Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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De los caídos de la División Azul repatriados por los hermanos Garrido

por Luis Antequera

 
             Hoy he invitado a escribir aquí a un gran amigo mío, Fernando Garrido Polonio. Fernando y su hermano Miguel Angel, son autores del libro Nieve roja cuya lectura recomiendo encendidamente a Vds., y llevan a cabo de manera anónima y desinteresada, y por supuesto, sin ayuda oficial de ningún tipo, una obra maravillosa por la que en cualquier país del mundo serían premiados y reconocidos, aunque en este país nuestro, cainita y envidioso –siempre he dicho que si un pecado adorna a los españoles, tal es el de la envidia-, bastante tienen con que les dejen hacerlo en el más estricto anonimato y sin sacar los pies del tiesto. 
 
Fernando y Miguel Angel Garrido
           Fernando y Miguel Angel se fueron a Rusia, hace ya diecisiete años por primera vez, a la busca de los restos de su tío carnal, el soldado Mariano Polonio, voluntario de la División Azul, caído en Rusia en acto de servicio, a cuya madre -abuela de ellos-, y en su lecho de muerte, hicieron la promesa de buscar.
 
            Pues bien, tras incontables viajes, los Garrido hallaron efectivamente el cuerpo de su tío, y hasta consiguieron, no sin tropezar en su camino con todas las trabas esperables en los sucesivos gobiernos españoles –muchas más por cierto que las que hallaron en el ruso-, repatriar a España los restos de ese héroe anónimo que fue el Soldado Polonio.
 
            Tantas pesquisas, tantos contactos como establecieron en el otrora enemigo ruso, sirvieron a los Garrido para averiguar el paradero de muchas otras víctimas de esa parte de nuestra memoria histórica de la que la Ley que lleva tal nombre no quiere ni saber. Y desde entonces, los Garrido viajan a Rusia varias veces al año, y lo mismo que consiguieron que su tío reposara para siempre en la tierra que le vio nacer, han conseguido que lo hagan otros treinta y cuatro divisionarios ya. Que no serán los últimos, tanto así que como gran primicia de lo que ha sido su último viaje al confín de Europa, les puedo contar que los Garrido acaban de descubrir el paradero del Cabo Generoso Ramos, laureado en la batalla de Posad, uno de los ocho laureados que honran a la División, cuya repatriación, -le regalo la idea a la Sra. Chacón, que la acogerá, sin duda, con la atención que merece y el cariño que todos le conocemos hacia las cosas del ejército-, podría constituir una excelente manera de celebrar el próximo año el 200 aniversario de la creación de la más alta condecoración militar españoal.
 
            Sin más preámbulo, pues, cedo la palabra a Fernando Garrido.
 
 
 
Un divisionario llamado Guillermo

Por Fernando Garrido Polonio


            Hace unos días llegaron al aeropuerto de Barajas los restos de Guillermo. Había muerto con poco más de veinte años en los campos de batalla rusos durante la II Guerra Mundial, combatiendo con la División Española de Voluntarios, conocida popularmente como la División Azul.
 
            Por aquella Unidad del ejército español, que dio 8 Laureadas de San Fernando, más de 50 Medallas militares individuales y más de 250 generales, pasaron casi 50.000 hombres, de los cuales 5.000 murieron, 20.000 fueron heridos o mutilados y 500 fueron hechos prisioneros por los soviéticos. De éstos últimos, 280 regresaron a España en 1954, después de sufrir algunos hasta 13 años de cautiverio.
 
            Al margen de las innumerables visiones que existen sobre las causas de su origen y formación (no en vano es la Unidad militar sobre la que más libros se han escrito en el mundo), es evidente que su entrada en combate evitó que España se viera directamente involucrada en la II Guerra Mundial. La División Azul permitió que nuestro país mantuviera su “neutralidad” y en última instancia su “no beligerancia”, ahorrándonos así miles y miles de muertos.
 
            Los soldados de la División Azul, la mayoría adolescentes, dejaron en España una familia, una madre, una novia o esposa, hermanos, amigos y algunos incluso hijos, pero sobre todo, el amargo recuerdo de su ausencia.
 
            Los que volvieron lo hicieron ya con su juventud perdida, los que no, quedaron bajo una humilde cruz de madera.
 
            En los últimos tiempos, el amor de sus familiares y la disposición de unos pocos apasionados ha conseguido que después de setenta años los restos de 30 caídos en combate hayan regresado a descansar eternamente a su patria.
 
            Guillermo ha sido el último y, como en los casos anteriores, lo ha hecho en silencio, con discreción. Para él no han existido reconocimientos ni honores oficiales, no ha habido actos, ni banderas, ni discursos. La caja que contenía sus restos le fue entregada a quien esto escribe en un hangar de carga de una compañía de transporte aéreo en Barajas, como en ocasiones anteriores. Dos oficiales del ejército español, sin uniforme, y cumpliendo con su labor funcionarial, facilitaron los trámites burocráticos.

           
Por vergüenza ajena, trasladamos los restos de Guillermo a Toledo donde en una ceremonia íntima en el convento de los Padres Carmelitas, en presencia de militares uniformados a título particular, fueron entregados a su familia para su definitivo traslado a Cantabria, la tierra que le vio nacer.
 
            Recientemente han llegado a España los dos últimos militares españoles heridos en Afganistán y tampoco fueron recibidos con honor.
 
            Da igual entregar la vida en Rusia, África, Filipinas o Afganistán; también es lo mismo haber dado la vida por España en 1808, 1936, 1942 ó 2010. Vivimos en un país indigno, gobernados por el deshonor, con un pueblo adormecido, una nación insensibilizada y un Estado infame.
 
            En 1808, 1936, 1942 o en 2010 siempre han sido los mismos los que han muerto y siempre han sido los mismos los que han deshonrado a su pueblo. Pensándolo bien, los héroes no necesitan necios que les reciban.
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