Domingo, 24 de noviembre de 2024

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De la ejecución en Virginia de la primera mujer desde 1912. Descanse en paz

por Luis Antequera


            Anteayer fue ejecutada en el estado de Virginia, en Estados Unidos, Teresa Lewis, condenada a muerte hace ya siete años. Es la primera mujer ejecutada en Estados Unidos desde 2005, y la primera que lo es en el estado de Virginia desde 1912, es decir, hace prácticamente un siglo. Ha sido ejecutada mediante inyección letal.
 
            En 2002, Teresa es convicta de haber planificado el asesinato de su marido y el hijo de éste, que ordenó realizar al que entonces era su amante. El móvil del crimen fue, según se dictaminó, económico: cobrar el seguro de vida que el marido contratara a su favor. Los autores materiales del crimen recibieron una condena de prisión perpetua, al no apreciarse en ellos algunas de las agravantes que sí se apreciaron en Teresa.
 
            Son muchas las circunstancias que ayer y hoy leemos en la prensa que contribuyen a hacer aún más dolorosa tan inútil muerte: el hecho de que no se haya ejecutado una sola mujer en Virginia desde 1912; el coeficiente intelectual de la ejecutada, de 72, cuando de haber tenido sólo dos puntos menos, la sentencia no habría podido ser legalmente aplicada; el hecho de haber sido abuela recientemente; las más de cuatro mil interpelaciones desoídas para que la condena no se llevara a la práctica. Teresa muere, además, haciendo pública profesión de fe, afirmando que si ha de ir junto a Jesús “sé que será lo mejor”, y declarando que le reconfortan su fe y el cántico de himnos religiosos, hasta el punto de que, según parece, éstos acompañaron a Teresa durante su ejecución. En  el artículo que él mismo firma en Newsweek, afirma el capellán de la prisión de Fluvanna en la que Teresa estaba recluída, Lynn Litchfield, que le administraba la eucaristía con regularidad.
 
            Todo eso está muy bien, y contribuye con la carga de dramatismo que indudablemente añade al hecho, a hacernos cargo a los que no pasamos por trance tal de la tragedia que se esconde tras cualquier vida que llega a su fin y, sobre todo, si lo hace a través de la acción de otro ser humano que interrumpe lo que debería haber sido el curso normal de una existencia.
 
            Ahora bien, aunque la señora no hubiera sido creyente ni comulgara a diario, y en su lugar, hubiera muerto entre blasfemias; aunque no acabara de conocer a su nietecito, el primero de todos los suyos; aunque fuera la más inteligente y taimada de los seres humanos; aunque no fuera mujer sino hombre, y tampoco la primera mujer en un siglo en ser ejecutada; aunque nadie se hubiera acordado de ella para pedir clemencia en el momento final... no, definitivamente no, la muerte no es la solución. Nadie, desde la ley, puede estar investido del derecho de quitar la vida a un ser humano. No, por lo menos, si de lo que presumimos es de estar construyendo un estado de derecho. Y hasta la más pérfida de las personas tiene derecho a arrepentirse de sus acciones, y a dedicar su vida a enderezarla antes de que ésta conozca su natural final, el mismo al que todos estamos llamados.
 
            Descanse en paz Teresa. Ojalá sea la última. Aunque sólo en Estados Unidos, cincuenta y tres mujeres esperan turno en el corredor de la muerte, a lo que añadir centenares de hombres, más los que hay en China, y en Irán y en...
 
 
 
 
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