De la institución islámica del Califato: breve reseña histórica
por En cuerpo y alma
Lo primero que se ha de decir al abordar el análisis de la palabra “califa” es que procede del árabe خليفة ḫalīfah/khalīfah. En español quiere decir “sucesor”. ¿Sucesor de quien? Sucesor de Mahoma, el Enviado de Alá.
La palabra “califa” aparece en el Corán para significar el papel de Adán en la creación:
“”Y cuando tu Señor dijo a los ángeles: ‘Voy a poner un sucesor [ḫalīfah] en la tierra’” (C. 2, 30).
Lo cierto es que Mahoma no provee nada sobre su sucesión, por lo que a su muerte no existe un procedimiento de ningún tipo para nombrar un jefe al frente de la comunidad. De hecho, el primer califa será elegido por y entre los llamados “Compañeros del Profeta”; el segundo será nombrado por el primero en su lecho de muerte; y el tercero será elegido en un consejo de seis que elegían, y entre los que se elegía, el califa.
Así las cosas, el primer califa o sucesor del Profeta será Abu Bakr as-Siddiq, su suegro y padre de una de las trece esposas de Mahoma, Aisha. Ya desde ese mismo momento la comunidad islámica se ve sometida a una gran tensión, pues no son pocos los que apoyan la candidatura de Alí, esposo de Fátima, la hija que Mahoma tuviera con su primera esposa Jadicha, y quien, de hecho, será más tarde, también él, califa, el cuarto para ser exactos.
El segundo califa será Umar ben al-Khattab, durante cuyo califato tiene lugar la definitiva secesión entre sunitas y chiítas; el tercero Uthman ben Affan; y el cuarto Ali ben Abi Talib, el esposo de Fátima que hemos mencionado poco más arriba. De los cuatro, sólo el primero muere de muerte natural, siendo los otros tres asesinados. Son los llamados por los suníes “Khulafā’ur-Rāshideen” o “sucesores rectamente guiados”. Pero eso es así entre los sunítas, pues los chiítas sólo reconocen al cuarto, y no a sus tres predecesores.
En cuanto a Alí, éste se enfrenta al gobernador de Damasco Mu’waiyah, de la familia del cuarto califa Utmán. Asesinado Alí, es elegido para el califato su hijo Hasan, quién sin embargo, lo cede a Mu’waiyah, califa que hace el quinto y que funda el Califato Omeya, así llamado en honor a su tatarabuelo Umayya ben Abd Shams. A partir de ese momento, el califato se convierte en dinástico.
El califato omeya dura desde el año 661 hasta el 750, produciendo la fabulosa expansión del islam hacia oriente, por todo el Oriente Medio hasta Persia (Irán) e India, y hacia occidente por el Norte de Africa o Magreb (occidente en árabe, occidente desde Arabia saudí), e incluso a España.
La dinastía omeya registrará muchos problemas. Primero con los componentes del Shiʻat ʻAlī, “el Partido de Alí”, a saber, los chiítas. Y luego con los Banū Hashim, los partidarios de que sólo la línea directa de Mahoma debía regentar el califato. Estos últimos consiguen finalmente derrocar a los omeyas, imponiendo en su lugar una nueva dinastía, la de los abásidas, descendientes del tío de Mahoma, Abbas ben Abd al-Muttalib.
La dinastía abasida gobernará durante cinco completos siglos, desde 750 hasta 1258, lo que no obsta para que se produzcan nuevas disidencias de importancia. La primera la plantea el último de los omeyas, Abderramán, que tras escapar de Damasco y refugiarse en nuestro país, establece el emirato andalusí.
Por su parte, el chiíta Said ben Husayn, descendiente de Mahoma a través de su hija Fátima, reclama el título de califa en 909, creando un nuevo califato fatimita, por cierto, separado (el califato está llamado a ser único), en el norte de Africa. Un califato que dura hasta 1171. Por cierto que este califato fatimí proveerá de la única mujer califa en la historia, Sitt al-Mulk, regente del mismo entre los años 1021 y 1023.
No será la única secesión califal (“fitna” en árabe), porque en 929, el emir omeya español Abderramán III, descendiente del Abderramán del que hablábamos antes, se proclama también califa, un califato que durará algo más de un siglo, hasta el año 1031.
Con lo que entre 929 y 1031 conviven tras califatos: el abasida en Damasco (trasladado por cierto a Bagdad), el fatimita en El Cairo, y el omeya en Córdoba. Y entre 909 y 929 y entre 1031 y 1171, dos, el abasida y el fatimí. Recuperándose más que la unidad la unicidad en 1171, en que vuelve a quedar un solo califato, el abasida.
No muchos años sin embargo, porque en 1258 el califato abásida conoce su fin con la conquista de los mongoles de Hulagu Khan y el asesinato del Califa al-Musta’sim. Sin embargo, y al igual de lo que ocurriera antes con el omeya Abderramán, un miembro de la familia abásida se refugia en El Cairo, donde es favorablemente acogido por los mamelucos, abriendo las puertas al que se da en llamar “Califato en la sombra”, de dudosa legitimidad no reconocida en todo el orbe islámico.
Y eso que de este “Califato en la sombra” derivará finalmente la legitimidad del nuevo califato, último que conoce la historia: el Califato Otomano. Y es que con la conquista de la capital imperial Constantinopla, renominada Estambul (“la Ciudad”) en 1453, y la expansión otomana por Asia Menor y por Europa, el turco Mehmet II empieza a acariciar la idea de proclamarse califa. Una reclamación que hallará el cauce adecuado en 1517, cuando con la victoria turca sobre los mamelucos abasidas no sólo culmina la conquista otomana de Oriente Medio, sino también la cesión de sus derechos por el secuestrado Califa al-Mutawakkil III a favor de otomano Selim I.
El califato otomano durará cuatro enteros siglos, hasta que tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, el turco Mustafá Kemal “Ata Turk” (que significa “el Padre de los Turcos”), fundador del moderno estado turco, pone fin al califato el día 3 de marzo de 1924.
La ocasión aún será aprovechada por el Jerife de La Meca Hussein ben Ali para proclamarse califa, si bien la reclamación no hallará el menor eco y, de hecho, la irrupción en el escenario árabe de la familia Ben Saud y su movimiento wahabita fundando el estado de Arabia Saudí, pone fin definitivamente hasta la fecha a la institución califal en el mundo islámico.
©L.A.
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