Últimas horas del 9 de agosto, en el Clínico de Barcelona
La Orden de San Juan de Dios en Colombia
Como los mártires nuestros hermanos
de tierra hispana, queremos ser
dar nuestras vidas, unir las mano
y prepararnos, para un nuevo amanecer
Cuando en 1920 la Orden de San Juan de Dios se estableció en Colombia, muchos jóvenes se acercaron y una parte de ellos fue enviada a España para completar su formación religiosa y su experiencia hospitalaria. En 1936, cuando estalla la Guerra Civil, en la Comunidad de Ciempozuelos (Madrid) se encontraban siete hermanos de Colombia. Ante la alarmante situación, los superiores decidieron repatriarlos, y tomaron contacto con la embajada de Colombia en Madrid, para que resolviera las cuestiones burocráticas.
Con un brazalete que decía que eran colombianos, fueron acompañados por un dependiente de la embajada en un tren de Madrid a Barcelona, donde debían tomar un barco para Colombia. En Barcelona los esperaba el cónsul colombiano, pero los milicianos los apresaron antes y los condujeron a la prisión de la calle Balmes. Al cónsul le fue prometido que los vería al día siguiente. Pero esa mañana temprano, el 9 de agosto, fueron fusilados. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de Montjuich, en la fosa Agrupación San Jaime 911. Tenían 23 años los dos menores, y 29 el mayor del grupo.
El día 25 de octubre de 1992 fueron beatificados los Mártires Hospitalarios: se trataba del Beato Braulio María Corres Díaz de Cerio, sacerdote; Federico Rubio Álvarez, sacerdote y 79 compañeros de la orden hospitalaria de San Juan de Dios. Entre estos se hallaban estos siete colombianos y el Santo Padre hace una referencia muy precisa a los mismos y al centenario de la evangelización:
“Especial mención merecen los siete hermanos hospitalarios de Colombia, por ser los primeros hijos de esa querida nación que llegan al honor de los altares. Ellos se encontraban en España completando su formación religiosa y técnica cuando el Señor los llamó a dar ese testimonio de la fe. En coincidencia con el V Centenario de la evangelización de América, se reconoció públicamente su martirio y lo presentaron como una primicia de la Iglesia colombiana”.
Estos son sus nombres:
· Beato Rubén de Jesús López Aguilar, de Concepción (Antioquia), 28 años.
· Beato Arturo Ayala Niño, nacido en Paipa (Boyacá), 27 años.
· Beato Juan Bautista Velázquez Peláez, de Jardín (Antioquía), 27 años.
· Beato Eugenio Ramírez de Salazar, nacido en La Ceja (Antioquia), 23 años.
· Beato Esteban Maya Gutiérrez, nacido en Pácora (Caldas), 29 años.
· Beato Melquíades Ramírez Zuloaga, nacido en Sonsón (Antioquía), 27 años.
· Beato Gaspar Páez Perdomo, nacido en La Unión (Huila), 23 años.
“Como los mártires” de Luis Alfredo Díaz
Uno de los Himnos -el llamado Himno Joven- compuesto con motivo de la Beatificación de los 498 Mártires del 28 de octubre de 2007 fue el de Luis Alfredo Díaz. Entre los mártires de la sangrienta persecución totalitaria marxista en España algunos fueron hispanoamericanos: en 1992 estos 7 hermanos colombianos o en 2007 había un dominico y un carmelita nacidos en México y un agustino nacido en Cuba. Por eso la estrofa de la canción repite:
Como los mártires nuestros hermanos
de tierra hispana, queremos ser
dar nuestras vidas, unir las mano
y prepararnos, para un nuevo amanecer
La historia
Los Hermanos colombianos hacía pocos años que habían entrado en la Congregación y en España sólo llevaban dos años de permanencia. Estos religiosos atendían una casa para enfermos mentales en Ciempozuelos cerca de Madrid. Al estallar la guerra, los milicianos detuvieron a todos los religiosos.
Cuando al embajador colombiano le contaron la noticia, pidió al gobierno que a estos compatriotas suyos por ser extranjeros los dejaran salir en paz del país, y les envió unos pasaportes y unos brazaletes tricolores para que los dejaran salir libremente. Y el Padre Capellán de las Hermanas Clarisas de Madrid les consiguió el dinero para que pagaran el transporte hacia Colombia, y así los envió en un tren a Barcelona avisándole al cónsul colombiano de esa ciudad que saliera a recibirlos. Pero en el billete de cada uno los guardas les pusieron una señal especial para que los apresaran.
El Dr. Ignacio Ortiz Lozano, Cónsul colombiano en Barcelona describió así en 1937 al periódico El Pueblo de San Sebastián cómo fueron aquellas jornadas trágicas:
“Este horrible suceso es el recuerdo más doloroso de mi vida. Aquellos siete religiosos no se dedicaban sino al servicio de caridad con los más necesitados. Estaban a 30 kilómetros de Madrid, en Ciempozuelos, cuidando locos. El día 7 de agosto de 1936 me llamó el embajador en Madrid (Dr. Uribe Echeverry) para contarme que viajaban con un pasaporte suyo en un tren y para rogarme que fuera a la estación a recibirlos y que los tratara de la mejor manera posible. Yo tenía ya hasta 60 refugiados católicos en mi consulado, pero estaba resuelto a ayudarles todo lo mejor que fuera posible. Fui varias veces a la estación del tren pero nadie me daba razón de su llegada. Al fin un hombre me dijo: “¿Usted es el cónsul de Colombia? Pues en la cárcel hay siete paisanos suyos”.
Me dirigí a la cárcel pero me dijeron que no podía verlos si no llevaba una recomendación de la FAI (Federación Anarquista Española). Me fui a conseguirla, pero luego me dijeron que no los podían soltar porque llevaban pasaportes falsos. Les dije que el embajador colombiano en persona les había dado los pasaportes. Luego añadieron que no podían ponerlos en libertad porque la cédula de alguno de ellos estaba muy borrosa. Excusas todas a cual más de injustas y mentirosas, para poder ejecutar su crimen. La única causa para matarlos era que pertenecían a la religión católica. Cada vez me decían “venga mañana”. Al fin una mañana me dijeron: “Fueron llevados al Hospital Clínico”. Comprendí entonces que los habían asesinado. Fue el 9 de agosto de 1936.
Aterrado, lleno de cólera y de dolor exigí entonces que me llevaran a la morgue o depósito de cadáveres, para identificar a mis compatriotas sacrificados.
En el sótano encontré más de 120 cadáveres, amontonados uno sobre otro en el estado más impresionante que se puede imaginar. Rostros trágicos. Manos crispadas. Vestidos deshechos. Era la macabra cosecha que los comunistas habían recogido ese día. Me acerqué y con la ayuda de un empleado fui buscando a mis siete paisanos entre aquel montón de cadáveres. Es inimaginable lo horrible que es un oficio así. Pero con paciencia fui buscando papeles y documentos hasta que logré identificar cada uno de los siete muertos. No puedo decir la impresión de pavor e indignación que experimenté en presencia de este espectáculo. Los ojos estaban desorbitados. Los rostros sangrantes. Los cuerpos mutilados, desfigurados, impresionantes. Por un rato los contemplé en silencio y me puso a pensar hasta qué horrores de crueldad llega la fiera humana cuando pierde la fe y ataca a sus hermanos por el sólo hecho de que ellos pertenecen a la santa religión.
Redacté una carta de protesta y la envié a las autoridades civiles. Después el gobierno colombiano protestó también, pero tímidamente, por temor a disgustar aquel gobierno de extrema izquierda.
En aquellos primero días de agosto de 1936, Colombia y la Comunidad de San Juan de Dios perdieron para esta tierra a siete hermanos, pero todos los ganamos como intercesores en el cielo. En cada uno de ellos cumplió Jesús y seguirá cumpliendo, aquella promesa tan famosa: “Si alguno se declara a mi favor ante la gente de esta tierra, yo me declararé a su favor ante los ángeles del cielo”.
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