Diez años de Fe y Razón
Aún andaba yo medio perdido en segundo de carrera, cuando Álex Rosal tuvo la generosidad de aceptarme en el equipo del que ha sido el mejor suplemento de información religiosa de la prensa generalista en España: Fe y Razón.
Yo me incorporé en el año 2001, creo que en el mes de marzo o abril, pues la publicación de mi primer reportaje casi coincidió con mi cumpleaños. Se trataba, lo recuerdo muy bien, de trazar un mapa de las ayudas a la familia en España respecto al resto de países de la Unión Europea. Estábamos a la cola. Y seguimos a la cola. Triste realidad.
Creo que no podré agradecer con justicia la oportunidad de poder conocer la redacción de un periódico nacional cuando aún no era más que un lechón periodístico. Si hasta los motes que me pusieron en aquellos tiempos iban por ahí... "Novicio", creo, era uno de ellos. También "el niño" (mucho antes de que se conociera así al futbolista Torres) y, además, en su versión catalana, "el nen" (mucho antes del personaje desfasado de Edu Soto). Otros fueron bautizados como "franciscano" o "monseñor".
Recuerdo muy bien la impresión que me dió el primer día en que entré en la redacción de La Razón. Eso no se olvida. Qué ruido, qué caos, cuántos teléfonos sonando, qué humareda (en aquellos tiempos, se podía fumar y yo entonces también ejercía de chimenea), qué emoción...
Como tampoco se olvidan muchos episodios buenos y menos buenos, de los que tanto se aprende: el día que no salió la página por mi culpa y la consecuente bronca (nació la "guía para el becario en estado embrionario"); o las veces que, en mi primer verano en la redacción, Alfredo Semprún me dejó escribir algún comentario editorial de aquellos cortitos. Recuerdo el primero. Fernando Alonso había ganado su primera carrera en Hungría y titulamos: "Ha nacido una estrella".
Cómo olvidar lo inolvidable, el 11 de marzo de 2004, cuando trabajamos a destajo al tiempo que llorábamos; y aquél verano con la Asamblea de Madrid patas arriba; al ex obispo Milingo, cuando aún no se había terminado de hacer famoso por sus excentricidades; y las primeras amenazas de cisma en la Comunión Anglicana de la mano del primer obispo homosexual...
Tampoco se pueden desvanecer de la memoria aquellos reportajes diferentes que sorprendían al lector. El secreto estaba en dos banderas que izábamos al tiempo: anuncio y denuncia, que han sido una constante hasta el último día. Todo eso huyendo del clericalismo, para sorpresa de muchos. Anuncio y denuncia. Dos guías a las que se sumaba un ambiente especial de trabajo que fue configurando un equipo humano excepcional, cuyos integrantes, han seguido reuniéndose de vez en cuando, celebrando las bodas (las menos) y felicitándose por los natalicios.
Sigo recordando. Las columnas de Alimbau. Y las de Miguel Mayo, recorriendo parroquias sin parar. Y esas encuestas de personajes populares opinando sobre las cosas de Dios... Y defender los temas con uñas y dientes (como debe ser) ante los redactores jefe y los subdirectores, aunque te murieras de miedo. Y que te digan que hay que llamar a Roma a conseguir una foto del superior de los jesuitas... ¡Sin tener ni idea de italiano! Pero lo hicimos: "Buon giorno, io sono un giornalista espagnolo del quotidiano La Razón di Madrid"... ¡Menudo descaro, bambino!
Y tantos otros compañeros, más allá de los que hemos formado parte de la familia de Fe y Razón, algunos de los cuales luego he tenido la fortuna de cruzarme en mi vida laboral. De todos saqué alguna lección.
Han sido 10 años de Fe y Razón. Los editores de La Razón, más pronto que tarde, lo echarán de menos; sus lectores ya lo están haciendo. Yo también.
Yo me incorporé en el año 2001, creo que en el mes de marzo o abril, pues la publicación de mi primer reportaje casi coincidió con mi cumpleaños. Se trataba, lo recuerdo muy bien, de trazar un mapa de las ayudas a la familia en España respecto al resto de países de la Unión Europea. Estábamos a la cola. Y seguimos a la cola. Triste realidad.
Creo que no podré agradecer con justicia la oportunidad de poder conocer la redacción de un periódico nacional cuando aún no era más que un lechón periodístico. Si hasta los motes que me pusieron en aquellos tiempos iban por ahí... "Novicio", creo, era uno de ellos. También "el niño" (mucho antes de que se conociera así al futbolista Torres) y, además, en su versión catalana, "el nen" (mucho antes del personaje desfasado de Edu Soto). Otros fueron bautizados como "franciscano" o "monseñor".
Recuerdo muy bien la impresión que me dió el primer día en que entré en la redacción de La Razón. Eso no se olvida. Qué ruido, qué caos, cuántos teléfonos sonando, qué humareda (en aquellos tiempos, se podía fumar y yo entonces también ejercía de chimenea), qué emoción...
Como tampoco se olvidan muchos episodios buenos y menos buenos, de los que tanto se aprende: el día que no salió la página por mi culpa y la consecuente bronca (nació la "guía para el becario en estado embrionario"); o las veces que, en mi primer verano en la redacción, Alfredo Semprún me dejó escribir algún comentario editorial de aquellos cortitos. Recuerdo el primero. Fernando Alonso había ganado su primera carrera en Hungría y titulamos: "Ha nacido una estrella".
Cómo olvidar lo inolvidable, el 11 de marzo de 2004, cuando trabajamos a destajo al tiempo que llorábamos; y aquél verano con la Asamblea de Madrid patas arriba; al ex obispo Milingo, cuando aún no se había terminado de hacer famoso por sus excentricidades; y las primeras amenazas de cisma en la Comunión Anglicana de la mano del primer obispo homosexual...
Tampoco se pueden desvanecer de la memoria aquellos reportajes diferentes que sorprendían al lector. El secreto estaba en dos banderas que izábamos al tiempo: anuncio y denuncia, que han sido una constante hasta el último día. Todo eso huyendo del clericalismo, para sorpresa de muchos. Anuncio y denuncia. Dos guías a las que se sumaba un ambiente especial de trabajo que fue configurando un equipo humano excepcional, cuyos integrantes, han seguido reuniéndose de vez en cuando, celebrando las bodas (las menos) y felicitándose por los natalicios.
Sigo recordando. Las columnas de Alimbau. Y las de Miguel Mayo, recorriendo parroquias sin parar. Y esas encuestas de personajes populares opinando sobre las cosas de Dios... Y defender los temas con uñas y dientes (como debe ser) ante los redactores jefe y los subdirectores, aunque te murieras de miedo. Y que te digan que hay que llamar a Roma a conseguir una foto del superior de los jesuitas... ¡Sin tener ni idea de italiano! Pero lo hicimos: "Buon giorno, io sono un giornalista espagnolo del quotidiano La Razón di Madrid"... ¡Menudo descaro, bambino!
Y tantos otros compañeros, más allá de los que hemos formado parte de la familia de Fe y Razón, algunos de los cuales luego he tenido la fortuna de cruzarme en mi vida laboral. De todos saqué alguna lección.
Han sido 10 años de Fe y Razón. Los editores de La Razón, más pronto que tarde, lo echarán de menos; sus lectores ya lo están haciendo. Yo también.
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