De las siempre complicadas relaciones Vaticano-Cuba
por Luis Antequera
En la publicación Destaque internacional, el conocido disidente cubano Armando Valladares, que pasó veinte años en las cárceles castrenses, publica un artículo en el que se queja amargamente del discurso con el que el Papa Benedicto XVI recibió las cartas credenciales del nuevo embajador cubano ante la Santa Sede, Eduardo Delgado Bermúdez el pasado día 10 de diciembre de 2009.
Entre otras afirmaciones hechas, dicho sea de paso, con tanta consternación y criterio como respeto, -“con toda la veneración debida a la Cátedra de Pedro” según afirma- realiza Valladares la siguiente:
“La referida alocución merece la máxima atención porque [...] constituye una reafirmación de la incomprensible política de distensión de la diplomacia vaticana con relación al régimen cubano desde los primeros años de la sangrienta revolución, diplomacia que no puede haber dejado de tener un papel y una responsabilidad fundamentales en la redacción de esta alocución; y porque las palabras del Pontífice podrán tener consecuencias serias, no solamente para el futuro de Cuba comunista, sino para el de América Latina”.
He leído atentamente el artículo de Valladares, cuya desazón por el tono general del discurso del Papa puedo comprender en su posición no ya de mero opositor al régimen cubano, sino de severo damnificado del mismo.
Esto dicho, el lenguaje diplomático que requería la ocasión es así, y está bien que sea así. Sólo a modo de ejemplo bien ilustrativo, si uno lee los discursos de Juan Pablo II en Polonia, sobre todo los de su primer viaje en 1978, éstos no son diferentes, y hasta cabe decir que son bastante menos incisivos y recriminatorios que el pronunciado el 10 de diciembre por Benedicto XVI. Y a estas alturas nadie o casi nadie discute el papel fundamental ejercido por el Papa polaco en los eventos que condujeron a la caída del Telón de Acero hace veinte años ya.
Ahora bien, no es eso todo, porque incluso aceptando esta cortapisa esencial al lenguaje diplomático, en el corto discurso del Papa dirigido al nuevo embajador cubano, junto a los amigables formulismos de rigor, se vierten reproches que, probablemente, se hallan en el límite de lo que el lenguaje diplomático, y más aún en un momento tan especial y amigable como lo es el de una presentación de cartas credenciales, aconseja.
Así, en dicho discurso, reclama el Papa el retorno del régimen cubano a los valores morales:
“A este respecto, todos los hombres y mujeres y, en especial, los jóvenes, necesitan hoy, como en cualquier otra época, redescubrir aquellos valores morales, humanos y espirituales”.
Unos valores que no son otros que los del humanismo cristiano y que se hallan estrechamente relacionados con el ser cubano:
“En efecto, la Iglesia, que no se puede confundir con la comunidad política (cf. Gaudium et spes, 76), es depositaria de un extraordinario patrimonio espiritual y moral que ha contribuido a forjar de manera decisiva el “alma” cubana, dándole carácter y personalidad propia”.
Y a los que apela de nuevo para reclamar las reformas económicas que exige al régimen:
“En esta compleja situación general, se aprecia cada vez más la urgente necesidad de una economía que, edificada sobre sólidas bases éticas, ponga a la persona y sus derechos, su bien material y espiritual, en el centro de sus intereses. En efecto, el primer capital que se ha de salvaguardar y salvar es el hombre, la persona en su integridad (cf. Caritas in veritate, 25)”.
Invita al régimen a abrirse al mundo, lo que no es sino una invitación a democratizarse:
“Es de esperar que todo ello pueda contribuir a hacer realidad el llamado que mi venerado Predecesor, el Papa Juan Pablo II, lanzó en su histórico viaje a la Isla: «Que Cuba se abra con todas sus magníficas posibilidades al mundo y que el mundo se abra a Cuba» (Discurso en la ceremonia de llegada a La Habana, 21 enero 1998)”.
Le exige pasos concretos en lo relativo a libertad religiosa:
“Espero que se sigan multiplicando los signos concretos de apertura al ejercicio de la libertad religiosa [...] con vistas a avanzar en este camino, sobre todo en beneficio de los ciudadanos cubanos, sería también deseable que se pudiera continuar dialogando para fijar conjuntamente, siguiendo formas similares a las que se establecen con otras Naciones y respetando las características propias de su País, el marco jurídico que defina convenientemente las relaciones existentes y nunca interrumpidas entre la Santa Sede y Cuba, y que garantice el desarrollo adecuado de la vida y la acción pastoral de la Iglesia en esa Nación”.
Y también en lo relativo a libertad de expresión y de educación:
“Confío además en que este clima, que ha posibilitado a la Iglesia dar su modesta contribución caritativa, favorezca también su participación en los medios de comunicación social y en la realización de tareas educativas complementarias, de acuerdo a su específica misión pastoral y espiritual”.
Es de comprender, desde luego, la impaciencia que invade a Armando Valladares cuando ve retrasarse un día sí y otro también las irrenunciables reformas que nunca llegan a la bella isla que le vio nacer y por las que con tanto ahínco trabaja. Pero no menos cierto es que, nunca más a cuento, Dios escribe derecho con renglones torcidos, y a menudo, el camino recto no es el más rápido hacia el objetivo. Un objetivo, la democratización de Cuba, en el que Roma persevera, y del que el discurso del Papa, leído con atención, no es sino, una vez más, buen botón de muestra.