Del Cantar de los Cantares, el más rijoso de los libros de la Biblia
por En cuerpo y alma
Hemos tenido ocasión de referirnos a él por ser uno de los recipientes de las muchas citas que a España existen en la Biblia (pinche aquí si desea conocer sobre el tema), pero además de ello, el Cantar de los Cantares es, probablemente, entre los libros bíblicos del Antiguo Testamento y como decimos en el título del presente artículo, el más rijoso (sensual, concupiscente) de todos ellos.
El Cantar de los Cantares es una obra de una infinita belleza literaria, un libro breve, de menos de 2.500 palabras en español, vale decir como tres artículos de éstos con los que yo les doy la brasa a Vds. cada día.
Relata en cinco poemas el amor que se profesan un amado y una amada, en unos términos sensuales que uno espera poco encontrar en la Biblia, a pesar de que la lectura de todos y cada uno de sus libros depara, en éste y en otros muchos sentidos, no pocas sorpresas.
Al amado se le llama “rey” y “Salomón”. Si a ello añadimos lo que constituye su primer versículo “Cantar de los cantares de Salomón”, nada más fácil que realizar la atribución autorial que comúnmente se hace como salido de la pluma del mítico rey isaraelita, de quien por un lado, dice el libro de los Reyes que “compuso tres mil proverbios y su cancionero contenía mil y cinco canciones”, y por otro, afirma el mismo libro en semejante línea superlativa, que “tuvo setecientas mujeres con rango de princesas” (1Re. 11, 3), y por si ello fuera poco “trescientas concubinas” (pinche aquí si desea conocer sobre el tema).
A la amada se la llama la “Sulamita” (Cantar 7, 1), cuya etimología nos devuelve al Rey Salomón (“la de Salomón”, la sulamita), pero también, según otros exégetas, a la mujer sunamita (con ene) de la que se habla en el mismo libro de los Reyes que mencionamos arriba, llamada Abisag, escogida con una misión muy especial:
“El rey David era ya viejo y entrado en años; lo cubrían con mantas, pero no entraba en calor. Sus servidores le dijeron: ‘Que se busque para el rey mi señor una joven virgen que sirva al rey y sea su doncella; que duerma sobre tu pecho y el rey mi señor entrará en calor’. Buscaron una muchacha hermosa por todos los términos de Israel; encontraron a Abisag la sunamita, y la llevaron al rey” (1Re. 1, 2-5).
De ella se dice al final:
“La joven era extraordinariamente hermosa; era su doncella y le servía, pero el rey no intimó con ella”.
¿Lo hizo acaso Salomón, el semental de las “setecientas esposas y las trescientas concubinas”?
Todo lo cual nos daría una antigüedad de la obra que la reconduce al s. X a. C., época en la que vivió, reinó y escribió el rey sabio israelita. Si bien un análisis literario del texto y los préstamos de ciertos arameísmos y hasta de una palabra griega y otra persa, conducen a una datación más cercana, entre los siglos V y IV a. C..
Su temática es tan rijosa, que su canonicidad judaica, de la que deriva la del propio canon cristiano, fue puesta en entredicho por los propios judíos, que finalmente la aceptan en base al criterio de la tradición. Otra vía de “purificación” de su contenido es la que lo convierte en una interpretación alegórica del amor que profesa Dios por su pueblo elegido, trasladable a las bodas de Cristo con su Iglesia en la exégesis cristiana. Interpretación que debemos inicialmente a Orígenes (185-254), y que no dejó de hallar relevantes adversarios como notablemente Teodoro de Mopsuestia (350-428).
En cuanto al uso que se ha hecho del Cantar de los Cantares, se sabe que era cantado en las fiestas judías relacionadas con los esponsales, y ello aún a pesar de la oposición de importantes rabinos como el Rabbi Aqiba. Personalmente, echo de menos su lectura en las iglesias con ocasión de las bonitas ceremonias matrimoniales que celebran todos cuantos deciden consagrar su unión en una iglesia, ocasión que la lectura del Cantar de los Cantares no puede sino embellecer.
Una de las últimas víctimas que se cobró el Cantar de los Cantares fue el gran sabio español Fray Luis de León, cuya traducción del mismo al español le valió varios años en las celdas inquisitoriales (pinche aquí sobre la Inquisición), pero eso, como tantas veces les digo, es harina de otro costal, que hemos de moler en otra ocasión. No cerraré sin embargo, la presente molienda sin dejarles algunas líneas del precioso libro, con cuya lectura recomiendo a Vds. deleitarse en alguna ocasión. Ahí va un fragmento del poema 3:
“¡Qué bella eres, amor mío,
qué bella eres!
Palomas son tus ojos
a través de tu velo,
tu melena, rebaño de cabras
que desciende del monte Galaad.
Tus dientes, rebaño esquilado
de ovejas que salen del baño:
todas con crías mellizas,
entre ellas no hay una estéril.
Tus labios, cinta escarlata,
y tu hablar todo un encanto.
Tus mejillas, dos cortes de granada,
se adivinan tras el velo.
Tu cuello, la torre de David,
muestrario de trofeos:
mil escudos penden de ella,
todos paveses de valientes.
Tus pechos son dos crías
mellizas de gacela,
paciendo entre azucenas.
Antes que sople la brisa,
antes de que huyan las sombras,
iré al monte de la mirra,
a la colina del incienso.
¡Toda hermosa eres, amor mío,
no hay defecto en ti!
Ven del Líbano, novia mía,
ven, llégate del Líbano.
Vuelve desde la cumbre del Amaná,
de las cumbres del Sanir y del Hermón,
desde las guaridas de leones,
desde los montes de leopardos.
Me has robado el corazón,
hermana y novia mía,
me has robado el corazón
con una sola mirada,
con una vuelta de tu collar.
¡Qué hermosos son tus amores,
hermana y novia mía!
¡Qué sabrosos tus amores!
¡Son mejores que el vino!
¡La fragancia de tus perfumes
supera a todos los aromas!
Tus labios destilan miel virgen, novia mía.
Debajo de tu lengua
escondes miel y leche;
la fragancia de tus vestidos
parece fragancia del Líbano.
Eres huerto cerrado
hermana y novia mía,
huerto cerrado,
fuente sellada.
Tus brotes, paraíso de granados,
lleno de frutos exquisitos:
nardo y azafrán,
aromas de canela,
árboles de incienso,
mirra y áloe,
con los mejores bálsamos.
¡Fuente de los jardines,
pozo de aguas vivas
que fluyen del Líbano!” (Cantar 4, 1-15)
©L.A.
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