Martes, 03 de diciembre de 2024

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Del año en que Jesús fue crucificado, que no fue el 33 sino el 30

por Luis Antequera

 
 
            Aceptando, según hacíamos ayer, la mayor coherencia del relato joanesco y, por lo tanto, que el viernes en que Jesús fue crucificado fue 14 de nisán y no 15, tal circunstancia concurrió en tres fechas a considerar: el 7 de abril del año 30, el 3 de abril del año 33, y el 30 de marzo del año 36. Antes del año 30, difícilmente pudo ocurrir la muerte de Jesús, porque entonces el fundador del cristianismo ni siquiera se habría bautizado, cosa que gracias a Lucas, sabemos ocurrió en el año 30:
 
            “En el año quince del imperio de Tiberio César [coincidente con el año 30 de nuestra era] , siendo Poncio Pilato procurador de Judea [...]” (Lc. 3, 1).
 
            Después del año 36 tampoco, porque ese mismo año 36, y gracias al historiador judío Flavio Josefo, -del s. I, quiere decirse, casi contemporáneo de Jesús-, sabemos que cesan en sus cargos dos de los personajes centrales de la Pasión: Pilatos y Caifás, el primero como procurador o prefecto, el segundo como sumo sacerdote. Unos ceses que se producen –también lo sabemos- muy a finales de año, pues el de Caifás es posterior al de Pilatos y el de éste es tan tardío que cuando llega Roma, por vía marítima con toda probabilidad, el Emperador Tiberio ya ha muerto (Ant. 18, 4, 2), siendo así que tal evento, según sabemos por Los doce Césares de Suetonio y también por Las Guerras judeo-romanas del propio Josefo (ver GueJu. 2, 9, 5), ocurrió el día 16 de marzo del año 37.
 
            Tres fechas pues. Empecemos el descarte. Eliminar el año 36 no es difícil. Lucas nos dice que cuando Jesús toma el bautismo de manos del Bautista tiene unos treinta años, y dado que había nacido en el año –5 o –6 (ver en este mismo blog, Del año en que nació Jesús), aceptar que es crucificado en el año 36 nos lo presentaría colgado en la cruz a una edad bien sobrepasada los cuarenta que cuadra mal con el relato evangélico.
 
            Nos quedan pues el año 30 y el año 33. Llegados a este punto, es interesante poner sobre la mesa otro dato, éste del Evangelio de San Juan, que consideramos crucial. Es el siguiente:
 
            “Los judíos entonces le replicaron [a Jesús] diciéndole: “¿Qué señal nos muestras para obrar así?” Jesús les respondió: “Destruid este santuario y en tres días lo levantaré”. Los judíos le contestaron: “¿Cuarenta y seis años se han tardado en construir este santuario y tú lo vas a levantar en tres días?”” (Jn. 2, 18-21).
 
            Dado que la fecha en la que Herodes el Grande acomete la reconstrucción del Templo la podemos estimar, -una vez más gracias a Josefo-, en torno al año 19 a.C., esto sitúa la escena en cuestión (cuarenta y seis años después) en la pascua del año 28 d.C., primera de las tres que, según Juan, duraría el peregrinar de Jesús por tierras palestinas. A tenor de lo cual, como Jesús según Juan es crucificado durante la tercera pascua de su ministerio, tal habría ocurrido durante el año 30, concretamente el 7 de abril del año 30, fecha en la que, como hemos visto más arriba, el 14 de nisán coincidió en viernes. Todo lo cual, en favor del Evangelio de Juan, convierte a éste en perfectamente coherente consigo mismo y también, lo que no es poco importante, con los datos que aporta el historiador judío no cristiano, y por lo tanto no sólo imparcial sino ajeno al tema, Josefo. Pero tiene un inconveniente: convertiría el dato que aporta Lucas, esto es, la fecha en la que Jesús toma el bautismo de manos del Bautista durante el año 15 del imperio de Tiberio, en incorrecta, para ser precisos en algo tardía, porque Jesús no puede estar siendo crucificado el mismo año en el que está tomando el bautismo, aún en la hipótesis más favorable, la del propio Lucas, de que su ministerio sólo durara un año.
 
            ¿Qué hacer? La primera alternativa, Jesús es crucificado el 7 de abril del año 30, supone aceptar la plena coherencia del Evangelio de San Juan, y su no menos plena sintonía con Josefo. La segunda, Jesús es crucificado el 3 de abril del año 33, obligaría a reconsiderar el dato que aporta San Juan en Jn. 2, 18-21 en beneficio del que aporta Lucas en Lc. 3, 1. Pero si sobrevaloramos Lc. 3, 1 sobre Jn. 2, 18-21, entonces se ha de admitir que el propio Lucas al que estamos dando validez sobre Juan, está errado en la duración del ministerio de Jesús que establece en un año, y para subsanar el error, hemos de recurrir una vez más a Juan, aceptando con él, que dicho ministerio duró tres, única manera de que la hipótesis lucana, Jesús es bautizado en el 30 y crucificado en el 33, sea válida. A lo que añadir que la premisa inicial de nuestro análisis, Jesús muere un 14 de nisán y no un 15 de nisán, ya la habíamos adoptado de Juan en detrimento de Lucas.

            Por todo lo cual, parece más lógico aceptar la entera coherencia de Juan, cuya información aceptaríamos como más trabajada –lo que nada tiene de particular por ser el Evangelio de Juan treinta años posterior al de Lucas-, que intentar contentarlo con Lucas, cuyo evangelio contiene errores e incoherencias, no sólo en lo relativo a la última cena, no sólo en lo relativo a la duración del ministerio de Jesús, sino también en otros aspectos de su relato, como el mismo nacimiento, donde aparentemente, Lucas sitúa mal la figura del gobernador Quirino.
 
            Como quiera que sea, en el año 1933 el Papa Pío XI ya mandó celebrar el XIX centenario de la muerte de Jesús, -cosa que hizo mediante la Constitución apostólica Quod nuper-, optando, por lo tanto, por el año 33 como el más probable. Muy interesante será ver cual es la actitud que toma la Iglesia en el próximo año 2030, a saber, si invita a celebrar entonces el bimilenario de la ejecución más importante de la historia, o vuelve a optar con Pío XI por la alternativa según la cual Jesús habría sido crucificado en el año 33, y en consecuencia, postpone los fastos del bimilenario al año 2033.
 
            Para ese entonces, es de esperar que algún avance en la exégesis o algún nuevo descubrimiento arqueológico aporte nueva luz a los hechos. Pero mientras ello no ocurra, la coherencia interna del Evangelio de Juan, a mí personalmente me invita a adherirme a la tesis joanesca de la crucifixión –ésta se produjo el 7 de abril del año 30- perfectamente coherente consigo misma y con los datos que aporta el historiador imparcial Josefo, en detrimento de la joanesco-lucana –ésta se produjo el 3 de abril del año 33-, que al solo objeto de dar validez a un dato de Lucas en detrimento de Juan, obliga a reconocer la validez de al menos tres datos de Juan, amén de los que aporta Josefo, en detrimento de Lucas.
 
 
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