Jueves, 21 de noviembre de 2024

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De la mujer que, tal día como hoy, vio resucitar a Jesús

por Luis Antequera

 
            Muchos son los enfoques que cabe realizar sobre el hecho de que quien ve por primera vez a Jesús una vez resucitado sea, precisamente, María Magdalena. Si me lo permiten Vds., me voy a adentrar hoy en uno un poquito más técnico, relacionado con el trabajo de una parte significativa de la exégesis evangélica, la de los que llamaríamos de una manera excesivamente amplia pero conveniente para entendernos, “los exegetas del Jesús histórico”, a saber, una serie de historiadores y teólogos sumamente críticos con el Evangelio, al que aplican una serie de métodos dirigidos a establecer hasta qué punto puede ser considerado una fuente fiable y no el producto de una serie de alucinaciones hagiográficas dirigidas a “inventar” literariamente un personaje, Jesús en este caso.
 
            Pues bien, dos de los instrumentos que esos Exegetas del Jesús histórico “aplican” a cada uno de los pasajes de los textos evangélicos, -los más importantes, por otro lado-, son los que se dan en llamar “el criterio del testimonio múltiple”, y “el criterio de la dificultad” (también llamado “lectio difficilior”). Veamos lo que significa cada uno de ellos y cómo se aplican al episodio evangélico que llamaré, en adelante, el Descubrimiento de la Magdalena.
 
            Primero, el criterio del testimonio múltiple, a saber, cuanto más sean los textos que aporten un dato y cuanto más diferentes sean esos textos, más probable es que el dato en cuestión sea históricamente cierto.
 
            Pues bien, el Descubrimiento de la Magdalena se registra con toda claridad en tres Evangelios, Marcos, Mateo y Juan, separados cronológicamente por más de cuarenta años (años 60 el de Marcos, años 70 el de Mateo, cercano al año 100 el de Juan), de los cuales uno, Juan, es muy diferente a los otros dos. Y el cuarto Evangelio, el de Lucas, aunque no recoja propiamente la aparición (en el relato de Lucas la primera aparición de Jesús parece ser para los discípulos de Emaús), hace un relato de los hechos en el que reconoce un protagonismo indiscutible al personaje que los otros tres textos convierten en protagonista central. A mayor abundamiento, versiones del suceso se recogen también en textos no canónicos, así el Evangelio de Pedro, apócrifo datable en el s. II, y de gran importancia en algún momento de la vida de la Iglesia, según sabemos por el testimonio de Serapion, obispo de Antioquía entre los años 190 y 200. Cuatro textos “y medio” (el medio es Lucas) pues, absolutamente diversos los unos de los otros: muchos textos, se lo aseguro, en términos de testimonio múltiple.
 
            Segundo, el criterio de la dificultad o lectio difficilior: según él, no es razonable que un autor incluya en su texto datos que se muestran incómodos para el propósito de su trabajo, y si lo hace, es que son necesariamente reales. Veamos pues como ajusta este criterio al episodio del Descubrimiento de la Magdalena.
 
            En el pensamiento, y no sólo en el pensamiento, sino también en la práctica judicial de los judíos, el testimonio de una mujer es menos valioso que el de un hombre, se acostumbra a decir que la mitad. Que ello es así cabe extraerlo de varios pasajes del Antiguo Testamento, como aquél en el que el Levítico realiza la valoración de un hombre y de una mujer a efectos de un voto:
 
            “Si alguien quiere cumplir ante Yahvé un voto relativo a una persona, la estimación de su valor será la siguiente: si se trata de un varón entre veinte y sesenta años, se estimará su valor en cincuenta siclos de plata, en siclos del santuario. Mas si se trata de una mujer, el valor será de treinta siclos. Entre los cinco y los veinte años el valor será: si es chico, veinte siclos; si es chica, diez siclos” (Lv. 27, 2-5).
 
            El judeo español Maimónides (n.1135-m.1204), uno de los grandes exégetas judíos del Antiguo Testamento, asegura que la palabra “testigo” citada en el Deuteronomio (Dt. 17, 6; Dt. 19, 15-21) está escrita en masculino, algo que, según él, no es así por casualidad.
 
            El propio Corán, que aunque no es propiamente un texto judío sí refleja bien el acerbo semítico de pensamiento, acude en respaldo de la tesis cuando dice.
 
            “Llamad para que sirvan de testigos a dos de vuestros hombres. Si no los hay, elegid a un hombre y dos mujeres” (C. 2, 282).
 
            Pues bien, esta importante dificultad, la escasa validez del testimonio femenino, apunta con el criterio de la dificultad a la franqueza y sinceridad de la percepción que los narradores tuvieron de que efectivamente Jesús había resucitado, pues de haberse tratado de una pantomima cabal e intencionadamente pergeñada y de no haber creído sinceramente en ella los que la relataban, sus autores judíos jamás habrían convertido a una mujer, menos aún en solitario, en la primera y principal avalista de dicha resurrección.
 
            Para que nos entendamos: es como si hoy día alguien pretendiera sostener la presencia de un OVNI en un determinado lugar sobre el testimonio de un niño de cuatro años: aunque él mismo tuviera por válido dicho testimonio, teniendo otros que considerara más presentables, se abstendría de utilizar el primero.
 
 
 
 
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