En una cuneta yace el cuerpo del primer obispo asesinado
El Siervo de Dios fue el primero de los trece obispos asesinados en la persecución religiosa desatada en España coincidiendo con los días de la guerra civil. El episodio es tan conocido que, de hecho, hace unos años aparecieron unas pintadas firmadas por CNT-FAI en el Seminario de Sigüenza (Guadalajara), en las que se podía leer: “TENIAIS QUE ESTAR CON NIETO EN LA CUNETA”.
El vicepostulador de la Causa del Obispo Nieto, Dr. D. Raúl Corral Blázquez, escribe estás líneas.
SIERVO DE DIOS EUSTAQUIO NIETO Y MARTÍN
Diecinueve años como Obispo de Sigüenza y un único empeño en su vida personal y pastoral
Don Eustaquio nació el 12 de marzo en Zamora, en cuyo Seminario comenzó sus estudios, completados desde 1891 en To1edo. Allí obtuvo los grados de licenciado y doctor en Teología. En mayo de 1891 fue ordenado sacerdote en Arévalo (Ávila). Fue consagrado Obispo de Sigüenza el 27 de diciembre de 1916, tomó posesión de su sede el 1 de marzo de 1917. A lo largo de su actividad pastoral en Sigüenza, el Obispo Nieto fue testigo privilegiado de uno de los periodos más complicados y difíciles de la moderna historia de España.
Un plan pastoral: la acción religiosa en los pueblos
El día 8 de abril de 1917, tan sólo una semana después de llegar a Sigüenza, D. Eustaquio firmaba su primera Carta Pastoral dirigida a toda la diócesis, que, por aquellos años, no coincidía exactamente con los actuales límites de Sigüenza-Guadalajara. Esta primera carta del Prelado seguntino lleva por título «La acción religiosa» y está publicada en el Boletín Oficial del Obispado de Sigüenza (tomo LIX, 97139).
“Con la timidez propia que acompaña al inexperto piloto...”: así comienza un largo texto que bien puede ser considerado como un auténtico plan pastoral propuesto por el Obispo Nieto y Martín a su diócesis. El objetivo inmediato y urgente que D. Eustaquio establecía era éste: “Intensificare la acción religiosa en los pueblos. A esto hemos de dedicar todo nuestro esfuerzo y para ello emplearemos todos los medios que estén a nuestro alcance”.
Tras hacer un repaso por los distintos ámbitos de la vida de fe que se deben reforzar e intensificar, la Carta concluye: “trabajemos todos, venerables hermanos y amados hijos, para que arraigue profundamente la fe religiosa en el corazón del pueblo. Éste ha de ser nuestro ideal”.
Padre y Pastor
Ya en 1931, el Obispo de Sigüenza escribía así a los sacerdotes de su Diócesis: “si, por desgracia, se desencadenase contra nosotros una furiosa persecución instigada por el odio del infierno, permanezcamos firmes en nuestros puestos respectivos, cumpliendo con nuestros deberes sacerdotales de padre y de pastor; sin abandonar jamás a nuestras ovejas, confesando siempre a Cristo ante la faz del mundo como lo confesaban los mártires, las vírgenes y los confesores, que dieron su vida y su sangre por ensalzar y defender el sacrosanto nombre de Jesús”.
El martirio
“Ahora, más que nunca, cada cual debe estar en su puesto... Lo que sea de mis sacerdotes será de mí”. Con esas palabras se dirigía Don Eustaquio a su chofer, Antonio Dolado, cuando, en julio de 1936, éste invitaba al Obispo a abandonar Sigüenza.
Días después de estallar la guerra, concretamente el 25 de julio de 1936, miembros integrantes del POUM, la CNT y la FAI tomaron el Palacio Episcopal de Sigüenza y detuvieron al Señor Obispo, al Padre Porras y a un lego del Seminario. Fueron conducidos a la Plaza de Guadalajara, donde se les formó un juicio público. Tras él, fueron puestos en libertad y regresaron a sus residencias. Esa misma noche el Obispo tuvo nuevamente la oportunidad de escapar, pero también la rehusó, manteniéndose firme en sus convicciones y permaneciendo en su puesto.
Durante la madrugada del 26 de julio un grupo de milicianos entró en su habitación injuriándole. Mientras estos se dedicaban a saquear y a incendiar diversas estancias, D. Eustaquio aprovechó para esconderse en las bóvedas de la iglesia del Seminario, lo que trajo consigo que durante la tarde de ese mismo día los milicianos le buscaran por todo el Palacio sin poder dar con él. Esa misma noche entró en el Palacio un nuevo grupo de milicianos en su busca.
Para conseguir que saliera de su escondite, le engañaron diciendo que tenían órdenes de Madrid para llevarle allí prisionero. El Señor Obispo, saliendo finalmente de su escondite, fue detenido y montado en un coche que supuestamente iba a trasladarle a Madrid. Sin embargo, el coche tomó la dirección hacia Alcolea del Pinar (Guadalajara) y en el kilómetro 4.050 de la carretera de Alcolea del Pinar (Guadalajara) a Sigüenza (Guadalajara), en el término municipal de Estriégana, los milicianos le arrojaron del coche en marcha, lo que provocó diversas fracturas en sus piernas, y posteriormente lo fusilaron. Tras ello arrojaron su cuerpo por un terraplén y lo quemaron. La cruz recuerda desde entonces lo que narran los hechos: “Aquí dio gloriosamente su vida por Dios el Excmo. y Rvdmo. Sr. Dr. D. Eustaquio Nieto y Martín, celosísimo obispo de Sigüenza, sacrílegamente asesinado, después quemado, por las milicias comunistas el 27 de julio de 1936 a los 70 años”.
El cuerpo no fue enterrado, sino simplemente abandonado, hasta que el 4 de agosto de 1936 fue hallado por las fuerzas nacionales junto con su rosario y su pectoral. Sus restos chamuscados y mutilados fueron colocados en un ataúd. Se le dio sepultura el 5 de agosto en la ermita de San Roque, en Alcolea del Pinar (Guadalajara). Aunque fue asesinado en la noche del 26 al 27 de julio, su defunción está inscrita en el Registro Civil de Sigüenza con fecha del 6 de diciembre de 1937. En 1946 sus restos fueron trasladados a la Capilla de la Anunciación de la catedral de Sigüenza (Guadalajara).
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