Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Del Tishá Be-Av o Día de la destrucción del Templo de Jerusalén

por Luis Antequera

 
            Desde la noche del 19 de julio y durante la jornada del 20 de julio, los judíos han celebrado este año -al ser el calendario judío distinto del gregoriano la fecha cambia cada año- el Tishá Be-Av, traducido "el 9 del mes de Av" -Av es un mes judío-, fecha en la que según ellos, se produjo la destrucción tanto del Primer Templo como del Segundo. Se percata de la circunstancia, casual o providencial, según se quiera ver, el gran cronista de la historia judía Flavio Josefo, muerto en el año 100, en su obra La guerra de los judíos, donde escribe:
 
            “Maravillaránse también al ver y saber el orden y verdad de los tiempos, porque fue quemado [el Segundo Templo] el mismo día y el mismo mes que los babilonios antiguamente lo quemaron [el Primer Templo]”
 
            No es la destrucción del Templo la única catástrofe que los judíos conmemoran con ocasión del Tishá Be-Av, y entre las que recuerdan, se cuenta también la quema del Talmud en 1242, el Edicto de expulsión de 1492 que obligó a los judíos españoles a convertirse o marchar, o la deportación masiva del guetto de Varsovia al campo de concentración nazi de Treblinka. La festividad del Tisha Be-Av se acompaña de un ayuno de veinticuatro horas que alcanza a comida, bebida, perfumes, relaciones sexuales etc. que dura hasta el momento en el que puedan verse tres estrellas en el cielo.
 
            Por nuestra parte, se me antoja una buena ocasión para realizar una breve reseña sobre la historia de los dos templos cuya destrucción conmemora la fecha.
 
            Pues bien, el Primer Templo, como se sabe, es obra del gran rey Salomón, segundo representante de la dinastía davídica, hijo como se sabe del añorado rey David. Se lo cuenta el propio Salomón al rey de Tiro, Jirán, y lo recoge el Primer Libro de los Reyes:
 
            “Tú sabes que mi padre David no pudo construir un templo al Nombre de Yahvé su Dios, debido a las guerras que lo tuvieron cercado hasta que Yahvé puso a sus enemigos bajo las plantas de sus pies. Pero ahora, Yahvé mi Dios me ha concedido tranquilidad a mi alrededor. No tengo adversario alguno ni se producen acciones hostiles. Me propongo construir un templo al Nombre de Yahvé mi Dios (según lo dicho por Yahvé a David mi padre: `Tu hijo, al que pondré en tu lugar sobre tu trono, será quien construya el templo a mi Nombre).´” (op.cit. 5, 1719)
 
            Este primer templo será destruido en el año 587 a.C.. Lo describe esta vez el Libro Segundo de los Reyes:
 
            “El año diecinueve de Nabucodonosor, rey de Babilonia, Nebuzardán, jefe de la guardia, siervo del rey de Babilonia, vino a Jerusalén. Incendió el templo de Yahvé, el palacio real y todas las casas de Jerusalén; puso fuego a las casas de los altos personajes. Todas las tropas caldeas que acompañaban al jefe de la guardia demolieron las murallas que rodeaban Jerusalén. Nebuzardán, jefe de la guardia, deportó al resto del pueblo que quedaba en la ciudad, a los desertores que se habían pasado al rey de Babilonia y al resto de la población. El jefe de la guardia dejó una parte de los más pobres del pueblo del país para cultivar las viñas y los campos” (op.cit. 25, 812)
 
            El Segundo Templo se comienza a construir a la vuelta del exilio babilónico, en el año 535 a.C.. Nos lo cuenta el Libro de Esdrás, componente como los anteriores del Antiguo Testamento:
 
            “El año segundo de su llegada al templo de Dios en Jerusalén, el segundo mes, Zorobabel, hijo de Sealtiel, y Josué, hijo de Josadac, con el resto de sus hermanos, los sacerdotes, los levitas y todos los que habían vuelto del destierro a Jerusalén, comenzaron la obra; designaron a algunos levitas, de veinte años en adelante, para dirigir las obras del templo de Yahvé” (op.cit. 3, 8).
 
            Y lo destruye en el año 70 el futuro Emperador romano Tito. El relato de la destrucción lo recogemos, una vez más, de Josefo, que lo realiza en su obra Guerras de los judíos:
 
            “Aquí entonces, un soldado, sin aguardar que alguno se lo mandase y sin vergüenza de tal hecho, antes movido, parece de furor e ímpetu divinamente, fue animado por uno de sus camaradas y tomando el fuego, que aún había, parte, echolo a una ventana de oro, por donde había entrada y paso a las otras partes del Templo, hacia l parte del septentrión. Levantándose la llama, levantóse con ella una llanto y clamoreo dignos ciertamente de tal destrucción y ruina” (op.cit. 7, 10)
 
            Este Segundo Templo es aquél que conociera Jesús, y cuya destrucción profetizara:

            "De esto que veis, llegarán días que no quedara piedar sobre piedra que no sea destruída" (Lc. 21, 6). 

            El mismo que, durante su época, reconstruyera y agrandara Herodes el Grande, elevándolo a sus máximas dimensiones y provocando la admiración de todos. Hasta de los apóstoles, como recoge San Marcos:
 
            “Al salir del Templo, le dice uno de sus discípulos: «Maestro, mira qué piedras y qué construcciones.»” (Mc. 13, 1).
 
            Fecha esta de la de la reconstrucción, que sirve a San Juan para situar los eventos que relata sobre la vida de Jesús en modo tan preciso como lo hace:
 
            “Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se ha tardado en construir este santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»” (Jn. 2, 20).

 
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