompañó durante su vida, y hasta tres veces  dio inicio a su ejecución, para luego volver al confesionario de Ars, dolido y apenado por no poderse reitirar a meditar sobre lo que él consideraba "su miserable vida". Así el Papa.


De él sabemos que antes de morir Juan Pablo II le pidió retirarse a escribir, a lo que el beato Wojtyla le pidió un último esfuerzo. Y esa dulce tentación a la que se entregó como Cardenal decano al ver cumplida su misión tras la muerte de su querido predecesor y de la que le sacó “violentamente” un cónclave que le quiso Papa. Al menos ahora parece venir esa tercera tentación: “he cumplido. Ya puedo retirarme.” Y quizá teóricamente el mismo Ratzinger ha argumentado a su favor, preparando el camino, favoreciendo la tentación, pero como al bueno del cura de Ars, aunque se hayan dado pasos reales en esa línea (esas entrevistas con Peter Sewaald, ese repensar teórico sobre la cuestión, ese ver que sus metas trazadas se van realizando) fue el clamor (y persecución) de su feligresía la que le hizo volver a su puesto, que no era otro que morir con las botas puestas en su confesionario.
 
 
De su salud, de la salud del Papa, se cuida Dios y la metódica vida que lleva. De lo otro, la capacidad de poder soportar, es de lo que debemos cuidarnos nosotros no cejando en la oración y en el afecto por él. Cierto que le podría dar por retirarse, como al bueno de Juan María Vianney, pero sus hijos de Ars han dejado un buen precedente, cuando en muchedumbre marcharon tras su búsqueda para evitar que cediera ante la tentación de su dimisión.
 




x   cesaruribarri@gmail.com
 
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