Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Tarde del 26 de noviembre, en la casa de los Tort de Barcelona

por Jorge López Teulón

Estos días quiero imaginarme al santo Doctor Irurita en su última semana de vida. Me lo imagino en algunos ratos libres hojeando los periódicos de la época, especialmente algún ABC, donde aparece fotografiado entregándose a su ministerio por el pueblo de Dios: primero como Obispo de Lérida y luego, en la sede de san Paciano de Barcelona. Lleva varios meses escondido en el domicilio de la familia Tort de Barcelona…


 
César Alcalá, historiador y escritor, presentó una ponencia sobre el martirio del Obispo Irurita en el Encuentro de Historia Militar Cáceres 1937-2007, celebrado en esa ciudad en agosto de 2007. En ella Alcalá recoge un testimonio, en primera persona, sobre el carácter y la manera de ser del Doctor Irurita, ofrecido por Trinidad Mariner:
 
Hacia el mes de mayo de 1936 el Sr. Obispo, con su secretario y familiar D. Marcos Goñi, visitó mi amado Colegio de Escolapias de San Martín de Provenzales, en la calle Juan de Peguera de Barcelona. Iba yo a cumplir 17 años y era el último curso que pasaría en el colegio. Las religiosas me encargaron un discursito de salutación hacia el Prelado. El Señor Obispo nos habló paternalmente y con todo cariño. Al terminar, su secretario repartió unas bolsitas de caramelos a las niñas. Sobraron dos o tres y, al verlo, sonriente, las agitó en su mano y dijo: “-Estas para la del discurso. ¿Dónde está la del discurso?”. Yo, ruborizada, no me atrevía a moverme de mi sitio, hasta que una religiosa, la Madre Esperanza Aríztegui, navarra y que conocía a Don Marcos, me empujó suavemente y fui a por las bolsitas.
 




Siervo de Dios Manuel Irurita Almandoz
 
El Obispo de Barcelona nació en Larrainzar (Navarra) el 19 de agosto de 1876. Doctor en Sagrada Teología en 1906 y en Filosofía en 1907. Beneficiado de la Catedral de Valencia en el 1899. Profesor de Canto Gregoriano, de Lengua Hebrea y de Teología fundamental en el Seminario de Valencia. Director diocesano de la Obra de la Consagración de Hogares al Sagrado Corazón de Jesús y de la Vela Nocturna. Consiliario Presidente de la Asociación de Intereses Católicos. Presidente del Rosario de la Aurora. Promotor del expediente de Beatificación de la Madre Sacramento. Visitador de Religiosas y Promotor de las Misiones diocesanas hasta que de Valencia pasó a Lérida, por ser nombrado Obispo de esta diócesis. Excelente músico fue nombrado Presidente de la Asociación Ceciliana Española en el Congreso Nacional de Música Sacra de Vitoria, en el año 1928. Trasladado al Episcopado de Barcelona, se distinguió por su bondad y santidad.
 
 
Una vez iniciado el Alzamiento Nacional, 19 de julio de 1936, ningún religioso estuvo a salvo de la persecución. Incluso el propio Obispo tuvo que esconderse para salvar la vida. Los hechos se iniciaron el 21 de julio de 1936. Ese día un grupo de republicanos incendió el Palacio Episcopal, residencia del Obispo. El Dr. Irurita no deseaba huir. Quería quedarse allí y plantarles cara a los revolucionarios. El reverendo Marco Goñi, secretario del Dr. Irurita y la señora Emeteria, prima del Obispo y mayordoma suya desde hacía más de 30 años, le insistieron para que se marchara, pues su vida corría peligro. Finalmente consiguieron que escapara por la puerta de atrás, situada en la calle Montjuïch, vestido de paisano, para que de esta manera salvara la vida.
Ya fuera tenía la intención de refugiarse en la casa del reverendo Faura, situada en la misma calle Montjuïch número 3. Dicho lugar era igual de peligroso que el Palacio Episcopal. Por los alrededores se encontró con Antonio Tort, relojero que vivía en el número 17 de la calle del Call:
 
–Señor obispo, ¿a dónde va?, le preguntó.
 
–Hijo, este pobre obispo no sabe a dónde ir.
 
–Usted se viene a mi casa.
 
El Doctor Irurita, el reverendo Goñi y doña Emeteria se refugiaron en casa de éste, situada en la calle del Call número 17. Allí también estaban refugiadas seis hermanas del Convento de las Religiosas Carmelitas de la Caridad, de la Madre Vedruna.
 
Sobre los meses que pasó el Obispo Irurita en casa de la familia Tort escribe el reverendo José Ricart Torrens lo siguiente:
 
El señor Obispo y don Marcos se aposentaron en la misma habitación en que se hallaba instalado el oratorio. Presidía la habitación una imagen de la Virgen de la Merced. Allí se guardaba el Santísimo Sacramento. Y un reclinatorio en el que durante largas horas el doctor Irurita se sumergía en la más intensa Oración. Allí estaba ya arrodillado a las cinco de la mañana, preparándose para la Santa Misa. Celebraban él y don Marcos. También algunas veces el padre Artigas, del Oratorio de San Felipe Neri, confesor del Prelado (José Ricart Torrents, Un Obispo de antes del Concilio, Madrid, 1977).
 
Esto se repitió durante los cuatro meses y medio que permanecieron escondidos en casa de los Tort. Durante ese tiempo nació el último hijo de Antonio Tort. El reverendo Marcos Goñi lo bautizó, y el Siervo de Dios Manuel Irurita hizo de padrino.


 
José Ricart Torrents también escribió en la revista Iglesia Mundo 124 (1976) un artículo titualado “Centenario del Obispo Mártir Doctor Irurita”. Allí podemos leer:
 
Recordaremos unas palabras suyas pronunciadas en julio de 1935, en Barcelona. Decía el doctor Irurita:

            "
Ahora, sobre todo se necesitan obispos que vean a Jesús, sacerdotes que vean a Jesús, maestros que vean a Jesús. Hora es ya de que caigamos en la cuenta de que con Jesús lo tenemos todo y sin Jesús no tenemos nada. Yo quisiera que sacarais este fruto. Con Jesús lo tengo todo, con Él soy suficientemente sabio, rico y feliz. Tengo a Jesús, le poseo, le amo; lo demás nada hay que me interese... No concibo en la hora presente un católico valiente, ni un maestro fiel a su deber, ni aún los triunfos de la virtud sin ver a Jesús... ¿No veis tantos católicos a medias, tantas almas cobardes? ¿A qué se debe tanta debilidad, tanta tibieza, tanta cobardía?... Hacen falta ahora católicos y católicos de profundas convicciones, de voluntad decidida, de fortaleza ejemplar; valientes y dispuestos a padecerlo todo, a sacrificarlo todo, la bolsa, la nómina, la carrera, si es preciso. Pero esos hombres sólo los tendremos cuando mueran a todas las cosas, cuando mueran a sí mismos para vivir la vida de Jesús".

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