Del jesuíta San José de Anchieta, fundador de Sao Paulo
por En cuerpo y alma
Después de conocer hace unos pocos días la nómina completa de los santos jesuitas o de los jesuitas santos, como prefieran Vds. (pinche aquí si desea rememorarla) , la fecha que hoy celebramos y que da título al presente artículo se presenta como el momento idóneo para conocer mejor al último jesuita que ha venido a engrosar tan nutrida como selecta nómina: San José de Anchieta, fundador de una de las ciudades más importantes del mundo, Sao Paulo, San Pablo, como con muy buen criterio, la llaman de hecho en Argentina.
A pesar de su apellido de indudables resonancias vascuences, o precisamente por ello, en una nueva prueba de lo antiguos que son los lazos que unen a los habitantes de esa vieja nación que se llama España, José de Anchieta nace en San Cristóbal de La Laguna (Islas Canarias) el 19 de marzo de 1534. Uno de los doce hijos de Juan de Anchieta, de origen vasco, que había luchado en la revuelta de los comuneros contra el Emperador Carlos V, y de Mencía Díaz de Clavijo, perteneciente a la nobleza canaria, con apenas 13 años de edad es enviado junto con su hermano Baltasar a la Universidad de Coímbra.
Gran amante de la poesía y de la escritura, un buen día, se mete en una iglesia, y ante una imagen de la Virgen decide que quiere ser misionero. Ingresa en la Compañía de Jesús que lo envía a Brasil, si bien un golpe en la columna vertebral que le produce una grave enfermedad suspende el proyecto. Tras superar con gran coraje la enfermedad, y con apenas tiene 19 años de edad, se embarca finalmente junto con cinco jesuitas más. Arriba en Salvador de la Bahía de todos los Santos, y desde allí se dirige la pequeña población de Piratininga, en la que empieza a aprender la lengua tupí que hablan los indios del lugar, lengua en la que escribirá numerosos versos y obras de teatro, y que le debe su normalización, su gramática, la cual publica bajo el título de “Arte da Gramática da Língua Mais Falada na Costa do Brasil”, y las primeras obras escritas en dicha lengua. El resto de sus escritos se publican bajo el título “Cartas, Informações, Fragmentos Históricos e Sermões”. Anchieta emplea sus versos y canciones en lenguas autóctonas en su labor evangelizadora
Muy pronto se manifiestan en él dos especialísimas características: la taumaturgia, con prodigios tales cómo levitar cuando rezaba o dialogar con las imágenes de la choza en la que se encontraba; y unas excepcionales cualidades diplomáticas. En una ocasión, adentrándose en la selva amazónica se encuentra a unos indios que están torturando a un prisionero, convenciéndoles de que lo suelten y evangelizándolos. En otra ocasión, embarcado en una piragua junto con el Padre Nóbrega y con un joven indio evangelizado, son atacados por los indios tamoyos, y aunque éstos matan al indio que los acompaña, José consigue hacerse llevar ante el jefe de la tribu, ganándose su favor. Anchieta ejerce como respetado árbitro entre los portugueses y las tribus amazónicas.
Junto a todo ello, Anchieta despliega otra importante actividad en su vida: la fundación de ciudades que, además, acabarán constituyéndose en las grandes ciudades brasileñas. En 1554 junto con el Padre Manuel de Nóbrega y otros diez jesuítas, funda Sâo Paulo (San Pablo, como de hecho la llaman en Argentina), a la que dan ese nombre por fundarla precisamente en la festividad de la conversión de San Pablo el 25 de enero. En 1565 participa también en la de San Sebastián de Rio de Janeiro (Sebastían por el rey portugués del momento, rio de janeiro como río de enero, que tal es lo que significa), ciudad en cuya catedral, por cierto, ejercerá como sacerdote y en la que regentará el primer hospital de la ciudad llamado la Casa de la Misericordia.
Poco después fallece su compañero Nóbrega por una enfermedad contraída en la selva, mientras Anchieta intenta curarle mediante medicamentos que había conocido gracias a los indios y que le sirven a Anchieta para escribir un libro de medicina, fauna y flora de Brasil.
Tras dirigir unos años el colegio de San Vicente y ser nombrado provincial de la orden jesuita en América, realiza un breve retorno a sus islas Canarias que termina siendo una despedida, para volver a Brasil con 49 años y con fama de santidad.
El 9 de junio de 1597, a la temprana edad de los sesenta y tres años, muere en la aldea de Reritiba. Parece que fue capaz de predecir el día y la hora de su muerte. Su recuerdo permanece muy presente en Brasil. La aldea en la que murió pasará a llamarse “Anchieta” en su honor, será proclamado “apóstol de Brasil” y es popularmente considerado como patrono del país. En 1980 es beatificado por Juan Pablo II. Benedicto XVI por su parte, lo nombra entre los trece intercesores de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Rio de Janeiro. En cuanto a España, en 1960 se coloca en su ciudad natal, San Cristóbal de La Laguna, una estatua en su honor creada por el artista brasileño Bruno Giorgi. Existe también otra importante estatua suya en la Catedral Metropolitana de São Paulo en Brasil.
Aunque tardara mucho en dar sus primeros pasos de importancia, el ascenso a los altares del Padre Anchieta adquiere después un ritmo acelerado, pues si bien no es beatificado hasta el 22 de junio de 1980 en que lo hace Juan Pablo II, el pasado 2 de abril es definitivamente canonizado por el Papa Francisco.
Que hagan mucho bien y que no reciban menos.
©L.A.
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