Martes, 26 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

A la luz el testamento del prior Christian de Chergé

Un monje asesinado en Argelia a su asesino: «Que se nos conceda reencontrarnos en el paraíso»

La película «De dioses y hombres» reveló los detalles de la vida de los siete trapenses que en 1996 fueron secuestrados y degollados por radicales musulmanes.

Zenit

Christian de Chergé
Christian de Chergé

El 26 de marzo de 1996 siete monjes trapenses -cistercienses de la estricta observancia- fueron secuestrados de su monasterio de Nuestra Señora del Atlas, en Tibhirine, Argelia. Murieron degollados el 21 de mayo. Con ocasión del aniversario, la ciudad de Milán acogió la presentación del volumen «El jardinero de Tibhirine» («Il giardiniere di Tibhirine», Jean-Marie Lassausse con Christophe Henning, Cinisello Balsamo, Edizioni San Paolo, 2011). El libro incluye el testamento espiritual (firmado y fechado en Argel el 1 de diciembre de 1993 y en Tibhirine el 1 de enero de 1994; fue abierto el domingo de Pentecostés 25 de mayo de 1996) de uno de los monjes asesinados, entonces prior del monasterio. Ofrecemos el texto íntegro.

* * *
Si me sucediera un día -y podría ser hoy- ser víctima del terrorismo que parece querer involucrar ahora a todos los extranjeros que viven en Argelia, desearía que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida estaba entregada a Dios y a este país. Que aceptaran que el único Señor de toda vida no podría permanecer ajeno a esta partida brutal. Que oraran por mí: ¿cómo podría ser hallado digno de tal ofrenda? Que supieran asociar esta muerte a tantas otras igualmente violentas, relegadas a la indiferencia del anonimato.

Mi vida no tiene más valor que otra. Tampoco menos. En cualquier caso, carece de la inocencia de la infancia. He vivido lo suficiente como para saberme cómplice del mal que, lamentablemente, parece prevalecer en el mundo, y también de aquel que podría golpearme ciegamente.

Llegado el momento, querría tener ese instante de lucidez que me permitiera solicitar el perdón de Dios y el de mis hermanos en la humanidad, y al mismo tiempo perdonar de todo corazón a quien me hubiera golpeado. No podría desear una muerte semejante. Me parece importante declararlo. De hecho, no veo cómo podría alegrarme de que este pueblo al que amo fuera acusado indistintamente de mi asesinato. Sería un precio demasiado alto para la que, tal vez, llamarán la «gracia del martirio» debérsela a un argelino, quienquiera que sea, sobre todo si dice actuar por fidelidad a lo que él cree que es el islam. Conozco el desprecio con el que se ha llegado a rodear a los argelinos globalmente considerados. Conozco igualmente las caricaturas del islam que alienta cierto islamismo. Es demasiado fácil tranquilizar la conciencia identificando esta vía religiosa con los integrismos de sus extremistas.

Argelia y el islam, para mí, son otra cosa: son un cuerpo y un alma. Lo he proclamado bastante, según lo que he recibido de ellos concretamente, encontrando ahí con mucha frecuencia el hilo conductor del Evangelio que aprendí en las rodillas de mi madre, mi más temprana Iglesia, precisamente en Argelia y, ya entonces, en el respeto de los creyentes musulmanes. Evidentemente mi muerte parecerá dar la razón a los que me han tratado a la ligera como ingenuo o idealista: "¡Que diga ahora lo que piensa". Pero aquellos deben saber que por fin se liberará mi curiosidad más punzante.

He aquí que, si Dios así lo quiere, podré sumergir mi mirada en la del Padre, para contemplar con él a sus hijos del islam como él los ve, totalmente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de su pasión, in-vestidos del don del Espíritu,cuyo gozo secreto siempre será establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias.

Por esta vida perdida, totalmente mía y totalmente de ellos, doy gracias a Dios que parece haberla querido toda entera para ese gozo, a través y a pesar de todo.

En este gracias, en el que está todo dicho ya de mi vida, ciertamente os incluyo a vosotros, amigos de ayer y de hoy, y a vosotros, amigos de aquí, junto a mi madre y a mi padre, mis hermanas y mis hermanos, y a los suyos ¡el céntuplo acordado, como se prometió!

Y a ti también, amigo del último instante, que no habrás sabido lo que hacías. Sí: también para ti quiero este gracias y este «a-Dios» por ti previsto. Y que se nos conceda reencontrarnos, ladrones felices, en el paraíso, si así lo quiere Dios, Padre nuestro, tuyo y mío. Amén. Insh´allah.

[Traducción publicada por L´Osservatore Romano]

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