Viernes, 29 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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7h del 7 de septiembre, en las tapias del Cementerio de Toledo

por Jorge López Teulón

Así nos relata el Padre José Vicente Rodríguez, ocd la biografía del carmelita mártir Gregorio Sánchez Sancho.
 
Beato Tirso de Jesús María
 
Nació el 19 de abril de 1899 en Valdecarros (Salamanca), fue bautizado solemnemente el día 23 del mismo mes y recibió la confirmación en octubre de 1909. Era el tercer hijo de una familia de labradores charros. Ya desde muy pequeño estaba siempre con los libros en la mano.
 
Fue a Medina a estudiar en el Colegio teresiano. Durante sus años medinenses se hizo famoso por sus colaboraciones en “El Nubarrón” y en “La Nubecilla”, dos revistas del Colegio. Ya apuntaba en él el buen escritor y literato y poeta que iba a ser. En la segunda quincena de junio de 1915, terminado el curso, salió para el noviciado de Segovia, y tomó el hábito el día 30 del mismo mes con el nombre de Tirso de Jesús María. Su profesión religiosa fue el 23 de julio de 1916. Los estudios de filosofía y teología los hizo en Ávila, en Toledo y en Salamanca, dedicándose también a la poesía en estos años (19201923).
 
El 22 de diciembre de 1923 fue ordenado sacerdote en la iglesia del Seminario conciliar de Segovia. A los pocos días cantaba la primera Misa en su pueblo natal.
 
El Padre Tirso emprendió el camino de Cuba. Ya estaba en la isla en febrero de 1924. Se estableció en la parroquia del Carmen de La Habana y aquí estuvo hasta finales de 1927. En Cuba, de La Habana pasó a Ciego de Ávila. Sus actividades ministeriales en Ciego de Ávila fueron  múltiples: director del Apostolado de la Oración, predicador de los sermones de más compromiso: nuestra Señora de la Caridad, Patrona de Cuba, sermón de la Soledad el Viernes Santo, etc. Además del trabajo de bautizos, catequesis, bodas en la parroquia de San Eugenio de Ciego y por los diversos poblados, fue Tirso uno de los más asiduos colaboradores de la revista “Vida parroquial”. En 46 números de dicha revista publicó 6 artículos en prosa y 34 composiciones poéticas.
 
De Ciego de Ávila pasó a Matanzas en marzo de 1929. En Matanzas era el rey del púlpito, y le llamaban el sinsonte del Carmelo, pájaro cantor de América. De Matanzas pasó a Sancti Spiritus. En 1933 hubo cambio de Superiores en España y a Tirso le llegó la orden de regresar a la península después de casi diez años en la isla sin haber vuelto nunca a la madre patria.
 
Estaba de vuelta en España en septiembre de 1933 y fue destinado a la Comunidad de Toledo. Aquí tuvo más tiempo para componer poesías, escribir artículos y colaborar en la revista “Mensajero de Santa Teresa”. No dio tregua a la pluma ni tampoco a su predicación en Toledo, en Madrid, en Talavera, en Salamanca, etc.
 
Y, a partir de aquí, así narrábamos en “Toledo 1936, Ciudad mártir” (2009, Cáp. 33, pág. 243ss) los últimos días del carmelita mártir.
 
La detención del último carmelita vivo
 
Después de la matanza de los quince carmelitas de la Comunidad de Toledo, aún queda uno con vida.El padre Tirso de Jesús María estuvo predicando en el Templo Nacional de Santa Teresa, de la Plaza de España, en Madrid, la Novena de la Virgen de la Carmen. Terminó la novena con una enorme concurrencia de fieles y el P. Tirso volvió a Toledo, ya con el aviso del Padre Eusebio, su Prior, de que al llegar el 19 de julio, por la tarde, se refugiase en casa de la señora Antonia Martín y Carmen, en el nº 6 de la calle de las Bulas. Así lo hizo. Al día siguiente se acercó al convento. La tarde del 21 volvió a la casa que lo acogía y allí se quedó hasta el 24 de agosto, llevando una vida de oración y de piedad admirable.
 
El pasado 24 de agosto se presentaron los milicianos a registrar la casa. Al llamar a la puerta, el Padre Tirso, con resolución, dijo:
 
- Voy yo a abrir.
 
Antes de hacerlo, se puso de rodillas ante una imagen de la Virgen que hay cerca de la entrada. Abrió la puerta y, sin saludos previos, los marxistas, le preguntaron:
 
- Usted tendrá toda su documentación arreglada, ¿verdad?
 
El P. Tirso, que aunque está en España desde 1933, ha pasado diez años en Cuba como misionero, respondió:
 
- No la tengo y he perdido la cédula. Hace muy poco tiempo que estoy en España.
 
Se lo llevaron a prestar declaración. Y, cuando regresó, le pidió a la señora Antonia que le preparase un poco de tila. Antes de que la mujer le entregara el vaso, los marxistas estaban de vuelta y esta vez se lo llevaron definitivamente.
 
Después de varios traslados, el 27 de agosto ingresó en la Prisión Provincial en calidad de detenido a disposición del Gobernador Civil, para proceder a un juicio formal.
 
Toma de declaraciones en la Prisión
 
El Juzgado Especial del Tribunal Popular de la ciudad, con mandamiento del día 3 de septiembre decretó prisión incondicional para el Padre Tirso. Inmediatamente, el gobierno de Madrid ha nombrado a Don José González Serrano como Juez especial de la rebelión. Éste ha llegado a Toledo en los primeros días de septiembre. Y en la Prisión Provincial ha declarado Gregorio Sánchez Sancho (nombre civil del Padre Tirso de Jesús María), detenido como sospechoso.
 
El Juez pregunta:
 
-¿Cuál es su profesión?
 
El Padre Tirso vacila en cómo debe responder. Y, como tarda en contestar, el Juez le indica si es viajante de comercio, a lo que él asiente, aunque de una manera tácita. Luego niega haber tomado parte directa ni indirectamente en la rebelión, y haber hecho uso de las armas durante la misma. En ese momento del interrogatorio, el detenido mira al Juez con una expresión indefinible, y dice:
 
-Yo, señor, no soy viajante de comercio. Soy religioso carmelita.
 
Entonces el Juez le dice que por qué le ha revelado una profesión distinta. Pero el carmelita, con una sonrisa, también indefinible, contesta:
 
-Yo no dije, sino que asentí a lo que usted decía.
 
Y vuelve a negar que hubiera tomado parte directa ni indirecta en los sucesos de aquellos días.
 
Como no hay acusación alguna contra él, el Juez, ateniéndose a los términos de su declaración, da por terminada la misma, aclarando, en auto a continuación dictado, que no consta la existencia de indicio alguno, revelador de cualquier género de conducta delictiva. El detenido se muestra durante el interrogatorio con absoluta serenidad y modestia.
 
El Tribunal Popular expide cédula de notificación y citación, señalando “el día 6 de los corrientes [septiembre 1936] y hora de las nueve de la mañana para dar comienzo a las sesiones del juicio oral en la Causa número 1 del Juzgado especial de esta capital, contra Gregorio Sánchez Sancho, por rebelión militar”. Para más inri, el juicio se celebra en el Salón de Concilios del Arzobispado de Toledo.
 
Juicio paródico. La sentencia ya está dictada
 
El 6 de septiembre, el Padre Tirso sale de la prisión poco antes de las 9 de la mañana y es conducido al Salón de Concilios. En la parte acusadora, actúa como fiscal querellante Nicolás González Domingo, quien, en cumplimiento del artículo 15 del decreto de 25 de agosto de 1936, formula tres conclusiones, que trae ya especificadas y firmadas por él y por el secretario, Francisco de Mora, el 3 de septiembre.
 
En la marcha del juicio se endurece la acusación en la quinta pregunta, en la que se ha pasado a decir que el procesado “tomó parte activa en la agresión”, cuando en las conclusiones del fiscal del 3 de septiembre no aparecía claro si los que hicieron fuego desde el convento eran los guardias civiles únicamente (parapetados en el convento carmelita para impedir la entrada de los republicanos en la ciudad) o también los religiosos.
 
Cuando llega la hora del fallo, vistos los preceptos legales y los de general aplicación, se le hace poner al acusado en pie para escuchar:
 
-Fallamos que:
 
Debemos condenar y condenamos al acusado Gregorio Sánchez Sancho, como autor responsable del delito de rebelión militar de que ha sido acusado, a la pena de muerte, sin hacer expresa condena en cuanto a responsabilidades civiles por no haberse interesado. Asimismo, debemos omitir y omitimos todo pronunciamiento en relación con el hecho de la ocultación de nombre por no haber sido objeto de expresa acusación. Así, por esta nuestra sentencia, definitivamente juzgando, la pronunciamos, mandamos y firmamos.
 
Juan José González de la Calle, Leoncio R. Aguado, Domingo Segarra.
 
Durante el juicio, el P. Tirso niega rotundamente haber hecho uso de las armas, tanto él como sus hermanos del convento, y asegura que quien efectuó los disparos fue la Guardia Civil. Por ello, el P. Tirso rechaza la acusación de que es objeto. Y escuchada la sentencia, el carmelita la acoge con tranquilidad y grande serenidad de espíritu, feliz de ser muerto sólo por ser religioso carmelita y sacerdote. La fuerza pública lo lleva de nuevo a la cárcel provincial y allí queda desde las 11,30 de la mañana.
 
Escrita desde la prisión

 
Devuelto a la prisión después del juicio y la condena, en lo que le queda de la mañana o en la tarde-noche, el Padre Tirso de Jesús María, estando ya condenado, escribe la siguiente carta de despedida a los suyos:

Sr. Don Juan Sánchez, Valdecarros (Salamanca).
Amadísimos padres, hermanos, sobrinos y demás familia: Por conducto del Sr. Director de la cárcel, deseo llegue a su poder la presente con todos mis últimos documentos.
Como verán por ellos, no he cometido delito ninguno. Un tribunal de guerra me condena a la pena de muerte. Son cosas de la guerra. ¡Cúmplase la voluntad de Dios! ¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea! A todos les tengo presentes y les abrazo a todos con el deseo de que sean muy felices en esta y en la otra vida. Sean todos muy buenos. Perdonen y bendigan y amen a todos, como yo les amo y perdono y bendigo. No se ocupen de mí más que para rezar por mí.
Adiós. Les bendice y abraza: Grego Sánchez. Toledo, 6. IX. I936.
 
La mañana de la beatificación del Padre Tirso de Jesús María, el 28 de octubre de 2007, mientras los fieles que llenaban la Plaza de San Pedro se preparaban para comenzar la Santa Misa, junto a otros testimonios fue leída esta impresionante carta de la víspera de su martirio. Bajo estas líneas, las cajas con los restos de los mártires en el altar de la iglesia de los PP.Carmelitas de Toledo.

 
Al amanecer del 7 de septiembre
 
El alférez Juan Ribas, encargado del reo, anota en el expediente del Padre Tirso: “En el día de la fecha y a las 6 de su mañana, me hago cargo del detenido que menciona la presente orden. Toledo, 7 de septiembre de 1936”.
 
Se lo llevan con el engaño de que va a la cárcel de Ocaña. Pero al divisar los cipreses del cementerio, dice a sus conductores:
 
-¿No decían que me llevaban a Ocaña?
 
Ellos se limitan a contestarle que tienen que cumplir la sentencia.
 
Al llegar junto a las tapias del cementerio de Toledo, lugar de su ejecución, los soldados, los guardias de Asalto y los milicianos se echan suertes, delante de él, para designar a los que han de fusilarlo. Luego le preguntan de qué forma disparan y si le vendan los ojos. El P. Tirso contesta que como ellos quieran, pero sí pide que le venden los ojos. Su serenidad, verdaderamente, es impresionante. Teniendo un crucifijo en las manos y cubriéndole de besos, al mismo tiempo pronuncia palabras de conmiseración, cariño y perdón para todos los que se disponen a poner fin a su vida. Con las manos cruzadas, y teniendo en ellas la cruz, pide perdón a Dios una y otra vez por sus enemigos, hasta que recibe la descarga, conmoviendo los corazones de sus verdugos.
 
Uno del cementerio que, por orden de Don Antonio Alcoba, administrador del mismo, ha facilitado el trozo de tela blanca con que le han tapado los ojos al carmelita antes de ser fusilado, al ir a recoger el cadáver del P. Tirso nota que aún está con vida. Avisa a los milicianos, y éstos, a su vez, llaman al capitán médico para observarle, comprobando que en efecto aún tiene vida. Entonces los milicianos lo rematan disparando nuevos tiros. Tras confirmar su muerte, lo llevan a enterrar.
 
Dos apuntes sobre el final de la historia
 
Después del asesinato del carmelita, algunos milicianos siguen con el ensañamiento acudiendo a casa de la señora Antonia Martín, en donde el fraile estuvo recogido hasta el 24 de agosto, para informarle del asesinato del Padre Tirso.
 
-¡Ya le hemos matado!, le dicen a la pobre mujer.
 
Aunque otro, admirado de la entereza y valor del Padre, exclama:
 
-¡Qué hombre..., qué hombre hemos matado! ¡Me ha dado lástima!
 
            Mientras, en Madrid, el Gobierno decide el indulto de Gregorio Sánchez Sancho. Pero, con la prisa morbosa por matarlo, cuando llegue a Toledo tal comunicado, el asesinato del Padre Tirso de Jesús María habrá sido consumado… días antes.
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