Viernes, 22 de noviembre de 2024

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De ese horrible oxímoron que es la Memoria Histórica

por Luis Antequera


            El fallecimiento estos días de uno de los grandes personajes de la Transición, Sabino Fernández Campos, ha traído de nuevo al primer plano de la actualidad una de las leyes sobre la que con mayor contundencia se pronunciara el que fuera leal y desinteresado servidor de la Corona: la Ley de Memoria Histórica, que como gustaba de decir, habría él sustituído por una Ley del Olvido Histórico.
 
            A mi, lo de la Ley de Memoria Histórica me parece en sí mismo un oxímoron de imposible solución. Y es que mientras que la historia es un proceso colectivo, la memoria es, por el contrario, un proceso íntimo y personal, y lo único que une a los dos, en este caso, no es sino una ley que pretende convertir a la primera en la segunda, a lo que es de todos en lo que es de uno sólo.
 
            Existe desde luego, un derecho de todos a conocer la Historia, tanto más la propia, tanto más la más reciente. Un derecho que tiene, entre sus derivados, el de alcanzar interpretaciones personales, pero en ningún caso, el de imponerlas a los demás. Y todo ello dentro del general reconocimiento de que los mejores instrumentos y la mejor preparación para obtener conclusiones solventes es la que tienen los profesionales de la Historia, a saber, los historiadores en plural, desde luego ninguno en particular.
 
            Existe una rara excepción al principio general que impide escribir la Historia a golpe de decreto. Me refiero a la ley alemana que convierte en delito negar la existencia del Holocausto. Fue el Holocausto un evento en exceso cruel, en exceso traumático, en exceso trágico, inicuo y desigual. Aún así, no creo que se trate de una ley ni universal ni inderogable, y cuando las terribles consecuencias de lo acontecido en Europa a mediados del s. XX se vayan mitigando con el tiempo, decaerá también. En todo caso, sea la excepción, en ningún caso el precedente.
 
            Por el contrario, nada de lo ocurrido en España, ni en el siglo pasado ni en el anterior, y por fortuna en ningún momento de su historia, autoriza a ningún iluminado a sentar por decreto su intepretación de los hechos. Porque la Historia, quede bien claro, la han de escribir los historiadores, nunca los legisladores; debe discutirse en la universidad, nunca en el parlamento; y debe producir libros, nunca leyes.



 
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