Del curioso hallazgo hecho en la catedral de Avila
por Luis Antequera
Hoy les voy a hablar de arqueología, porque me han llamado muchísimo la atención los descubrimientos que se están produciendo en una de las más bellas catedrales de España, la de Avila, considerada por muchos la primera catedral gótica en suelo ibérico, y en todo caso, un maravilloso ejemplo -de esos que se da en llamar “de libro”-, de templo-fortaleza, iglesia concebida para su propia defensa y la de la ciudad. Y por ello, perfectamente integrada en la no menos asombrosa muralla de Avila, construída en la segunda mitad del s. XII, con más de dos kilómetros y medio de perímetro, nueve puertas, ochenta y ocho torreones y unas dos mil quinientas almenas.
Pues bien, desde hace bastante tiempo, se realizan en dicha catedral trabajos de investigación arqueológica que dirige Vicente Aparicio, los cuales han producido ya dos frutos de gran importancia. El primero, el descubrimiento en el mes de abril de un pasadizo de trece metros de largo, dos de alto y 71 centímetros de ancho, situado en la parte norte de la catedral, que la comunica con el Arzobispado y que, con toda probabilidad, está relacionado con ese carácter de fortaleza y autodefensa que estaba llamado a cumplir también el gran templo gótico abulense.
El segundo, el que se acaba de hacer público ahora, aunque data de hace unos meses: un nuevo túnel o pasadizo, más modesto en sus dimensiones, apenas medio metro por sesenta y cinco centímetros, con suelo de losas irregulares y fondo adintelado, el cual, a partir de un pozo, como si de una alcantarilla se tratara, uniría la seo con otro de los edificios emblemáticos de la ciudad, el Palacio de los Velada, a través de su torreón.
Lo más sugestivo del hallazgo que se acaba de realizar, es el entronque que algunos establecen entre el mismo y una de las más bellas leyendas que componen la crónica de Avila, aquélla que habla de los amoríos prohibidos entre uno de los humildes operarios de la catedral, Jimeno, y una de las damas más importantes de la ciudad, Doña Madrona, precisamente miembro de la familia de los Velada. Amoríos que, como fácilmente puede colegir el lector, eran tan desaconsejados por las costumbres de la época, como combatidos por los parientes de la noble y sin duda bella Doña Madrona. Pues bien, la imposibilidad de entrar en contacto con su amada, habría hecho que Jimeno se tirara desesperado a un pozo de la catedral en la que trabajaba, sin otra finalidad que la de acabar con su atormentada vida. Quiso el azar, aliado en este caso con el amor, que no sólo no se matara, sino que del pozo saliera una galería que conducía, ni más ni menos, que al palacio en el que residía el objeto de tanta pasión, Doña Madrona.
El final, según exige el género universal al que pertenecen otros relatos como el de los Amantes de Teruel, los del Torcal de Antequera y, por supuesto, los shakespearianos Romeo y Julieta, es del mayor dramatismo, ya que el mismo túnel que sirve al enamorado joven para encontrarse con su enamorada, es el que servirá a los atribulados parientes de ésta para perseguirle, darle alcance y, naturalmente, acabar no sólo con su vida, sino lo que es peor, con tan bella historia de amor.
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