Viernes, 15 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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1936. Memorias de un salesiano (14)

por Victor in vínculis


8. LA LIBERTAD Y DE NUEVO EN LA CALLE ABADA
 
Como se sale de la sombra, a la luz del día, o de la noche al día, de modo que al extender la mirada, todo se nos antoja nuevo, y como recién estrenado, tal me pareció a mí Madrid, cuyo suelo pisaba, después de 6 meses de cárcel.
 
Todo me parecía extraño: las calles, la gente, la circulación, el ruido ensordecedor. Mis ojos, mis oídos, hasta el tacto, sentían   otra vez la vida, como si hubiera despertado del letargo de un sueño invernal. Volvían a actuar en mí los instintos naturales de sobrevivir y de gozar en la contemplación de las cosas.
 
Salí de la prisión con paso torpe, como quien empieza a andar. Me miraba la gente como a un extraño, como a un pordiosero, como a un apestado. Tal había de ser mi aspecto, pálido, cadavérico, como el de un resucitado. Se añadía a todo mi “atractivo”, el cabello largo, y desgreñado, y la barba de seis meses, crecida a tonos grises, castaños y rubicundos.
 
Por todo equipaje, una bolsa con algunas prendas y una manta maloliente y llena de miseria. Por todo ello, debía yo imponer reparo, asco, o compasión.

EN LA ASTURIANA
 
Como les dejé a mis amigos de Salamanca, los encontré, aunque más cansados. No me dejaron entrar porque adivinaron, como así era, que iba cargado de “piojos”. Me dieron ropa limpia, subí al desván. Me cambié y con la ropa vieja hice un pequeño holocausto de acción de gracias a Dios.
 
No era para menos. Afeitado y limpio, pude abrazar con emocionadas lágrimas a los que eran entonces mis únicos familiares. Me daban por muerto, y todos habían rezado por mi alma. Pude desahogarme con ellos largo tiempo, contándoles mi odisea. Empezaba para mí una nueva vida, en la que no habían desaparecido ni los peligros ni las dificultades.
 
Estas y aquellos, querido lector, serán materia abundante en una segunda parte de la historia de mi vida, durante nuestra Guerra Civil.  Acompáñame, si quieres, y perdóname el abuso que hago de tu paciencia. Te quedaré agradecido.
 
LECCIONES Y EXPERIENCIAS

Este capítulo largo, y abigarrado de mi prisión en la cárcel de Porlier, quedaría incompleto si no mirara atrás, y no decantara los hechos, en la proyección que el tiempo y la paz han escrito en mi corazón, en mi memoria, y sobre todo en mi vida.
 
Creo, pues, necesario consignar por escrito ciertas lecciones y experiencias, aprendidas unas y probadas otras, en el tremendo ensayo de una cárcel. Es decir, quiero subrayar, porque las he probado en mi propia carne, sus incomodidades y sus ventajas. No acertaré ni lo pretendo, con todas, pero sí apuntaré las que más me impresionaron.
 

 
INCOMODIDADES

De la cárcel dijo el famoso “Manco” Miguel de Cervantes: "lugar, donde toda incomodidad tiene su asiento".  En verdad que no mentía. He aquí algunas de ellas.

a) La soledad. Paradójicamente, el preso se encuentra solo. A pesar de la convivencia con muchos. Nosotros éramos de seis mil a siete mil. Las galerías estaban abarrotadas. Pues bien, había hombres solos, dentro de su propia soledad. No hablaban, no se comunicaban con los demás, andaban como huidos, concentrados en sí mismos, absortos en sus pensamientos, obsesionados   por ideas y sentimientos que ocultaban, avaramente, a los demás. Y esta soledad le llevó a más de uno al suicidio.

b) El silencio. Funesto compañero de la anterior, y que se puede entender de dos maneras: el silencio exterior o carencia de trato y comunicación con el mundo, los familiares, las diversiones… Ese silencio que no ahoga y nos asfixia, que nos aísla de todo lo que nos rodea, como si estuviéramos sepultados en vida.  El silencio interior o vacío del alma, incapaz de encontrar a Dios, de encontrarse a sí mismo, y de oír las resonancias de lo sobrenatural, y de lo eterno. Es el peor de los silencios.

c) La rutina.  Otro inconveniente es la monotonía de la vida carcelera, el horario no tiene cambios, ni excepción, ni flexibilidad. Las comidas, las formaciones, los servicios, los paseos, a la hora precisa y monótona, convierten a hombres libres y diversos, en máquinas o en autómatas. Se pierde la personalidad, en una masa humana, amorfa, informe y borreguil. Cada individuo es como un álamo en una inmensa alameda.

d) La amenaza. El peligro. Los dos corren parejos y se completan. Peligro de persecución, peligro de denuncia, peligro de bombardeos, peligro de enfermedad, y peligro de muerte. Tuve ocasión de presenciar tres casos: el del ahorcado, el del joven religioso de la Salle, que murió solamente por la falta de asistencia. Ay del que enferma en una cárcel... Dios le asista.

e) Incomodidades.  Por falta de los más elementales medios de asistencia. Por falta de higiene, que ocasionan, naturalmente las plagas de piojos, pulgas y otros parásitos molestos y repugnantes. Era tal la abundancia de estos inquilinos que, ante la imposibilidad de descartarlos, acabamos familiarizándonos con ellos. Podríamos enumerar otros inconvenientes, pero basta con estos.
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