Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Del beneficio empresarial en tiempos de crisis

por Luis Antequera

 
            En su columna en el diario Público, el periodista Ignacio Escolar realiza una dura diatriba contra el hecho de que en plena crisis económica, las empresas que componen el Ibex de la Bolsa española sigan teniendo beneficios, e incluso algunas de ellas los hayan aumentado, informándonos de cuales son las que han incurrido en “tan degradante” situación, a saber, Telefónica, Banco de Santander, BBVA, Iberdrola, Repsol e Inditex. En una enumeración tan exhaustiva y bien informada, que invita a pensar que, efectivamente, son las únicas empresas del Ibex que han incrementado beneficios en este año aciago. Seis de treinta y cinco: no está mal.
 
            La primera reflexión que todo ello me suscita es la siguiente: ¿acaso cree el Sr. Escolar que estaríamos mejor si esas seis empresas que él cita, hubieran reducido sus beneficios o incluso hubieran producido pérdidas? ¿Qué es lo que nadie en este país, por muy mal que le vayan las cosas, podría ganar si esas empresas hubieran dejado de producir beneficios? O en otras palabras, ¿cómo estaría España si, con la que está cayendo, encima las grandes empresas del país, las grandes empresas del Ibex, arrojaran pérdidas o siguieran disminuyendo sus beneficios?
 
            Una vez más, se hace preciso, urgente en este caso, analizar en “qué” consiste el denostado beneficio empresarial, para que podamos hablar con rigor de las cosas. Porque algunos se creen que el beneficio es algo opaco, que pasa directamente a engrosar el bolsillo de un tío orondo y ordinario, con chaqueta y corbata mal llevados, que sólo fuma puros gordos, y se ríe groseramente asomando dientes de oro cuando ve a un niño proletario muerto de frío en la calle.
 
            El beneficio de las empresas, digámoslo de una vez, nada tiene que ver con eso: el beneficio es algo connatural a la actividad empresarial, me atrevería a decir que a cualquier actividad humana en realidad. Dicho por pasiva, una empresa que no produce beneficios tiene que cerrar. Quiere decir que su actividad no interesa, no interesa a nadie, a los proletarios tampoco. En otras palabras, la empresa, en cuanto proyecto, en cuanto proyecto humano, insisto, no es factible.
 
            Si atendemos a los efectos de no producir beneficios lo entenderemos mejor. Pues bien, una empresa que no genera beneficios no puede, para empezar, pagar sus impuestos, algo a lo que dedica la tercera parte de los mismos, porque así lo marca la ley. Unos impuestos que son los que “alimentan” al estado, y en consecuencia, los que sirven para hacer carreteras, impartir justicia, pagar pensiones, auxiliar a parados, financiar la seguridad social, nutrir, en definitiva, el estado del bienestar y el estado de derecho.
 
            Una empresa que no produce beneficios tampoco puede pagar a sus trabajadores, y mucho menos, crear puestos de trabajo... Más bien los destruye, y eso cuando no tiene que echar el cierre, algo que, ni que decir tiene, no representa ventaja alguna para nadie. Tampoco puede renovar su maquinaria ni sus activos en general, con lo que éstos se quedan obsoletos y, en consecuencia, se encarece la actividad hasta ser inviable. Tampoco puede dar dividendos a sus múltiples accionistas, y, ojo, entre esos accionistas, a tantos pequeños ahorradores, a tantos trabajadores (de la propia plantilla muchas veces), los cuales, tras haber confiado sus ahorros a una Bolsa a la que ven perder enteros días tras día, contemplan aterrorizados su futuro al ver que los mismos no sólo dejan de producir intereses, sino que incluso se volatilizan como consecuencia de las pérdidas.
 
            Empresas que no produjeran beneficios, entendámonos bien, no las querían ni en la Unión Soviética, y siguen sin quererlas en Cuba, países en los que, precisamente, la incapacidad de sus empresas de generar beneficios, los ha llevado a la quiebra y a su sistema político a colapsar. Algo que ha reconocido ni más ni menos que el propio Raúl Castro.
 
            Cosa distinta es “qué” es lo que se haga con esos beneficios, y ahí es donde, efectivamente, puedo hallar puntos de encuentro con el Sr. Escolar. Como por ejemplo, cuando denuncia, y hace bien en denunciarlo si efectivamente es así, que los sueldos de algunos directivos de esas empresas han aumentado en plena crisis en nada menos que un 16%, algo absolutamente indecente, éticamente inadmisible, entendámonos bien. Tan inadmisible, tan indecente, como las prebendas a las que, también en plena crisis, se niegan a renunciar nuestros políticos, y en un alarde de desvergüenza, incluso jalean a los cuatro vientos haberse reducido un 1% o un 2% sus sueldos como si dichos sueldos no representaran sino una mínima y bien mínima parte de su remuneración total (en los casos en los que eso es así, cosa que no cabe decir de todos los políticos, pero sí, por ejemplo, de diputados, senadores, ministros, secretarios de estado, altos cargos autonómicos, y tantos y tantos como convierten a España en uno de los países con más coches oficiales del mundo, como si un coche oficial no costara dos y tres sueldos enteros de tantos trabajadores).
 
            Ahora bien, Sr. Escolar, siguiendo con su argumento, ¿se da Vd. cuenta de que si esos directivos no se hubieran subido el sueldo en el modo indecente e insolidario en el que lo han hecho (los que lo han hecho, que no serán todos, me inclino a pensar que son bastante pocos), el beneficio de sus empresas aún habría sido mayor? ¿Y entonces, qué habría dicho Vd.? Pues bien, por lo que a mí respecta, yo me habría felicitado.
 
 
 
 
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