Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Noche del 5 de agosto, por las calles de Talavera de la Reina

por Jorge López Teulón

A estas horas don Saturnino Ortega Montealegre, arcipreste de Talavera de la Reina y párroco de Santa María la Mayor es sacado de la cárcel. Las primeras horas del día de mañana encontraran su cuerpo muerto en la Venta “El Conejo”, en la carretera general que conduce a Badajoz, en el término de Calera y Chozas, con heridas de arma de fuego.

          Justamente en el lugar donde se levantaba esta cruz, fue asesinado. Hace unos años fueron robadas las piedras que formaban el monumento y se levantó una sencilla cruz en su lugar. Labrada en la piedra y, hoy en cerámica, se pueden leer las últimas palabras pronunciadas por el mártir: "Morir por Jesús, qué dulce morir".
Fue apresado y encerrado el 19 de julio, permitiéndosele llevar sólo el manteo y el breviario. Luego pidió el Kempis. Cuando llegó a la cárcel, colocó un crucifijo en la pared y dijo a los que le acompañaban: “Esta es nuestra capilla, no os hagáis ilusiones”, y les exhortaba a que se prepararan para morir bien. Rezaba con ellos el rosario, tenían las oraciones de la mañana y les predicaba o leía el Kempis. Tras sacarle de la cárcel, después de mofas y escarnios, en la noche del 5 al 6 de agosto, fue conducido al cercano pueblo de Calera para ser fusilados.

Bajo estas líneas, el beato Saturnino (de los sacerdotes que aparecen sentados, el primero por la izquierda) en la primera misa de don Emillio Corrales Garrido, sacerdote salesiano, ordenado el 24 de febrero de 1929.


 
¡Morir por Jesús, qué dulce morir!
Nació el 29 de noviembre de 1866 en Brihuega (Guadalajara). Ante su deseo de ser sacerdote, sus padres lo llevaron al colegio de los Padres Paúles de Sigüenza. Fue, por entonces, cuando quedó huérfano de madre. Posteriormente se trasladó a Toledo, donde concluyó sus estudios, siendo ordenado sacerdote en 1892. Celebró su primera misa en su pueblo natal. Inmediatamente recibió el nombramiento de ecónomo de los pueblos de Guadalajara de Romancos y Archilla y, poco después, de San Felipe de Brihuega en el mismo año 1882. Al año siguiente sería párroco de Fuencemillán (Guadalajara) hasta que, el 20 de enero de 1903, dejó la Alcarria y vino a la provincia de Toledo como párroco de Santa Cruz de Retamar.
En julio de 1912 recibió el nombramiento de párroco de Santa María la Mayor de Talavera de la Reina y, en seguida, de arcipreste de Talavera. Los testigos hablan de él como un sacerdote noble, caritativo, devoto y amante de la Eucaristía; abnegado y austero; que supo sufrir con paciencia todas las calumnias que por aquel tiempo recaían en su persona.
En los días anteriores a su prisión y martirio, el Beato Saturnino, ya había manifestado su generosa intención de dar su vida por Cristo. Algunos testigos refieren cómo, mientras celebraba los sacramentos, concretamente un matrimonio, entraban en el templo a insultarle y amenazarle. En la última plática que dio a las Madres Carmelitas les exhortaba diciendo: “Hijas mías, tened mucho ánimo y confianza en el Señor; a vosotras no os pasará nada, pero a mí me matarán… ¡Morir por Jesús, qué dulce morir!
 
Una bala por una vida
La primera exhumación de los restos de nuestros mártires que realicé fue la del Beato Saturnino Ortega Montealegre. Tuvo lugar el 15 de junio de 2007. Al finalizar la tarde, después de un trabajo intenso, y sobre todo emocionante, el Doctor José Díaz Valero se volvió hacia el grupo y dijo con tono solemne: “Esto es plomo”. Inmediatamente todos nos giramos y nos acercamos para ver lo que, a partir de ese momento, consideraríamos una preciada reliquia. Días después, tras momentos de duda e incluso de decepción ante las primeras consultas, decidimos poner “el plomo” en manos de los técnicos…
Tras el análisis, expertos de Madrid en balística afirman: se trata, sin ningún género de dudas, de un proyectil del calibre 38; disparado por un revólver, esto es, un arma corta. Con este proyectil, descargado cerca de la víctima, se le pudo rematar tras el fusilamiento, lo que conocemos como “tiro de gracia” o, incluso directamente se pudo acabar con su vida de un solo disparo.
La víctima era el Siervo de Dios Saturnino Ortega Montealegre, párroco de Santa María la Mayor, la Colegial, y arcipreste de Talavera de la Reina. Hoy se cumplen 75 años de su martirio. Había sido apresado semanas antes, el 19 de julio. El 5 de agosto fue sacado de la cárcel para ser conducido a la Fundación Santander (actual Colegio de La Salle), donde se mofaron de él, haciéndolo objeto de burlas y escarnios. Le desnudaron poniéndole un cencerro y toreándole y simularon ponerle banderillas, o se las pusieron.
Finalmente, en la noche del 5 al 6 de agosto, fue conducido junto a dos seglares, uno de ellos don Víctor Benito Zalduondo, al pueblo de Calera para ser fusilados. Confesó a sus amigos y les dio la absolución. Se dice que antes de morir dijo, perdonando a sus verdugos: “Os perdono por amor a Jesucristo, ¡Viva Cristo Rey!”.
En un informe se dice que se encontró el cuerpo de don Saturnino, en la Venta “El Conejo”, en la carretera general, con heridas de arma de fuego. Unos devotos levantaron en su memoria una cruz que todavía se conserva. Su cuerpo fue enterrado en el Corralillo de los Fetos en el cementerio de Calera. A los cincuenta días fueron trasladados sus restos al cementerio de Talavera. Era el 25 de septiembre de 1936. Setenta años después nosotros nos encontrábamos esa bala. La última bala disparada para arrancar una vida. La historia del martirio se cobraba una nueva víctima… el santoral se enriquecía con un nuevo testigo.
Mientras exhumábamos el cuerpo de don Saturnino, al encontrar esa bala, todos recordamos la historia de otra bala. El 13 de mayo de 1982, un año después del atentado al Beato Juan Pablo II, éste formalizaba su devoción y agradecimiento a la Virgen donando al santuario de Fátima la bala que le extrajeron. La misma que, desde 1984, está engarzada, por decisión del Obispo de Leiria-Fátima, en la aureola de la corona de la imagen mariana que preside el santuario. Nosotros entregamos también esta bala, tras colocarla en un relicario, para que la conserve la parroquia de Santa María.
Desde el principio la Iglesia ha respetado aquellos signos y expresiones materiales que provienen de Dios. El culto a las reliquias hunde sus raíces en los comienzos del cristianismo. Se dice que los primeros restos físicos de que se tiene noticia son los de San Esteban, el primer mártir de la Iglesia católica. Aunque el Evangelio nos recuerda que los discípulos del Bautista se presentaron para recoger “su cuerpo”.
           Para saber a dónde vamos tenemos que saber de dónde venimos. Porque quien conoce su historia, conoce su identidad. Esta bala nos recuerda que don Saturnino está vivo. Esta bala no quitó vida, la dio para siempre. El pensamiento de Dios consiste en entregar la vida en este mundo para gozar de ella eternamente: “Quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. El pensamiento de Dios lo tiene quien recorre en esta tierra el mismo camino que recorrió Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. El Beato Saturnino Ortega Montealegre asumió el pensamiento de Dios y siguió este camino. Por eso esta bala, que aparentemente le arrancó su vida, le supuso para siempre la vida eterna.


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