Jueves, 28 de marzo de 2024

Religión en Libertad

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A las puertas de la Semana Santa

A las puertas de la Semana Santa

por Canta y camina

 El próximo domingo es Domingo de Ramos, empieza la Semana Santa.

La alcaldesa de Madrid quiere que la llamemos “semana de festividades”,  como si estos hechos históricos fueran otro día de la marmota, pero  no logrará cambiarle el nombre a una semana en la que los cristianos recordamos, revivimos y celebramos los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Para que no caigamos de golpe en medio de la Semana Santa te invito a reflexionar un poco acerca de lo que Cristo vivió durante esos días.

Ser otro Cristo. ¿De verdad quiero?

Ser reflejo de Cristo, imagen suya, el mismo Cristo. ¡Cuántas veces he expresado este deseo en mi oración! Un deseo profundo, una necesidad de amor: ser una sola cosa con mi Amado. Pero ¡ay! Cristo está en la Cruz y eso... es harina de otro costal.

 

¿De verdad quiero ser Cristo en Getsemaní? Allí siente en su alma y en su cuerpo toda la fealdad del pecado, la soledad de quien sufre sin ser comprendido por sus más íntimos, la angustia de quien sabe que va a padecer sin vuelta atrás porque ama a los demás más que a sí mismo.

 

¿De verdad quiero ser Cristo? Detenido como un criminal Él, que “todo lo ha hecho bien”; maniatado, encadenado, empujado, golpeado, arrastrado, insultado con las más bajas expresiones que cabe imaginar.

 

¿De verdad quiero ser Cristo? Ante el Sanedrín, calumniado Él, que es la verdad; abofeteado Él, que es la mansedumbre; juzgado sin justicia Él, que es juez de vivos y muertos.

 

¿De verdad quiero ser Cristo? Ante Pilatos, el Rey Creador en manos de una criatura cobarde, que no se compromete, que no reconoce ni escucha a Dios cuando lo tiene ante sus ojos. Cristo traicionado, abandonado, humillado.

 

¿De verdad quiero ser Cristo? Flagelado hasta el umbral de la muerte; desnudo Él, que es la pureza; desgarrado su cuerpo, que fue concebido sin mancha de pecado; arrastrado por el suelo Él, que es Dios Altísimo.

 

¿De verdad quiero ser Cristo? Coronado de espinas, temblando de fiebre por las heridas infectadas; mareado por la debilidad; sediento por la pérdida de sangre; nuevamente ultrajado, escupido, golpeado... ¿De verdad quiero ser Cristo? Solo, sin nadie que lo defienda ni dé la cara por Él.

 

¿De verdad quiero llevar la Cruz hasta el Gólgota? ¿Abrazarla con toda la locura de su corazón; no soltarla sino cuando su cuerpo caiga por la extrema debilidad de quien agoniza; volver a tomarla con la ayuda de un Simón de Cirene forzado y asustado?

 

¿De verdad quiero ser Cristo? Atravesado por clavos, descoyuntado, desgarrada su carne, alzado y suspendido hasta la asfixia, sediento, desangrado.

 

¿De verdad quiero ser Cristo y padecer unos dolores físicos tan espantosos que son indescriptibles? Pues siendo hombre perfecto sufre hasta el límite, también un dolor moral inimaginable, ya que el perfecto Dios posee pleno conocimiento de la esencia y las consecuencias del pecado.

 

¿De verdad quiero ser Cristo? Abandonado por su Padre Él, el Hijo Amado. Abandonado por sus amigos Él, que es el Amigo. ¿De verdad quiero ser Cristo?

 

Mi alma grita ¡¡SÍ!! con todo su amor, con todo su arrepentimiento y gratitud, con todas sus ansias de santidad y de Cielo.

 

Entonces ¿por qué cuando Él me entrega amorosamente la Cruz yo miro a otro lado con repugnancia? Es “este cuerpo de muerte” que rehúye el dolor; mi orgullo que no quiere humillaciones; mi egoísmo que no soporta darse a los demás. Es la pelea del hombre viejo contra el hombre nuevo.

 

¡Señor! tú sabes todo, tú sabes que te amo, cuánto te amo y cómo te amo: con todo mi ser de carne, de barro de botijo, débil. Por eso, cuando haga ascos a tu dulce Cruz ¡no me hagas caso! Tú dámela, déjala cuidadosamente sobre mis hombros porque ¡la deseo y la amo con locura! Tenga la forma que tenga, pese lo que pese, duela lo que duela.

 

Sólo te pido una cosa, que no te apartes de mí: subiendo al Calvario para que me ayudes a llevarla y me levantes cuando caiga y me ahogue bajo su peso; para que me des más amor cuando los clavos me desgarren y sienta unos deseos enormes de bajarme del trono de tu gloria; para que sólo Tú calmes mi sed, enjugues mis lágrimas y recojas mis lamentos y gritos de dolor; para que me recuerdes, cuando ya no te vea ni te oiga porque el puro dolor y la soledad me superan, que nos prometimos amor y fidelidad y nunca vas a dejar que me pase nada malo.

 

Sí, quiero ser tu reflejo, tu imagen, otro Tú. Quita lo que sobra, restriega, pasa la lija, pule... aunque yo llore y patalee porque soy débil. Mi amor es más grande que yo.

 

Y después de morir de amor ¡el Padre me hará participar de tu Resurrección y Gloria por toda la eternidad!

 

No olvido lo que oí una vez y me hizo estremecer: “el dolor es la antesala de la Vida con mayúscula.” ¡Y yo quiero Vivir!

 

(extracto del libro de la autora de este blog,“Si supieras cuánto te amo…”, Ed. Bendita María)

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