Del aborto y el cáncer de mama en el Día mundial del cáncer de mama
por Luis Antequera
Que la gran víctima de las prácticas abortivas no es otro que el feto al que le va en ello la entera vida, base y sustento de todos los derechos humanos, es una verdad que cae por su peso. Ahora bien, como si tan aberrante práctica quisiera dejar sentado cuán aberrante y nociva puede llegar a ser, la misma no se priva de dejar secuelas de gran gravedad también en quien pone su cuerpo a disposición de ella, a saber, la propia mujer que sufre el aborto, algo que tiene una trascendencia argumental y jurídica de gran importancia, al desproveer a los grandes valedores del aborto de su principal argumento, a saber, que ellos trabajan por hacer realidad un derecho fundamental de la mujer, el famoso “nosotras parimos, nosotras decidimos”, desde el momento en el que la mujer, más que como depositaria de un derecho, se nos presenta como una víctima más de una práctica tan contra natura y aberrante.
Sobradamente conocido es el traumático efecto psicológico que la práctica de un aborto produce en las mujeres, el conocido como síndrome posaborto o SPA. Pero no es a tan conocida consecuencia a la que quiero referirme hoy, sino a una mucho más desconocida y sobre la que cada vez se tiene mayor conciencia: la incidencia que en mujeres que han llevado a la práctica un aborto está demostrando tener una enfermedad tan específica de la mujer y tan devastadora y mortífera como lo es el cáncer de mama, algo de lo que es tan oportuno hacerse eco en estas fechas en que acabamos de celebrar el 19 de octubre el Día internacional del cáncer de mama.
Según informa la fundación No más silencio, que ello es así lo demuestran “veintinueve de los treinta y ocho estudios internacionales sobre el tema”. Según la misma asociación, el aumento del riesgo de cáncer “oscila entre el 30% y el 200%, y puede llegar incluso hasta el infinito en el caso de menores de 18 años con antecedentes familiares de cáncer que abortan a su primer hijo”. Se trata en todo caso de estudios avalados por instituciones prestigiosas como el Instituto Nacional de Cáncer de EEUU, el Ministerio de Salud norteamericano (NIH) o el Centro para el Control de Enfermedades (CDC) de Atlanta.
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