Del informe Oxford sobre la tendencia humana a creer en Dios
por Luis Antequera
Sí señores, un estudio realizado por la Universidad de Oxford que ha costado la nada desdeñable cantidad de un millón novecientas mil libras, -vale decir, dos millones doscientos mil euros, vale decir trescientos sesenta y seis millones de pelas-, y tres años de trabajo, implicando a cincuenta y siete expertos en disciplinas tales como antropología, psicología, filosofía, en veinte países diferentes.
El verdadero objeto del estudio consistía en discernir si la fe en la divinidad era algo aprendido, y en consecuencia, trasmitido de padres a hijos o mediante la educación, o era, por el contrario, algo innato a la persona, como quien dice, impreso en el código genético.
El estudio saca algunas conclusiones sorprendentes: así por ejemplo, la de que los niños menores de cinco años hallan menos dificultad en creer o aceptar la existencia de capacidades sobrehumanas, que en aceptar las limitaciones del ser humano. Otra de las conclusiones, no por esperada menos llamativa, es la de que gentes de culturas bien diferentes y alejadas aceptan que, tras la muerte, una parte de su ser sobrevive.
El Dr. Justin Barrett, del Centro de antropología y de la mente de la Universidad de Oxford, y director del proyecto, ha declarado que “la fe pervive en las diversas culturas del mundo porque la gente que comparte el sentimiento religioso es más proclive a cooperar en sociedad”. Lo que explicaría, según él, que “el sentimiento religioso sea menos propicio a prosperar en aquellas grandes ciudades en las que ya existe una red de asistencia social más desarrollada”.
Por su parte, otro de los codirectores del trabajo, Roger Trigg, declara que “el conjunto de pruebas acumuladas sugiere que la religión es un hecho intrínseco a la naturaleza humana más allá de las diversas culturas”. Lo que por otro lado, le lleva a afirmar que “los intentos de eliminar la religión tienen corto recorrido, mientras el pensamiento humano parece hallarse enraizado en los conceptos religiosos tales como la existencia de agentes o dioses sobrenaturales, y la posibilidad de una vida después de la vida, o incluso, de una vida antes de la vida”.
Lo cierto es que, y ésta sería mi humilde aportación al estudio, mientras España en particular, y Europa en general, -Estados Unidos, curiosamente, mucho menos-, se constituyen hoy día en laboratorios en los que se experimenta con los diversos medios de combatir el hecho religioso, lo que uno contempla desde su reducido campo de visión es que dichos ataques son más eficaces para despertar la fe y la práctica religiosa que la mera indiferencia, por lo que están irremisiblemente abocados al fracaso. Un fracaso con el que, por cierto, ya han tropezado en muchos y muy diversos momentos de la historia, por lo que los que se perpetran actualmente no han de constituir los primeros en tal sentido.
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