30 de agosto, son asesinados los Obispos de Guadix y Almería
BEATO MANUEL MEDINA OLMOS
Nació en Lanteira (Granada) el 9 de agosto de 1869, en el seno de una humilde familia, quedó pronto huérfano de madre. Realizó estudios de bachillerato entre 1877 y 1882, obteniendo el premio extraordinario de bachiller, sección de Letras, en el Instituto de Almería. Cursó estudios de Derecho y de Filosofía y Letras en la Universidad de Granada, y de Teología en el Seminario Central de Granada. Fue ordenado sacerdote en agosto de 1891, ejerciendo sucesivamente de párroco en el Sagrario de Guadix y de canónigo del Sacromonte de Granada. Colaboró con el padre Manjón en las escuelas del Ave María, siendo a partir de 1895 subdirector de esta institución.
Desde 1896 fue profesor de Metafísica en la Facultad Civil del Colegio del Sacromonte, en la que se licenció en Derecho el 3 de abril de 1898. Fue nombrado rector de este colegio en 1901. Obtuvo la licenciatura en Filosofía y Letras el 26 de septiembre del mismo año en la Universidad de Granada.
Durante estos años escribe y publica un ensayo sobre el que fuera fundador del la Abadía del Sacromonte, el arzobispo Pedro Vaca Castro y Quiñones, un libro de teatro infantil, la comedias “La mejor lima social”, las zarzuelas “El día de Inocentes”, a la que puso música el maestro Alonso, “Los peligros del mentir” y “La primera gracia”, así como un tratado sobre la obra jurídica del Padre Suárez, publicado en 1917.
El 14 de diciembre de 1925 fue preconizado obispo auxiliar de Granada, archidiócesis que estaba entonces a cargo del cardenal Casanova. Tres años más tarde es nombrado obispo de Guadix, tomando posesión el 30 de noviembre de 1928.
Realizó entre los años 1929 y 1932 una completa visita pastoral a la diócesis a su cargo. De entre sus cartas pastorales, el propio obispo destacó las dos de 1931 tituladas «La nueva Constitución Española» (29-61931) y «El capital y el trabajo» (17-91931). Entre 1934 y 1935 fue administrador apostólico de la diócesis de Almería.
Tras un registro del palacio arzobispal, el 27 de julio de 1936 fue apresado por un grupo encabezado por el alcalde de Guadix, y trasladado posteriormente, junto a otros tres sacerdotes, a Almería, permaneciendo preso en la casa del vicario general, en el barco prisión Astoy Mendi y en el acorazado Jaime I, hasta que en la madrugada del 30 de agosto de 1936, fue trasladado en camión hasta el barranco de los Chismes en término de Vícar, donde lo fusilaron junto a otros dieciséis sacerdotes y seglares.
Iniciado en 1954 su proceso de beatificación, fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 10 de octubre de 1993, estableciéndose el 30 de agosto como fiesta conmemorativa. Es copatrón de Lanteira, su aldea natal, donde se saca en procesión su imagen cada 30 de agosto durante las fiestas que se celebran en su honor.
Monseñor Juan García-Santacruz fue Obispo de Guadix-Baza de 1992 a 2010, falleció hace varios meses, el pasado 12 de marzo. El presente artículo, escrito con motivo de la beatificación, apareció publicado en la obra “No tengáis miedo: Testigos ante el Tercer Milenio” (Zamora 1996).
Don Manuel Medina, pastor caritativo
Don Manuel nació el 9 de agosto de 1869 en la villa de Lanteira, Cenete, una de las comarcas más típicas de la vertiente norte de la granadina Sierra Nevada. Hijo de modestos labradores, fue bautizado a los dos días de su nacimiento, recibiendo los nombres de Justo y Manuel.
En Lanteira creció; sus calles, plazas y campos sirvieron de escenario para sus juegos infantiles; la escuela del pueblo brindó el primer encuentro con las letras al pequeño Manuel, el templo parroquial alberga entre sus muros los fervores del niño, del adolescente, del joven, del adulto, habidos en largos ratos de intimidad con el Señor. (En la fotografía, su casa natal).
A los trece años obtuvo el grado de bachiller en el Instituto de Almería y, seguidamente, ingresó en los seminarios, Menor y Mayor, de San Torcuato, donde realizó ejemplarmente los estudios eclesiásticos y asimiló la formación ofrecida. Muy joven aún, a los veintidós años, recibió el sacramento del Orden Sacerdotal y el encargo de ejercer el ministerio pastoral en la parroquia del Sagrario, en Guadix.
Por los caminos de Dios
Unos meses después, y siendo ya doctor en Teología, ganó por concurso-oposición una canonjía en la famosa Abadía del Sacromonte en Granada, donde conoció al gran pedagogo D. Andrés Manjón, fundador de las Escuelas del Ave María. Y en Granada se desarrolló la etapa más larga de su vida.
El encuentro de D. Manuel con el P. Manjón fue tan importante que marcó profundamente su futuro; surgió entre ambos una gran amistad; descubrió Manjón en nuestro futuro obispo al excelente colaborador en quien confiar la subdirección de las Escuelas, junto a importantes tareas pastorales y actuaciones de categoría considerable, como la participación en el I Congreso Catequístico Nacional de Valladolid en 1913, o la visita a las Escuelas de Valencia, y otras muchas de semejante interés. Parecía que Manjón preparaba a D. Manuel para que, a su muerte ocurrida en 1923, le sucediera en la dirección de la prestigiosa institución por él fundada. Y así fue.
Supo simultanear la actividad con el estudio, acreditando su excepcional categoría intelectual con la obtención de grados en ciencias civiles, como la licenciatura en Derecho y en Filosofía y Letras. Pero los éxitos no alteraron su original sencillez y supo mantenerse en un equilibrio constante, fruto de una extraordinaria virtud. Ahí están las claves para entender la santidad del nuevo beato y unas lecciones muy importantes para el cristiano de hoy, que vive en un mundo en el que tanto se exaltan la competitividad, las apariencias y el afán de poder. Dios lo había dotado de una gran inteligencia y, desde pequeño, su voluntad se había curtido gracias a la educación, severa y afectuosa a la vez, de su cristiana familia.
Cuando, en 1926, fue nombrado obispo auxiliar de Granada tuvo que dedicarse a su nuevo ministerio sin abandonar las tareas que anteriormente le habían sido confiadas. Acertadamente resume todo este período Montero Vives con las siguientes palabras: “El itinerario rectilíneo que se revela a lo largo de estos cuarenta y un años al servicio del Ave María, nos muestra que D. Manuel Medina fue un amigo fiel, un sacerdote celoso de su ministerio, un canónigo ejemplar, un escrito fecundo, un pedagogo y catequista consumado, un obispo al servicio de los niños más pobres y un digno sucesor del santo y sabio pedagogo D. Andrés Manjón”.
La intensa labor realizada en la etapa granadina sirvió a D. Manuel de preparación para el último y más notable de sus ministerios. Por bula papal de Pío XI, fechada en Roma el 2 de octubre de 1929, era nombrado obispo de Guadix. El 3 de diciembre siguiente hizo su entrada en la diócesis con un lema bien significativo: “Restaurar todas las cosas en Cristo”. Y, a partir de entonces, desarrolló una intensa labor pastoral que no se agotaría hasta su muerte, ocho años después. No es posible condensar este apretado período en el reducido espacio de unos escasos folios; me limitaré a subrayar algunos de los aspectos más sobresalientes:
A) En primer lugar, destaca su dedicación al ministerio episcopal. Apenas había transcurrido un mes de su incorporación a la diócesis, cuando inició la visita pastoral en la catedral, siguiendo a lo largo de tres años y medio, el recorrido de toda la geografía diocesana por caminos difíciles e intrincadas veredas que le llevaron a los lugares más recónditos de esta accidentada zona. Y en cada visita, un apretado programa de predicación, reuniones, encuentros con los distintos grupos de personas, y confirmaciones, casi siempre masivas.
Pero esta dedicación, con ser tan absorbente, no impidió su atención a otras actividades. Baste recordar que, en este mismo tiempo, escribió diez importantes documentos sobre temas de actualidad, tan variados como la enseñanza del catecismo y la nueva Constitución Española; en 1929 asistió al I Congreso Nacional de Acción Católica celebrado en Madrid, igual que al III Congreso Catequístico Nacional de Zaragoza en 1930. Y todo ello sin abandonar las tareas ordinarias del gobierno de la diócesis.
B) Otra de sus actividades preferidas fue precisamente la catequesis. Además de su gran experiencia personal en el Ave María, D. Manuel, como obispo auxiliar, había tenido una importante intervención en el II Congreso Catequístico Nacional de Granada, en 1926, cuya organización estuvo a su cargo. Volcó este valioso bagaje en nuestra diócesis, dedicándole una especial atención, como lo prueban las tres cartas pastorales sobre el tema, la creación de una cátedra de Pedagogía Catequística en el Seminario, la organización de semanas catequísticas en Baza y en Guadix en octubre de 1933, y otras como las más de cuarenta memorias presentadas en el III Congreso Catequístico de Zaragoza, al que llevó también una considerable representación de personas de la diócesis.
C) Entre los puntos preferenciales de D. Manuel destaca el Seminario. Desde su llegada a Guadix como obispo, lo visitaba frecuentemente, se interesaba por su funcionamiento, intervenía en sus celebraciones y departía familiarmente con los alumnos. Cuando, al llegar la II República, se recortó la asignación estatal a la Iglesia, la matrícula de aspirantes al sacerdocio se redujo a la mitad, ante esta difícil situación D. Manuel hizo un esfuerzo enorme recurriendo a la oración y a la solidaridad de los cristianos para resolver este grave problema y mantener el Seminario abierto.
D) Esta misma solicitud sintió y expresó D. Manuel con los sacerdotes, a los que trató como verdadero padre, pero sin dejar de exigirles como correspondía a su condición de pastor. A este fin supo acercarse a ellos con exquisita discreción. Hay una relación escrita que pone de manifiesto el fruto de este esfuerzo: “Ha visitado y escuchado a todos, informándose personalmente de su vida, costumbres, personas con las que conviven y en especial, sobre la atención de cada uno de ellos a los avisos referidos a la vida sacerdotal. Como regla general, solo ha conocido sacerdotes observantes, y si hay algunos tibios o faltos de celo los ha corregido con severidad y caridad”. Esta preocupación se extendía también a los problemas materiales del clero, agravados por las circunstancias políticas del momento, buscando recursos para que los sacerdotes no sufrieran las consecuencias del recorte presupuestario y recibieran puntualmente su ayuda mensual.
E) Finalmente, quiero destacar otro aspecto muy característico de su personalidad. Me refiero al espíritu de pobreza, meritoriamente vivido, y a su constante preocupación por los problemas sociales. Los datos aquí serían muy numerosos y altamente expresivos. En el plano doctrinal, baste con citar su exhortación pastoral sobre “La nueva Constitución Española” (29-VI1931) y otra sobre “El capital y el trabajo” (12-X1931), donde recogiendo las enseñanzas de León XIII y Pío XI, expone las líneas maestras para resolver la cuestión social. Y en el terreno práctico, los testimonios son abundantísimos: desde su plan de vida en la residencia episcopal, marcado por la austeridad, hasta su especial sensibilidad por el mundo de los necesitados, que le llevó a entregar su pectoral y su anillo pastoral para que fuesen subastados en beneficio de la clase trabajadora.
Mártir de la fe
Las complicaciones sociales que surgieron en España, a partir del año 1936, tuvieron su repercusión natural en la vida de la diócesis, situada en una de las zonas más pobres de nuestra patria. La función pastoral del obispo se hacía cada día más difícil y compleja. Pero ello no impidió a D. Manuel que, en esta etapa turbulenta, realizara la visita ad limina en 1932, y ejerciera la misión de administrador apostólico de Almería (19341935) compaginando este nuevo cargo con su atención esmerada a la diócesis y a las Escuelas del Ave María.
El estallido de la contienda civil interrumpió bruscamente la intensa actividad pastoral de nuestro obispo. Y la muerte violenta, que él había presentido y anunciado en diversas ocasiones, puso fin a su vida como un signo evangélico de entrega a la Iglesia y una rúbrica de encendida fe.
No es preciso recordar los detalles de su calvario desde que, el día 27 de julio de 1936, fuera detenido en Guadix y quemado su cadáver, junto con D. Diego Ventaja, obispo de Almería, y un nutrido grupo de sacerdotes, religiosos y seglares, en el Barranco del Chisme, término de Vícar (Almería). Pero sí es importante recordar que D. Manuel había recibido varios ofrecimientos para salvarse de la muerte, y los rechazó enérgicamente alegando su condición de pastor, que no puede abandonar a sus ovejas en momentos de peligro. Hay que destacar, igualmente, que murió perdonando como prueba inequívoca de su fidelidad a Cristo.
BEATO DIEGO VENTAJA MILÁN
Nació en Ohanes, pueblo de las Alpujarras almerienses, el 24 de junio de 1880, pronto se traslada a Granada con sus padres, humildes servidores y profundamente cristianos. En septiembre de 1890 comienza sus estudios en el colegio-seminario del Sacromonte. Cumplidos los 14 años y terminado el cuarto curso de Latín y Humanidades, el año 1894 es enviado a Roma, al nuevo Colegio Español, para afrontar todos los estudios eclesiásticos en la Universidad Gregoriana.
El 20 de diciembre de 1902 es ordenado sacerdote, y vuelve de Roma con sus tres doctorados. Hasta su nombramiento de obispo, vive treinta y tres años de fecundo ministerio sacerdotal, en torno al Sacromonte de Granada, y en las escuelas del Ave María. Gran catequeta y pedagogo, profesor en el colegio-seminario, predicador incansable, destaca en él su profunda espiritualidad, su desprendimiento, su humildad y su celo sacerdotal.
El 4 de mayo de 1935 es nombrado obispo de Almería por el papa Pío XI. Consagrado en la catedral de Granada el 29 de junio por el arzobispo don Agustín Parrado García, con la participación del obispo de Guadix-Baza, don Manuel Medina Olmos -compañero de ministerio, de martirio y de beatificación- y el obispo de Tuy, don Antonio García y García. El día 16 de julio hizo su entrada en la Santa y Apostólica Iglesia Catedral de Almería. Poco más de un año después, el 28 de agosto de 1936, tras cuarenta días de doloroso vía crucis vivido con ejemplar humildad y fortaleza, fue encontrado digno de la palma del martirio por la fe en Jesucristo, por fidelidad a su ministerio y por su condición de obispo.
En 1936 había cuatro logias en Almería capital, con 273 masones y seis logias en pueblos de la provincia. Fueron los artífices directos e indirectos de la campaña antirreligiosa, que llenó de ataques a la Iglesia las columnas de la prensa izquierdista y los mítines callejeros de motivación electoral. Esa fue la atmósfera que tuvo que respirar el obispo de Almería en su primera etapa de gobierno eclesiástico. Fue casual la presencia del prelado el día del Alzamiento, ya que el día 15 de julio llegó a su residencia procedente de Granada, donde había resistido fuertes presiones para que se quedase allí en vista de la tensa situación reinante tras el asesinato de José Calvo Sotelo. Hizo oídos sordos, pues quería pasar entre sus fieles la fecha aniversario de su entrada en la diócesis.
El día 22 de julio, hacia las nueve de la mañana sonaron fuertes golpes en la puerta trasera del inmueble episcopal, siendo derribada por una turba de milicianos armados, practicando un minucioso registro. Trasladaron al obispo al cuartelillo de Seguridad donde le hicieron proposiciones formales de fuga y le ofrecieron un coche a tal efecto. A la media hora volvió al palacio. Dos días después tuvo la ocasión de escapar en un destructor inglés anclado en el puerto de Almería que le ofrecieron dos súbditos británicos empleados en Fuerzas Motrices del Valle de Lecrín, pero monseñor Ventaja la rechazó con plena conciencia de lo que hacía. A las tres de la tarde del día 24 de julio de 1936 entraron en palacio tres individuos que obligaron a don Diego Ventaja a dejar su residencia porque iban a instalar en ella el Gobierno Civil, trasladándolo a un nuevo domicilio una vez recogidos algunos documentos importantes.
Monseñor Ventaja tuvo conocimiento por el gobernador civil de Almería del traslado de don Manuel Medina Olmos, obispo de Guadix, a su domicilio, que era el del vicario general. Al poco paraba un coche a la puerta, y de él bajaron monseñor Medina y los sacerdotes Torcuato Pérez y Segundo Arce. En este domicilio de la plaza de Careaga quedó constituida una pequeña comunidad eclesiástica. A partir de aquí el triste destino del obispo Diego Ventaja Milán siguió la misma trayectoria que la de monseñor Manuel Medina Olmos, ya descrita en la biografía del obispo de Guadix.
“Los obispos de Almería y Guadix y sus compañeros, escribía el Obispo Álvarez Gastón en 1993 con motivo de su beatificación, han sido mártires por el motivo más esencial, antiguo y permanente: por la profesión de fe, por la fidelidad a Jesucristo, por el cumplimiento de la vocación cristiana y de la misión encomendada, animados por la esperanza de la salvación y de la vida eterna, movidos por la caridad, el amor a Dios y a los hermanos hasta entregar la propia vida.
Nuestros mártires han ejercitado la paciencia en las tribulaciones, el perdón ante los insultos, la humildad hasta el extremo de las más grandes humillaciones, el dolor moral de los desprecios y el dolor físico de los tratos vejatorios. Y todo, con el perdón en los labios, con la bendición en las manos y visible amor en sus corazones. En el caso del obispo Diego Ventaja podemos añadir que con una mirada penetrante, difícil de olvidar, que fue una llamada al arrepentimiento de sus verdugos.
La Iglesia de Almería, apostólica por su primer obispo San Indalecio, contempla con inmensa alegría la singular grandeza que mueve a sus mártires al frente de los cuales está su obispo Diego Ventaja Milán que, en reconocimiento de la supremacía de Cristo ofrecieron heroicamente sus vidas, regando esta tierra reseca con su sangre, expresando así que, si Dios lo es todo y todo lo hemos recibido de Él, es justo entregarse totalmente a Él, único absoluto, fuente inagotable de vida y de paz.
Durante las duras pruebas que Dios permitió que experimentara la Iglesia en España, hace ya algunas décadas, mártires como Diego Ventaja Milán, supieron permanecer fieles al Señor, a sus comunidades eclesiales y a la larga tradición católica de nuestro pueblo. En el caso de nuestro obispo, su entrega al Señor y a la Iglesia fue tan firme que, aún teniendo la posibilidad de ocultarse y ausentarse, decidió, a ejemplo del buen pastor, permanecer entre los suyos para ejercer el cuidado pastoral para el que había sido elegido. En ningún momento abrigó sentimientos que enfrentaran a hermanos contra hermanos. Así entregó su vida poniéndose al frente demás de un centenar de sacerdotes y algunos religiosos y seglares, que con él ofrecieron el sacrificio supremo del martirio”.
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