Angelo da Acri dejó su convento dos veces pero acabó siendo un gran predicador y ahora será santo
El pasado 23 de marzo el Papa Francisco aprobó el decreto de la Congregación para las Causas de los Santos en el que se trataron distintas causas. Entre ellas destacaba el milagro necesario para la canonización de los pastorcitos de Fátima, Francisco o Jacinta; o el de los tres primeros mártires amerindios. También se reconoció el martirio de 39 mártires españoles durante la guerra civil.
Entre las causas también estaba el milagro por el que será declarado santo un franciscano italiano del siglo XVII y que había pasado desapercibido, el beato Angelo da Acri. Un nuevo santo con el que muchos se sentirán identificados, al que le costó discernir su vocación, tuvo miedo de evangelizar, fue tentado por el demonio y finalmente dejó una huella profunda en Italia por su predicación. En Alfa y Omega, Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo recuerda la vida del futuro santo.
Entraba y salía del convento, dudando
Toda vocación necesita un tiempo para oír la llamada, para escucharla en el corazón y para dar una respuesta. Al italiano Lucantonio Falcone, nacido en Cosenza en 1669, le costó un poco más. Cuando a los 15 años encontró en su camino un capuchino dotado de cierto carisma, y a Lucantonio le pareció escuchar la llamada de Dios a entrar en la vida religiosa.
Cuatro años más tarde entró en el convento pero lo abandonó a los pocos meses, pensando en formar su propia familia. Al poco, se arrepiente y vuelve al convento…, para volver a dejarlo por no sentirse capaz de lo que pide la vocación religiosa.
Lucantonio está en búsqueda, intentando discernir la llamada, mirándose a sí mismo en lugar de mirar al Señor. Pero reacciona y vuelve al convento, y ya no lo dejará jamás.
Cuentan las crónicas que cuando se encaminaba hacia allá, un mastín enorme le sale al paso impidiéndole continuar su camino, por lo que le increpó: "¡Mala bestia, vete, retorna al infierno!" Se está fraguando un santo.
"Jesús, no puedo más. Socórreme o hazme morir"
En la comunidad de frailes menores de Belvedere, a Fray Angelo, su nombre de religión, le llaman "el novicio pendular". No lo tuvo fácil, e incluso allí no dejó de perseguirle el Maligno. Un día en que fue presa de fuertes tentaciones, se lanzó a los pies del Crucifijo para exclamar: "Jesús, no puedo más. Socórreme o hazme morir".
Empezaba a experimentar que la vida cristiana no es una construcción que uno haga con sus fuerzas, sus virtudes y sus proyectos, sino un dejarse llevar por el amor dado y recibido del Señor, hasta en los pecados más graves. Te basta mi gracia…
En este caminar en lo precario, es ordenado sacerdote el 10 de abril del año 1700. Y el Señor quiere que su pobreza sirva para la edificación de otros. Sus superiores le envían a predicar, pero incluso en este carisma experimenta la debilidad: en una de sus primeras misiones comienza a hablar y de repente pierde el hilo, se trastabilla, se queda en blanco…, y tiene que volver avergonzado a la sede.
De vuelta al convento llora al Señor y le pide conocer cuál su voluntad para él. La respuesta le llega en la oración: "No tengas miedo: te daré el don de la predicación y bendeciré tus fatigas. De ahora en adelante habla de forma sencilla, que te entiendan todos".
Santo por la curación de un niño
A partir de ahí, con el método sugerido por el Señor, adquiere pronto gran fama de predicador. Le reclaman en Salerno, Nápoles, Montecassino, Catanzaro, Taranto, Reggio Calabria, Messina. Nadie en el sur del país se queda sin escuchar sus palabras. La gente dice que cuando fray Angelo predica "en casa no quedan ni los gatos". Durante toda su vida continuó sufriendo los embates del demonio, que le perseguía y le pegaba, llamándole «ladrón» por la cantidad de almas que le arrebataba.
Murió el 30 de octubre de 1739 en medio de una gran fama de santidad, y el Papa León XII le beatificó en 1825. El milagro que ha permitido ahora su canonización es la curación de un niño convaleciente de grandes secuelas tras un accidente de tráfico.
Entre las causas también estaba el milagro por el que será declarado santo un franciscano italiano del siglo XVII y que había pasado desapercibido, el beato Angelo da Acri. Un nuevo santo con el que muchos se sentirán identificados, al que le costó discernir su vocación, tuvo miedo de evangelizar, fue tentado por el demonio y finalmente dejó una huella profunda en Italia por su predicación. En Alfa y Omega, Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo recuerda la vida del futuro santo.
Entraba y salía del convento, dudando
Toda vocación necesita un tiempo para oír la llamada, para escucharla en el corazón y para dar una respuesta. Al italiano Lucantonio Falcone, nacido en Cosenza en 1669, le costó un poco más. Cuando a los 15 años encontró en su camino un capuchino dotado de cierto carisma, y a Lucantonio le pareció escuchar la llamada de Dios a entrar en la vida religiosa.
Cuatro años más tarde entró en el convento pero lo abandonó a los pocos meses, pensando en formar su propia familia. Al poco, se arrepiente y vuelve al convento…, para volver a dejarlo por no sentirse capaz de lo que pide la vocación religiosa.
Lucantonio está en búsqueda, intentando discernir la llamada, mirándose a sí mismo en lugar de mirar al Señor. Pero reacciona y vuelve al convento, y ya no lo dejará jamás.
Cuentan las crónicas que cuando se encaminaba hacia allá, un mastín enorme le sale al paso impidiéndole continuar su camino, por lo que le increpó: "¡Mala bestia, vete, retorna al infierno!" Se está fraguando un santo.
"Jesús, no puedo más. Socórreme o hazme morir"
En la comunidad de frailes menores de Belvedere, a Fray Angelo, su nombre de religión, le llaman "el novicio pendular". No lo tuvo fácil, e incluso allí no dejó de perseguirle el Maligno. Un día en que fue presa de fuertes tentaciones, se lanzó a los pies del Crucifijo para exclamar: "Jesús, no puedo más. Socórreme o hazme morir".
Empezaba a experimentar que la vida cristiana no es una construcción que uno haga con sus fuerzas, sus virtudes y sus proyectos, sino un dejarse llevar por el amor dado y recibido del Señor, hasta en los pecados más graves. Te basta mi gracia…
En este caminar en lo precario, es ordenado sacerdote el 10 de abril del año 1700. Y el Señor quiere que su pobreza sirva para la edificación de otros. Sus superiores le envían a predicar, pero incluso en este carisma experimenta la debilidad: en una de sus primeras misiones comienza a hablar y de repente pierde el hilo, se trastabilla, se queda en blanco…, y tiene que volver avergonzado a la sede.
De vuelta al convento llora al Señor y le pide conocer cuál su voluntad para él. La respuesta le llega en la oración: "No tengas miedo: te daré el don de la predicación y bendeciré tus fatigas. De ahora en adelante habla de forma sencilla, que te entiendan todos".
Santo por la curación de un niño
A partir de ahí, con el método sugerido por el Señor, adquiere pronto gran fama de predicador. Le reclaman en Salerno, Nápoles, Montecassino, Catanzaro, Taranto, Reggio Calabria, Messina. Nadie en el sur del país se queda sin escuchar sus palabras. La gente dice que cuando fray Angelo predica "en casa no quedan ni los gatos". Durante toda su vida continuó sufriendo los embates del demonio, que le perseguía y le pegaba, llamándole «ladrón» por la cantidad de almas que le arrebataba.
Murió el 30 de octubre de 1739 en medio de una gran fama de santidad, y el Papa León XII le beatificó en 1825. El milagro que ha permitido ahora su canonización es la curación de un niño convaleciente de grandes secuelas tras un accidente de tráfico.
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