Viernes, 22 de noviembre de 2024

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De la muerte de San José: ¿sabemos algo de ella?

por En cuerpo y alma

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            Después de conocer en detalle la presencia de San José en los evangelios (pinche aquí si le interesa el tema) y muchas otras cosas porque la de San José es una figura muy bienquista a esta columna, vamos a entrar hoy en tema tan terrenal como el de su muerte, una costumbre demasiado humana que, curiosamente, en aquella casa de Nazaret, fue el único que degustó.
 
            A la muerte de José no existe referencia alguna en ninguno de los textos canónicos, ni en consecuencia con lo dicho, tampoco en los evangelios. Sí cabe extraer la constancia de que para cuando Jesús comienza su ministerio, José ya ha muerto, porque no existe referencia a él en pasajes en los que, de haber estado vivo, habría aparecido sin duda. Notablemente, el del regreso de Jesús a Nazaret, que reza como sigue.
 
            “Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él.” (Mc. 6, 1-3).
 
            O el conocido como “El verdadero parentesco de Jesús”:
 
            “Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte.» Pero él respondió al que se lo decía: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»” (Mt. 12, 46-50).
 
  

La muerte de San José. Gianantonio Guardi.

           La literatura apócrifa pronto repara en la laguna existente en los textos canónicos y se pone manos a la obra. El texto de referencia al respecto es, sin duda de ninguna clase, el llamado “Historia de José el Carpintero”, un texto que se conoce a través de un manuscrito árabe publicado en 1722, de un texto fragmentario procedente de la colección del Cardenal Borgia publicado en 1810, y de algunos otros fragmentos, el cual podría datar, según el gran experto en apócrifos Aurelio de Santos, del s. IV-V, y procedería en todo caso, de ambientes coptos en los que José registró gran veneración desde el principio (pinche aquí si desea conocer algo sobre dicha tradición).
 
            El apócrifo se presenta como un relato que hace Jesús a los apóstoles sobre la figura de su padre. Jesús declara tener “quince años” cuando ocurre el óbito de su padre (HistJo. 14, 6), -que por su parte, tiene ciento once (HistJo. 14, 6)-, y haber acontecido el óbito un “26 del mes de epep” (HistJo. 15, 5), mes copto que viene a caer entre julio y agosto, dato que bien podría haberse utilizado para emplazar la festividad.
 
            Este es el relato que la “Historia de José el Carpintero” pone en boca de Jesús sobre la muerte de su padre:
 
            “Miguel y Gabriel se llegaron al alma de mi padre José. La tomaron y la envolvieron en un hábito luminoso. Y él entregó el alma en manos de mi buen Padre, que le dio la salvación y la paz. Y ninguno de los hijos de José notó que había muerto. Los ángeles guardaron su alma contra los demonios de las tinieblas, que estaban en el camino. Y los ángeles loaron a Dios hasta que hubieron conducido a José a la mansión de los justos.
            Y su cuerpo quedó yacente y frío. Posé mi mano en sus ojos, y los cerré. Y cerré su boca, y dije a María, la Virgen: ¡Oh madre mía! ¿Y dónde está la profesión que ejerció tanto tiempo? Ha pasado como si nunca hubiese existido. Y, cuando sus hijos me oyeron hablar así con mi madre, comprendieron que José había muerto, y clamaron y sollozaron. Mas yo les dije: La muerte de nuestro padre no es muerte, sino vida eterna, porque lo ha separado de los trabajos de este mundo, y lo ha llevado al reposo que dura siempre. Y, al oír esto, sus hijos desgarraron sus vestiduras y rompieron a llorar” (HistJo. 23-24).
 
            Y bien amigos, esto es todo por hoy: que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más, y si podemos, mejor.
 
 
            ©L.A.
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