18h del 18 de agosto, en el cementerio de Valdealgorfa
Seguro y valiente
Conservo esta fotografía porque apareció publicada en el diario La Razón. Fue la primera vez que la vi. Después con el título de “Seguro y valiente” apareció publicada en el n° 637 de Alfa y Omega con el siguiente comentario:
Es un sacerdote, un instante antes de ser fusilado a causa de su fe.
La foto estaba en el despacho del recientemente fallecido, en trágico accidente de montaña, don Pablo Domínguez, Decano de la Facultad de Teología San Dámaso, de Madrid.
El pasado mes de enero, lo visitaron unos Legionarios de Cristo.
He aquí su testimonio:
-«¿Eres tú, Pablo, hace unos años?», le preguntamos.
-«¡No!», y sonriendo dijo que le gustaría haberlo sido...
«La conseguí en Moscú, en un congreso. Me gustó y, al leer las frases del recuadro, me interesé mucho más. Es la fotografía -lo explicaba brillándole los ojos, se sentía emocionado y con ganas de imitarle; parecía que hablaba de sí- de un sacerdote español, el Beato Martín Martínez, operario diocesano, natural de Valdealgorfa (Teruel), diócesis de Zaragoza. Se la tomó un fotógrafo ruso que estaba entre los republicanos, durante la guerra civil española. Fijaos bien en su mirada firme, los brazos en jarras, seguro y valiente... Se la tomaron un segundo antes de fusilarlo».
Lo que no sé, es si el diario La Razón, que la publicó varios años antes, la consiguió también por esa vía o por la de su propietario la Agencia EFE. El comentario que aparece en wikipedia es el siguiente respecto a la entrada del mártir Martín Martínez Pascual:
“Es mundialmente conocido por la fotografía que le tomó segundos antes de ser fusilado el fotógrafo alemán (Hans Gutmann) más conocido como Juan Guzmán (19111982). En el lateral de la fotografía original se lee la leyenda: Es propiedad de EFE WAR JUAN GUZMAN “Huesca, Spain, Guerra Civil Española, Zona Republicana titulada Sacerdote capturado por las fuerzas republicanas, instantes antes de ser fusilado” 1936.
Dos polémicas
El Beato Martín Martínez Pascual es fusilado, como podemos leer a continuación, en su pueblo natal, Valdealgorfa, provincia de Teruel y diócesis de Zaragoza. Wikipedia dice, sin embargo, que fue en Siétamo, municipio situado a 12 km de Huesca. Eso es porque nuestro fotógrafo coloca Huesca en la leyenda de la fotografía como lugar del martirio. Hans Gutmann Guster era un fotógrafo alemán que se unió a las Brigadas Internacionales en Barcelona en el 1936 y combatió contra las tropas de Franco en el noreste de España. Realizó muchas fotografías en Barcelona y en las trincheras entre 1936 y 1937. Cuando se marchó a vivir a Méjico castellanizó su nombre haciéndose llamar Juan Guzmán. Las fotografías fueron donadas por su viuda a la agencia EFE tras su muerte. Ésta sería una de ellas, junto a la de la famosa miliciana del Hotel Colón de Barcelona. Para mí, primera polémica zanjada: un extranjero perfectamente puede confundir las localidades y poner una por otra. Aunque quede claro que por lo menos hay 200km de distancia entre Valdealgorfa y Huesca.
La segunda polémica es respecto a la foto que se conserva y que aparece en la red y esta otra foto.
En primer lugar el joven mártir tenía 25 años. Con lo cual no hay muchas fotografías de él. En grupo donde apenas son imperceptibles los rasgos faciales y esta otra de joven seminarista. Tras muchos dimes y diretes en la red, creo acertado el siguiente comentario:
Hoy he estado en Valdealgorfa. No he podido localizar a gente muy cualificada sobre el tema. Pero con quienes he hablado confirman que la foto es del Beato Martín. Me he sentido un poco violento preguntando, con la estampa en la mano, si es él. Dan la vuelta a la estampa y te dicen ¿No ve lo que pone aquí?
Valdealgorfa es un pueblo de unos 800 habitantes donde todo el mundo se conoce. Ellos han editado la estampa con la foto de “su” Beato y casi se ofenden cuando les planteas la pregunta. Es impensable que en Aragón hayan editado, en su propio pueblo, una estampa con la imagen falseada.
Comparando las dos fotografías yo creo que pueden corresponder perfectamente a la misma persona. La nariz, la comisura de los labios, los ojos y la frente, con la línea de salida del cabello, son las mismas. Veo algo diferentes la línea de las cejas, quizá la boca y la oreja, aunque ambas fotos no están tomadas desde el mismo ángulo y eso distorsiona un poco la imagen.
Lo que cambia radicalmente es la expresión, pero es que las situaciones son extremadamente distintas: Tu foto es la de un seminarista, repeinado y gordinflete, con una sonrisa artificial, esperando el disparo de un fotógrafo para dejar constancia en un carnet o en una orla de compañeros de curso.
La otra es la de un hombre que lleva casi un mes escondido en un pajar, mal alimentado, sin ningún cuidado higiénico. Que ha salido de su escondite para salvar la vida de su padre, que no está posando para el fotógrafo, y lo que espera con un gran coraje, es una ráfaga de balas que le envíen directamente al cielo con la corona del martirio puesta.
Yo lo veo así. De todas maneras cuando tenga más oportunidades de aclarar tus dudas lo intentaré.
(Comentario hecho en www.19361939.com/?p=3280, el 1 de mayo de 2010, por Pedro J. Bel Said)
Para mí, segunda polémica zanjada: ya saben lo que dicen los italianos: se non è vero, è ben trovato. Yo creo que sí que es él. Y si no, el mismo fotógrafo dejó claro que se trataba de un sacerdote que afronta el martirio por su condición sacerdotal. Así pues, en él están representados los miles de sacerdotes sacrificados en la contienda.
Beato Martín Martínez Pascual
Nació en Valdealgorfa, provincia de Teruel y diócesis de Zaragoza, el 11 de noviembre de 1910. Fueron sus padres Martín Martínez Callao y Francisca Pascual Amposta. Fue bautizado al día siguiente de nacer. Su vocación surgió del contacto con un sacerdote ejemplar, don Mariano Portolés, que suscitó muchas vocaciones en Valdealgorfa. Este sacerdote cultivaba con esmero los gérmenes de vocación y acompañaba a los seminaristas en vacaciones.
De niño entró en el Seminario de Belchite y luego continuó en el Seminario mayor de Zaragoza donde hizo todos los estudios, salvo el último curso 1934-35, que ya había ingresado en la Hermandad. Recibió la ordenación sacerdotal el 15 de junio de 1935. Fue destinado como formador al Colegio de San José de Murcia y como profesor del Seminario diocesano de San Fulgencio. Terminado el curso, hizo los ejercicios espirituales en Tortosa del 26 de junio al 5 de julio de 1936. Luego marchó de vacaciones a su pueblo y allí le sorprendió la persecución.
El 26 de julio, avisado de que lo buscaban para matarlo, se escondió en casa de algunas familias amigas. Más tarde huyó a una finca a tres kilómetros del pueblo y se ocultó.
El Beato Juan Pablo II lo beatificó el 1 de octubre de 1995
Fue beatificado junto a otros ocho miembros de la Sociedad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, todos rectores y maestros en Seminarios. La lista la encabeza el padre Pedro Ruiz de los Paños y la completan: José Sala Pico, Guillermo Plaza Hernández, Recaredo Centelles Abad, Antonio Perulles Estivill, Martín Martínez Pascual, José Pascual Carda Saporta, Isidro Bover Oliver, José Peris Polo; éste es un primer grupo de nueve beatificado, sobre un total de treinta sacerdotes de la Hermandad, absurdamente asesinados
El Operario diocesano Juan de Andrés Hernansanz escribió en 1990 el martirologio de los Operarios Diocesanos. Con el título “Testigos de su sacerdocio” el autor nos acerca a la historia, la vida y la muerte de los 9 miembros de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos beatificados que murieron entre julio y octubre de 1936. Son los primeros meses de la sangrienta contienda que calcina España a lo largo de tres dolorosos años. La obra es a un tiempo biografía y libro de actas martiriales. Lo podéis leer en internet:
Dejemos a Juan de Andrés Hernansanz que nos narre el último día del Beato.
El acoso brutal y definitivo
El 17 de agosto, por la noche, llegaron muchos milicianos forasteros, y empezó a correrse la voz de que iban a matar a todos los sacerdotes. Era el primer objetivo de aquellos pobres asesinos. Era la consigna que habían recibido. El sacerdote Fuster Antolín vio pasar el “camión de milicianos forasteros. En la plaza oí que preguntaron a los del pueblo, lo primero, si habían matado al cura, y después les dijeron que habían de derribar una cruz que había a la entrada del pueblo, y que si no la derribaban, los matarían a ellos”.
El 18, por la mañana, muy temprano, dieron un bando -era ya el tercero, y el ultimátum- para que todos los que tuvieran sacerdotes en su casa, los entregaran. Si no lo hacían, serían pasados por las armas. El Beato Martín Martínez huyó al campo, a la cueva que había en la finca del señor Venancio, según habían acordado éste y el padre de mosén Martín. Poco tiempo estuvo allí. Lo suficiente para respirar aire puro después de tantos días de encierro, para despejar un poco la cabeza y para orar mucho.
A raíz del bando conminatorio se presentaron los sacerdotes, a quienes encarcelaron en el calabozo del Ayuntamiento. Un grupo de seglares, por el hecho de ser católicos destacados, estaban ya encarcelados en una ermita del pueblo. Mosén Martín había ido al campo, a la cueva de la finca del señor Venancio.
Al no presentarse Martín Martínez, los milicianos “fueron a su casa y detuvieron a su padre, obligándole a que les descubriese el escondite de su hijo”. El padre de mosén Martín estaba dispuesto a morir con tal que se salvara su hijo. Pero es terrible la crueldad de odio tan cerril, obligando a un padre a entregar a su hijo. El padre del siervo de Dios envió recado a su hijo para que se enterara de cómo iban sucediéndose los acontecimientos, y rogándole que se escapara para no ser detenido y fusilado. Dice el señor Venancio: “El padre del sacerdote vino a mi casa para encargarme que fuera a donde estaba su hijo y le comunicara esto; pero que le dijera que no volviera al pueblo”.
Con razón afirma un testigo: “Le hubiera sido fácil huir”. Mucho más cuando así se lo aconsejaban y facilitaban las personas que lo encontraron cuando venía corriendo, a toda prisa, para presentarse al Comité, teniendo la seguridad de que lo matarían.
Amó y se entregó
Vino al pueblo, desde el campo. “Vino con alegría. Esto lo sé por una vecina, llamada Teresa Expósito, que le encontró cuando iba a entrar en el pueblo y, al querer disuadirle, el siervo de Dios le dijo que iba precisamente a presentarse, sabiendo que iban a matarle”.
El señor Benigno Peris Seguer, que era uno del Comité “le salió al paso, era muy amigo de su familia. Le dijo que le podía salvar, y que a sus familiares no les pasaría nada, que era sólo para amenazarles. El siervo de Dios rechazó este ofrecimiento con una valentía extraordinaria. Le dijo entonces el siervo de Dios que de antemano perdonaba a todos; le dio unos abrazos para sus familiares y el encargo de que perdonasen a sus asesinos”.
Confesó y no negó
Cuando el siervo de Dios recibió la noticia de que su padre había sido arrestado, “dijo que su obligación era salvar a su padre y correr la suerte de los demás sacerdotes. Y se fue de prisa al pueblo”. Los del Comité del pueblo querían, en general, salvar a Martín a toda costa. Era muy bueno. Era muy joven. Era muy querido. Quisieron valerse de una estratagema: convencer a los “forasteros”, a los del Comité de Alcañiz, que Martín era un estudiante y todavía no era sacerdote. Cuando llegó el siervo de Dios al Comité, “le preguntaron: -¿Eres tú Martín Martínez, el estudiante? Y él dijo que era Martín Martínez; pero que era sacerdote como los demás que tenían allí”.
A mosén Martín le urgían dos cosas: salvar a su padre y poder dar la comunión por viático a sus hermanos sacerdotes antes del martirio.
Camino del Calvario
Mosén Martín Martínez “estuvo minutos nada más en la cárcel”. Lo suficiente para dar a Cristo y comulgar él mismo con los otros sacerdotes. La comunión más fervorosa para todos ellos, sin duda. Además, no la esperaban. Martín la había guardado para el día de su sepultura. Tan poco tiempo estuvo que, al llegar al pueblo el señor que le llevó recado con lo de su padre, ya oyó los disparos que mataban a las víctimas.
En una ermita del pueblo, la de Nuestra Señora del Buen Suceso, tenían encarcelado los milicianos a un grupo de seglares, que también fueron fusilados con el siervo de Dios.
Sacaron a los sacerdotes del calabozo del Ayuntamiento y los llevaron caminando hasta la Plaza del Convento, muy cerca de la casa de mosén Martín. Allí había un camión, esperándolos. Benigno Peris, el miliciano, estaba allí también esperando, y se acercó a mosén Martín para decirle que había cumplido su encargo de dar un abrazo a sus padres y darles el consejo de que perdonaran a sus asesinos. Él me dio un millón de gracias y me dijo que rogaría por mí desde el cielo. Ese mismo camión recogió después a los seglares que mataron ese día.
Muchos vieron el espectáculo de aquellos sacerdotes y seglares camino de la muerte. Interesaba a los esbirros que la gente escarmentara y no se le volviera a ocurrir ser buena.
Murió de frente
Los llevaron hacia el cementerio y allí, junto al camino, los mataron. Le mataron de frente, porque él no quiso ponerse de espalda, porque no había hecho ningún mal.
Un miliciano que presenció la ejecución cuenta que “el siervo de Dios, cuando le dijeron, al ir a matarle, que se pusiera de espalda, contestó que quería morir de frente, y que había sido muy valiente y gritó en aquel momento: ¡Viva Cristo Rey!”.
Los disparos se oyeron muy bien desde el pueblo. Lo manifiestan los testigos. Lo mataron el 18 de agosto, martes, a las seis de la tarde.
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