Del denostado ladrillo al que aludía ayer, una vez más, ZP
por Luis Antequera
Se ha convertido en lugar común del discurso político español la crítica desaforada e implacable del que ha dominado nuestro escenario económico durante una década y media, -la que va de los años 1992 al 2007-, y ha proporcionado los años de mayor crecimiento que haya tenido nuestra economía en toda su historia, a saber, el Ladrillo, escrito así, con mayúsculas. Ayer mismo, el Sr. Zapatero, en un alarde más de la clarividencia que caracteriza su depurado pensamiento, se permitía recurrir, en el último debate de la nación en el que a Dios gracias participará, al Ladrillo como causa de esa crisis económica en la que se halla envuelta España, lo que hacía en la idea de que dicho argumento constituía nueva prueba de cargo contra el Gobierno Aznar, aunque éste cesara tres años antes de que se produjera la crisis, y nueva causa de exculpación del Gobierno ZP, por más que fuera el gran protagonista (y en buena medida artífice) de la misma.
El argumento, amén de propio de quien por su grado de inmadurez es incapaz de asumir la responsabilidad de sus actos, y de quien tras siete años de gobierno todavía no se cree que es él el que gobierna, es endeble y fácilmente rebatible.
Lo primero que habría que decir es que el auge del Ladrillo español es algo que ha afectado a tres gobiernos, y no sólo al de Aznar: el primero, el de las postrimerías del felipismo; el segundo, el del propio Aznar; y el tercero, el de Zapatero, durante el que, paradójicamente, alcanza su apogeo.
Pero en segundo lugar y sobre todo, es de preguntar al Sr. Zapatero: ¿pero qué es lo que habría querido Vd.? ¿que cuando lo que en todo el mundo no se hacía otra cosa, España hubiera perdido también el tren del ladrillo, como perdió el de la I y la II Revolución Industrial? ¿Qué hubiéramos pasado inexorablemente de los tres millones de parados de 1996 con los que nos dejó Solbes, a los cinco millones de parados de 2011 con los que volvió a dejarnos Solbes? Y los hospitales, las universidades, las carreteras, las vías de tren y el AVE, las infraestructuras, las grandes obras públicas, las energías alternativas, el embellecimiento de las ciudades españolas, el crecimiento del sector turístico, el aumento en cantidad (que no, lamentablemente, en calidad) de la enseñanza pública, la saneada seguridad social, las rebosantes cuentas públicas, el crecimiento de las pensiones, la inversión española en el extranjero, la inversión extranjera en España (particularmente en bienes inmuebles), la salida de los españoles al extranjero, el aumento de la renta per capita con el adelantamiento de Italia del que tan orgulloso se hallaba Vd.... ¿con qué cree Vd. que se ha hecho todo eso? ¿Habría sido posible todo ello sin los impuestos, pagos sociales y crecimiento económico propiciados por la construcción en estos irrepetibles y maravillosos quince años?
El innecesario alargamiento de la crisis española, digámoslo de una vez, está más relacionado con la impericia, y hasta mala fe, de ZP, que con la propia crisis en sí, cualquiera que sea su naturaleza. Y me explico: la triste realidad de lo ocurrido en España es que, fiel a lo que ha constituido el eje sobre el que ha girado toda la acción de gobierno del Sr. Zapatero, la mentira, las elecciones del año 2008 las gana el pesoísmo sobre una gigantesca mentira que sólo un ingenuo y voluntarista pueblo español, incapaz de aceptar la inexorabilidad de los hechos, podía tragarse: la de que la crisis no existía y era un invento del PP para ganar las elecciones. Es en contexto tal en el que el famosísimo debate Solbes-Pizarro adquiere hoy día una dimensión incluso superior a la que tuvo en su día.
Esa gigantesca mentira condicionó la acción gubernamental durante más de dos años, incapaz el Gobierno de reconocer una crisis cuya negación le había servido ni más ni menos que para ganar unas elecciones, y contra la cual, no sólo no tomó medida alguna, sino que incluso tomó las contrarias a las que debía tomar. Ahí están instrumentos tan desacertados como el Plan E, 5.000 millones puestos a disposición de los ayuntamientos para hacer pistas de patinaje y encalado de cementerios; los 15.000 millones alegre y, por cierto, desigualmente repartidos entre las autonomías para que no dieran la vara; y tantos y tantos otros fondos absurdos(1) que el Sr. Zapatero llegó a implementar, los cuales, aunque de momento aliviaban el dolor, no hicieron otra cosa que agravar la enfermedad, disparando el déficit público y agrandando, y sobre todo encareciendo, la deuda pública hasta límites insoportables. Unos fondos cuya magnitud, para que se hagan Vds. una idea, más que duplica los 12.000 millones de los que se habla hoy para salvar de la ruina a toda una economía nacional, la griega, y de los que, posiblemente, depende la mismísima supervivencia del euro.
Lo que verdaderamente ha ocurrido en España es que un necio gobernante atento a sus intereses personales y a los de su partido, y nada más que a ellos, no se percataba de que el filón del que se había nutrido la economía española durante década y media, incluidos los primeros años de su Gobierno, esto es, el ladrillo, se acababa, y en línea con ese error, omitía las medidas para, de manera ordenada y racional, promover y ayudar la exploración de nuevos filones.
Uno de los más graves legados que nos deja ZP, por encima incluso de la misma crisis económica, es el del que cabe llamar “crisis de la verdad” o “la gran crisis de las palabras”, donde éstas dejan de significar lo que significan, para pasar a significar lo que uno quiere que signifiquen en cada momento, a menudo justamente lo contrario: así, se le llama paz a la claudicación; victoria a la derrota; el asesino pasa a ser la víctima; se le llama salud a la muerte; igualdad a la discriminación; se le dice libertad a lo que no son sino zafias y evidentes prohibiciones... En proceso tal de perversión de las palabras, y con ellas de las ideas, una de las más logradas mentiras del Sr. Zapatero es aquélla que pretende convertir en culpables de la crisis a quienes nos sacaron de ella, a saber, los gobernantes que recibieron una España decrépita y la entregaron pletórica, y los constructores que hicieron posible tanto crecimiento, y con él, tanto bienestar y tanto progreso. Aunque también haya habido desmanes, que los ha habido y muchos. Consecuencia que, en modo alguno, autoriza a la cigarra que no ha hecho otra cosa que cantar durante las estaciones de la abundancia, a presentarse ante la puerta de la hormiga que ha estado trabajando, y culparle de no tener de qué comer, cuando por más que se veía venir, ha llegado, por fin, el crudo invierno.
(1) ¿Se acuerdan Vds. de una ley que se llamó Ley de economía sostenible? Si pueden leerla Vds. háganlo: se morirán de risa encontrando en ella las medidas exactamente contrarias a las que se tomaron apenas unos meses después de presentada.
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