Del aborto y la eutanasia
por Luis Antequera
Esta vez no se trata de razones éticas, no. Esta vez voy a esgrimir sólo una cuestión muy práctica. Cuando en los años ochenta se abrió en España el debate sobre el aborto, el argumento de los proaborcionistas era (más o menos literal): “y si tu hija fuera violada, y al dar a luz peligrara su vida y el feto además fuera deforme, ¿acaso tú no la dejarías abortar?”. Al ingenuo bienintencionado se le hacía un nudo en la garganta y respondía: “bueno, en caso tal…”. Veinte años después, con la laxa aplicación que se hace de la ley que se aprobó con ese argumento, y sin ni siquiera necesidad de alterarla en una letra, el aborto es prácticamente libre en España y se lleva por delante la vida de ciento doce mil fetos cada año, -un aborto por cada cuatro partos con resultado final de vida-, entre los que casi ninguno ni eugenésico, ni terapéutico, ni producto de una violación. Y eso, sin hablar de la nueva ley que ya asoma en lontanza, cuya aportación principal consiste en que el de abortar es uno más de los derechos de la mujer, y el feto carece de derecho alguno hasta las catorce semanas de gestación. Por no tener, ni especie tiene, según pontificó alguna de las más sesudas miembras de la intelectualidad española. Comenzamos estos días -con muy poco rigor, dicho sea de paso, que así le gusta hacer las cosas a nuestro presidente- el debate sobre la eutanasia. El argumento de los proeutanásicos, idéntico al de los proaborcionistas ochentistas: “y si tu padre estuviera sin brazos y sin piernas, ciego, sordo, mudo, loco y con insoportables dolores, ¿acaso tú no permitirías que le practicaran la eutanasia?”. Visto lo ocurrido con el aborto, ¿es tan difícil pronosticar donde estaremos en veinte años? Los dictadores de lo políticamente correcto se apresurarán a rasgarse las vestiduras (siempre lo hacen) y a callar la boca llamando “catastrofista” (también lo hacen siempre) a todo aquel que responda: en la eutanasia indiscriminada, quien sabe si no obligatoria, eso sí,llamada “terapeútica”, “preventiva”, “social”, “eugenésica”, o hasta “responsable” o “sostenible”, cualquier eufemismo será válido para justificar lo injustificable. La cuestión es: el ingenuo que aceptó una ley de aborto imaginando a su hija violada, con un monstruo en el vientre y ante un parto mortal ¿alcanzaba a aventurar veinte años después un país con ciento doce mil abortos legales, que no crece demográficamente, y con más de cinco mil quinientas parejas cada año dispuestas a dejarse hasta 15.000 Euros en adoptar fuera de España porque dentro, sencillamente, no hay niños para la adopción? Cuando se derriban las compuertas que sirven para contenerlos, los procesos, como las aguas fieras de un pantano desbordado, se desbocan mucho más allá de lo que ningún ingenuo o moderno de cuadernillo pueda prever. A la generación que tiene hoy entre 40 y 50 años (en la cual milito), y que en consecuencia tendrá 60-70 dentro de veinte, va la advertencia: ¡ojito con lo que hacemos, que las pensiones están muy caras, y no se ve al aparato productivo muy propicio a seguir subvencionando colectivo tan antieconómico, (consumidor torpe y productor nulo), como el de los viejos (al fin y al cabo, lo que seremos en veinte años)! Y si no, que lo pregunten en Holanda, país pionero en esto de la eutanasia, y donde buena parte de los ancianos prefieren internarse en los caros asilos alemanes antes que hacerlo en los gratuitos nacionales, por miedo a que les apliquen las leyes que ellos mismos aprobaron en su día en aras de lo que entonces entendieron como “un avance más del progreso ineluctable”.
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