Del súbito y criticado enriquecimiento del Sr. Bono
por Luis Antequera
El diario La Gaceta ha dedicado sus últimas ediciones a hacer público el inesperado y sorprendente patrimonio del Sr. Bono, que incluye varias propiedades de primera calidad en los sitios más exclusivos de la geografía patria.
El diario El Mundo en su editorial de ayer se pronuncia al respecto diciendo que las cuentas, sin embargo, cuadran. Según él, al Sr. Bono, en su calidad de presidente del Congreso, caben unos haberes no desdeñables, a los que añadir los rendimientos de una, a lo que parece, exitosa empresa hípica; las jugosas aportaciones que realiza a los haberes domésticos su señora esposa mediante la explotación de una exclusivísima marca de joyería; y, finalmente, los estipendios derivados de un generoso anticipo realizado por la Editorial Planeta a cuenta de unas memorias que escribirá o ha escrito ya.
Pues bien, aceptemos que las cuentas cuadran y aceptemos también que mientras no aparezcan nuevos datos, poco es lo que, en este sentido, cabe reprochar al Sr. Bono. No entro, por supuesto, en sus declaraciones a hacienda que naturalmente no conozco, y cuya probidad doy por sentada.
Pues bien, aceptemos que las cuentas cuadran y aceptemos también que mientras no aparezcan nuevos datos, poco es lo que, en este sentido, cabe reprochar al Sr. Bono. No entro, por supuesto, en sus declaraciones a hacienda que naturalmente no conozco, y cuya probidad doy por sentada.
Pero el caso Bono da más de sí y permite otras reflexiones que las puramente derivadas de la claridad y transparencia de los ingresos de un determinado político español con fuerte tirón mediático.Y si no, vean Vds..
Mientras con una mano el Sr. Bono hace pública ostensión de su condición de cristiano, una condición que afecta probablemente al 95% de la cámara de la que él forma parte pero que nadie exhibe con la afición con la que él lo hace, con la otra da la mayor publicidad a todas las actuaciones que realiza en detrimento de la Iglesia a la que dice pertenecer, comulgando con bizcochos en esotéricos templos suburbiales, utilizando sus mediáticos recursos para dar públicos consejos al Papa, o exhibiendo votos parlamentarios que, por lo menos, llaman a escándalo a muchos de sus correligionarios.
Mientras con una mano se las da de ser el más español de los españoles y hasta se permite explicar a los militares españoles como han de vivir la nueva españolidad progre, con la otra es el ministro de defensa que acaba quitando del cuartel de Lérida el lema "a España servir hasta morir" y, sobre todo, el que ordena a las tropas abandonar Irak en la mayor de las vergüenzas que ha conocido nunca un ejército español.
Mientras con una mano presume de ser el mejor valedor de las víctimas del terrorismo en España, con la otra y con toda la prosopopeya que siempre acompaña al personaje, acude a una manifestación de las mismas para inventarse, según quedó acreditado, una agresión que nunca tuvo lugar, hasta el punto de que quien realizó las detenciones de los supuestos agresores, hubo de presentar una de las pocas dimisiones que haya presentado ningún cargo público del Gobierno Zapatero.
Mientras con una mano nos dice un día que él "prefiere morir a matar", lo que no deja de ser chocante considerando que sobre sus espaldas recaía la inmensa responsabilidad de la defensa patria, con la otra vota la ley que condena al más cobarde exterminio a más de un centenar de miles de niños indefensos en el vientre de su madre.
Mientras con una mano, por último, se le llena la boca dándonos a todos lecciones de socialismo, con la otra, según hemos tenido ocasión de conocer estos días, no desaprovecha la mínima ventaja que le dan los más característicos y cuestionados recursos del capitalismo para proveer a su enriquecimiento personal: así, la explotación de las más exclusivas marcas a las que sólo tienen acceso los miembros de la más elitista burguesía, la misma a la que critica con el mismo desenfado con el que la frecuenta; así, los impagables royalties que recibe por las obras que nacen de su pluma, cuya excelencia está más relacionada con su caché mediático que con su brillantez literaria... etc.
Mientras con una mano el Sr. Bono hace pública ostensión de su condición de cristiano, una condición que afecta probablemente al 95% de la cámara de la que él forma parte pero que nadie exhibe con la afición con la que él lo hace, con la otra da la mayor publicidad a todas las actuaciones que realiza en detrimento de la Iglesia a la que dice pertenecer, comulgando con bizcochos en esotéricos templos suburbiales, utilizando sus mediáticos recursos para dar públicos consejos al Papa, o exhibiendo votos parlamentarios que, por lo menos, llaman a escándalo a muchos de sus correligionarios.
Mientras con una mano se las da de ser el más español de los españoles y hasta se permite explicar a los militares españoles como han de vivir la nueva españolidad progre, con la otra es el ministro de defensa que acaba quitando del cuartel de Lérida el lema "a España servir hasta morir" y, sobre todo, el que ordena a las tropas abandonar Irak en la mayor de las vergüenzas que ha conocido nunca un ejército español.
Mientras con una mano presume de ser el mejor valedor de las víctimas del terrorismo en España, con la otra y con toda la prosopopeya que siempre acompaña al personaje, acude a una manifestación de las mismas para inventarse, según quedó acreditado, una agresión que nunca tuvo lugar, hasta el punto de que quien realizó las detenciones de los supuestos agresores, hubo de presentar una de las pocas dimisiones que haya presentado ningún cargo público del Gobierno Zapatero.
Mientras con una mano nos dice un día que él "prefiere morir a matar", lo que no deja de ser chocante considerando que sobre sus espaldas recaía la inmensa responsabilidad de la defensa patria, con la otra vota la ley que condena al más cobarde exterminio a más de un centenar de miles de niños indefensos en el vientre de su madre.
Mientras con una mano, por último, se le llena la boca dándonos a todos lecciones de socialismo, con la otra, según hemos tenido ocasión de conocer estos días, no desaprovecha la mínima ventaja que le dan los más característicos y cuestionados recursos del capitalismo para proveer a su enriquecimiento personal: así, la explotación de las más exclusivas marcas a las que sólo tienen acceso los miembros de la más elitista burguesía, la misma a la que critica con el mismo desenfado con el que la frecuenta; así, los impagables royalties que recibe por las obras que nacen de su pluma, cuya excelencia está más relacionada con su caché mediático que con su brillantez literaria... etc.
El Sr. Bono pertenece a esa clase de personas que por no vivir como piensa, ha acabado pensando como vive. Un poquito de coherencia en quien tanto se pavonea, sería de agradecer: tal vez menos lecciones magistrales y comportamientos más acordes con lo que dice defender, no estarían de más. Aunque a estas alturas, con tantas contradicciones, con tantas fanfarronadas ya, no es que nadie sepa lo que defiende el Sr. Bono, es que probablemente no lo sepa ni él, si es que alguna vez se trató de algo que no fuera él mismo.
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