Lunes, 25 de noviembre de 2024

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Cristo es Rey de vivos, no de muertos. San Justino

Cristo es Rey de vivos, no de muertos. San Justino

por La divina proporción

En los primeros siglos, el cristianismo se enfrentó a una prueba de fuego: el gnosticismo. Fue una mezcla de filosofía pagana y apariencias cristianas, que confundió a muchas personas. Una de las características del gnosticismo es la condenación de la materia como algo diabólico. Algunas corrientes afirmaban que era necesario el castigo y martirización del cuerpo para contribuir a la liberación del espíritu.

Si la corporeidad fuese algo maligno ¿Por qué habría sido creada por Dios? ¿Por qué Cristo, al resucitar, recobró el cuerpo y no se quedó únicamente como espíritu? San Justino (s.II) Nos habla sobre el tema



¿No acusaríamos a Dios de crear el cuerpo inútilmente? Pero no, el Inmortal no es así; ¡aquel que por su naturaleza es el Espíritu del universo no podría ser tan insensato!...En verdad, Dios ha llamado al cuerpo a renacer y le ha prometido la vida eterna. 

Porque donde se anuncia la buena noticia de la salvación del hombre, ésta se refiere también al cuerpo. En efecto ¿qué es el hombre sino un ser viviente dotado de inteligencia, compuesto de alma y cuerpo? ¿El alma, ella sola, es el hombre? No, es tan sólo el alma de un hombre. ¿Se llamará «hombre» al cuerpo? No, se dice que es el cuerpo de un hombre. Si pues, ninguno de estos dos elementos él solo no es el hombre, es a la unión de los dos al que se llama «hombre». Así pues, es a este hombre que Dios ha llamado a la vida y a la resurrección, y no tan solo a un parte del mismo sino al hombre entero, es decir al alma  al cuerpo. ¿No sería, pues, absurdo, siendo que existen los dos según y en la misma realidad, que uno se salve y el otro no? (San Justino. Tratado sobre la Resurrección, 8) 

Curiosamente, el pensamiento gnóstico se ha reencarnado en nuestra sociedad, pero en sentido totalmente contrario. Damos valor absoluto al cuerpo y despreciamos el espíritu. De ahí se puede ver toda la economía que se genera en torno al cuidado y culto al cuerpo. Las apariencias corpóreas se han convertido en signo de adoración e ideal de ser. Queremos ser tan bello o bella como determinados artistas o famosos y no nos fijamos en la tristeza y vacío que llevan estos cascarones de oro, en su interior. 

Como es lógico, es necesario darse cuenta que la creación de Dios es coherente en todas sus partes y no sólo en alguno de sus extremos. El cuerpo es la herramienta que nos permite vivir y evangelizar, por lo tanto, es necesario que lo cuidemos sin llegar a adorarlo. El alma, de igual forma, es la llama que da vida y entendimiento al cuerpo. Tenemos que cuidarla, sin llevar a adorarla. 

De esta reflexión podemos sacar un aspecto interesante para comprender la lectura del Evangelio de hoy, festividad de Cristo Rey (Mt 25,31-46). Cristo nos habla del juicio que Dios hará sobre nuestros actos. ¿Hemos dado de beber al sediento y de comer al hambriento? En los hermanos que sufren, sufre la imagen de Dios que es parte de nosotros. La imagen de Dios sufre cuando el cuerpo y alma sufren, no sólo cuando es una de las partes la que sufre.

La imagen de Dios está tan firmemente unida a nosotros que Dios está en nosotros en todo momento. San Pablo nos dijo que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo y que no somos propietarios de nosotros mismos (1Co 6, 19) sin que esto estuviese condicionado a nada adicional. 

Cristo es Rey del Universo, porque Dios ha dejado huella en todo lo creado. El es el Verbo, la Palabra viva que da sentido y razón a todo lo creado. Pertenecemos al Reino de Dios, porque nuestro cuerpo es su Templo y porque nuestra alma ha sido marcada por el bautismo. Cristo Reina sobre la sociedad, porque está compuesta por seres humanos que le pertenecen. 

Si seguimos la lectura del Evangelio de hoy, veremos que la justicia de Dios es tan inmensa como su misericordia. Dios regala su Reino a quienes hayan hecho el bien sincero y coherente, aunque no sean conscientes de ello. Un regalo que excede infinitamente las acciones realizadas por cualquiera de nosotros. ¿No es justo cumpliendo su promesa y misericordioso dando un regalo que excede lo que le entregamos? Pero siempre hay personas que deciden rechazar la imagen de Dios impresa en todo lo creado y en el Ser humano. Quienes se idolatran a si mismos y dan culto a su egoísmo serán justamente juzgados y la misericordia de Dios les permitirá seguir adorándose a sí mismos para toda la eternidad. Lo que conlleva un suplicio eterno que ha sido aceptado y elegido.

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