Del testigo de Jehová que rechazó una transfusión y se murió
por Luis Antequera
Informa la agencia de noticias Notiexpress de la muerte de un testigo de Jehová en Rosario (Argentina), Camilo Zampini, -el cual había sufrido un accidente de moto-, al presentar su mujer un documento autografiado por el finado en el que se negaba a recibir sangre por razones estrictamente religiosas relacionadas con la prohibición, sobradamente conocida, de tal práctica entre los testigos de Jehová.
Más allá de otros aspectos de la noticia como el relativo a la autenticidad del documento esgrimido por la esposa, o la discusión sobre si la causa de la muerte radicó en la no realización de la transfusión o en los traumatismos derivados del accidente, me ha interesado profundizar en las razones que aducen los seguidores de la conocida secta cristiana para cumplir con tan estricta práctica como es la de negarse a recibir transfusiones de sangre.
Para ello, nada mejor que acudir al testimonio de los propios testigos de Jehová, que encuentro en su página oficial watchtower.org. Pues bien, en ella encuentro los siguientes argumentos en contra de la práctica médica:
“5. La sangre también es sagrada a los ojos de Dios. Él dice que el alma, es decir, la vida, está en la sangre. Por eso comer sangre es incorrecto. También lo es comer la carne de un animal que no haya sido desangrado debidamente. Si un animal ha sido estrangulado o ha muerto en una trampa, no debe comerse. Si se le ha dado muerte con una lanza o de un disparo, hay que desangrarlo enseguida para poder comerlo (Génesis 9, 3-4; Levítico 17, 1314; Hechos 15, 28-29).
6. ¿Está mal aceptar una transfusión de sangre? Recuerde que Jehová exige que nos abstengamos de ella. Esto significa que no debemos introducir en nuestro cuerpo, por ninguna vía, la sangre de otra persona, ni siquiera la nuestra propia si ha sido almacenada. (Hechos, 21, 25). De modo que los cristianos verdaderos no aceptan transfusiones de sangre”.
En esos textos se citan, como se ve, cuatro pasajes bíblicos, que en realidad son tres pues Hch. 21, 25 es una reiteración de Hch. 15, 28-29. Del Antiguo Testamento éstos dos:
“Sólo dejaréis de comer la carne con su alma, es decir, con su sangre, y yo os prometo reclamar vuestra propia sangre: la reclamaré a todo animal y al hombre: a todos y a cada uno reclamaré el alma humana” (Gn. 9, 4-5)
“Cualquier hombre de la casa de Israel, o de los forasteros que residen entre ellos, que cace un animal o un ave que es lícito comer, derramará su sangre y la cubrirá con tierra. Porque la vida de toda carne está en su sangre. Por eso mandé a los israelitas: No comeréis la sangre de ninguna carne, pues la vida de toda carne está en su sangre. Quien la coma, será excluido” (Lv. 17, 1314).
Y ya en el Nuevo, éste:
“Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza” (Hch. 15, 28-29, repetido en Hch. 21, 25)
Textos de los que se extrae la prohibición, vigente entre los judíos, de comer sangre. Una sangre que, en la mentalidad hebrea, se identifica, como vemos bien en Gn. 9, 4-5, con el alma de las personas y hasta de los animales.
Puestos a leer la Biblia como con tanto rigor hacen los testigos de Jehová, llama la atención que no apliquen el mismo rigor a otros textos no menos bíblicos. Así por ejemplo, aquél en el que se fundamenta la abolición en la Nueva Alianza de las prohibiciones alimenticias entre los cristianos:
“Subió Pedro a la terraza, sobre la hora sexta, para hacer oración. Sintió hambre y quiso comer. Mientras se lo preparaban le sobrevino un éxtasis, y vio el cielo abierto y que bajaba hacia la tierra una cosa así como un gran lienzo, atado por las cuatro puntas. Dentro de él había toda suerte de cuadrúpedos, reptiles de la tierra y aves del cielo. Y una voz le dijo: «Levántate, Pedro, sacrifica y come.» Pedro replicó: «De ninguna manera, Señor; porque jamás he comido nada profano e impuro.» La voz le dijo por segunda vez: «Lo que Dios ha purificado no lo llames tú profano.» Esto se repitió tres veces” (Hch. 10, 9- 16)
Y no menos aún, la ruptura que supone con esa prohibición la invitación que se contiene en el episodio de la institución de la eucaristía:
“Tomó luego [Jesús] una copa y, dadas las gracias, se la dio [a los apóstoles] diciendo: ‘Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza’” (Mt. 26, 27, 28)
No llama menos la atención todavía, la identificación que hacen los testigos de Jehová entre la ingesta de sangre y la transfusión de sangre, práctica ésta última que los autores bíblicos no pudieron ni soñar. Unas transfusiones que, puestos a relacionar con sus paralelos en los textos sagrados, estaría más relacionada con el episodio evangélico en el que Jesús asegura a sus discípulos de que su sangre “es derramada por muchos” (Mt. 26, 28), que con cualquier otro relacionado con la ingesta sanguínea.
Como quiera que sea, descanse en paz el bueno de Camilo Zampini, de quien nunca sabremos si podría haber salvado la vida de haber aceptado recibir una sangre que alguien donó con esfuerzo, precisamente para salvar su vida. Una vida tan valiosa como la de tantos otros testigos de Jehová que, por haber leído la Biblia a retazos y con un rigor tan excesivo como, por otro lado y paradójicamente, insuficiente, han tenido, antes que él, parecido final.
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