Domingo, 24 de noviembre de 2024

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De "La vida es bella": la mejor película de todos los tiempos

por En cuerpo y alma

 
 
            Ayer la han vuelto a echar. En Telemadrid, ese canal de buena televisión lleno de buenos programas y de buen gusto. No veo mucha tele, es verdad, a pesar de que soy de los que piensan que hoy día, si uno lo quiere, puede ver buena televisión, que eso de “la caja tonta” suele ser una excusa de los que se abrasan a tómbolas y sálvamedeluxes. “La vida es bella” de Roberto Benigni, la película más maravillosa que haya visto yo en mi vida. Aún  recuerdo cómo, al recibir el Oscar, Roberto se encaramaba a los asientos del teatro para, saltando de silla en silla, llegar de guisa tal al escenario en el que debía recibir el premio. Una vis comica insuperable la de este verdadero genio de la interpretación y del celuloide.
 

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            Si tuviera que resumir la película en seis palabras estas serían: una (1) tragedia (2) en (3) clave (4) de (5) comedia (6). O dicho de otra manera: uno se pasa las dos horas de película pensando que está viendo una comedia, y al final, en la última escena y sólo en ella, se percata de que lo que en realidad ha visto es una magna tragedia griega. Mientras eso sí, ha esbozado todos los tipos de risa que puede expresar el ser humano: la carcajada, la risa repentina, la risa inteligente, la risa irónica, la risa tierna, la risa cómplice, la sonrisa…
 
            La película es el más bello canto imaginable al amor: al amor entre un hombre y una mujer, al amor entre una madre y su hijo... Y por encima de todos, al nunca suficientemente ensalzado amor que puede llegar a sentir un padre, concretamente un padre, por un hijo.

            Ya saben Vds. de lo que va: un judío italiano, Guido, que llevado a un campo de concentración alemán con su hijo de cinco años, Josué, para que éste no se percate de la penosa situación y hacerle más llevaderas las crudelísimas condiciones del campo, le hace creer todo el tiempo que forma parte de un juego, en el que el ganador se lleva un tanque, el juguete que el niño había pedido para el cumpleaños que no puede celebrar porque es apresado con su familia.
 
            La película tiene escenas sencillamente memorables: si tuviera que destacar una por encima de las demás, seleccionaría la traducción que Guido hace del soldado alemán que entra en el barracón para dar las instrucciones del campo de concentración. Y si dentro de ella tuviera que destacar un momento, un solo filmograma, aquél en el que el soldado vuelve la cara a su derecha para mirar al italiano loco aquél que realiza la interpretación de sus palabras con más pasión que él mismo.
 
            ¿Pero cómo olvidar las soluciones que el inefable Guido da a las situaciones más complicadas? Memorable la escena en la que Guido se hace pasar por el director italiano de enseñanza pública y remeda el discurso que éste debía dar sobre la raza, enseñando a los niños “lo redondo que puede llegar a ser un ombligo italiano” (la redondez del ombligo propio, que siempre ensimismó tanto a todos los nacionalistas del mundo).

            Hilarante la forma en la que Guido enamora definitivamente a Dora, que es de clase social muy superior a la suya y a la que él llama “princesa”, aprovechándose de todas las coincidencias y casualidades que el guión ha ido preparando y sobrevienen juntas en la escena.

            Inolvidable la manera en que Guido consigue extraer de su mundo encorsetado a Dora, a lomos de un caballo verde en el que pone “questo é un cavallo ebreo”, haciendo así de la necesidad virtud, cuando ésta le dice algo así como “sácame de aquí, llévame contigo” (por cierto, debajo de una mesa).

            De una ternura infinita la manera en la que la película presenta la primera escena de amor entre los dos protagonistas, en un carrusel de flores del que en la siguiente escena vemos salir a un precioso niño de cinco años llamado Josué, indudable fruto de aquel momento o de otro parecido.

            Insuperable la escena en la que ya en el campo de concentración, estando Josué infiltrado en una merienda de niños alemanes en la que el padre ha conseguido introducirle subrepticiamente, y a pesar de las estrictas advertencias de éste de que no diga una sola palabra, se le escapa un “gracias”, y el camarero alemán va a dar cuenta a la comisaria encargada de organizar la merienda, y al llegar ésta se encuentra a todos los niños alemanes diciendo “gracias” muertos de risa con un improvisado y desternillante profesor de italiano que es Guido.

            Inigualable la decepción que se marca en el rostro de Guido cuando llamado en el campo de concentración por el capitán médico alemán, el Dr. Lessing, al que él conocía de antes de la guerra y con el que jugaba a acertar adivinanzas, en la esperanza de que lo hiciera para sacarle del infierno, o al menos, mejorar su situación, se percata de que sólo le busca porque se ha encasquillado en una adivinanza cuya solución no consigue.
 
            ¿Y las adivinanzas? Les dejo algunas para que se pasen un ratito con ellas, si es que no han visto la película o habiéndolo hecho no las recuerdan. Ahí va la primera: “¿qué es aquello que cuanto más grande menos lo ves?”. Y ésta otra: “si me llamas me rompes”. Y una tercera: “tanto es lo que Blancanieves le sirve a los enanitos en la comida, como lo que tarda en hacerlo”. No desesperen que aunque confío mucho en el ingenio y sagacidad de todos Vds., en el artículo de mañana les doy la solución a las tres (pinche para entrar directamente desde aquí).
 
            En la ficha técnica de la película, tan sólo añadir que es del año 1997. Que el guión, del propio Roberto Benigni y de Vincenzo Cerami, está basado en la novela “Al final derroté a Hitler”, de Rubino Romeo Salmoni, prisionero durante tres años en el campo de concentración de Bergen-Belsen, al que sobrevivió. Que gana tres oscar en 1998, a la Mejor Banda Sonora, Nicola Piovani; al Mejor Actor, Roberto Benigni; y a la Mejor Película Extranjera. Que la dirige Tomás San Martín. Y que junto a Roberto Benigni, que hace la interpretación de su vida, trabajan Nicoletta Braschi, su propia esposa en la vida real, la cual acostumbra a trabajar en muchas de sus películas, y el precioso niño Giorgio Cantarini, al que luego volveríamos a ver en “Gladiator”.
 
            Si ya la han visto, véanla de nuevo; si no lo han hecho, abaláncense a hacerlo. No creo que les decepcione. Y sin más por hoy y como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más. Si Dios quiere.

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            ©L.A.
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