1936. Memorias de un salesiano (12)
7. LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL 36 Y EL JUICIO
LA NAVIDAD – FIESTA DE PAZ. EN FAMILIA
En la cárcel no había fiestas. Todos los días eran iguales. Si acaso, los festivos se celebraban, en lo íntimo del corazón, con un mayor fervor en el rezo de las diarias oraciones. No había otra distinción, ni en la comida ni en los entretenimientos.
Seguían las detenciones, el tronar de los cañones, las incursiones de la aviación, el estallido de los obuses, que pasaban por el cielo vertiginosamente, como globos de fuego. Nuestra vida discurría, pues, monótona y rutinaria.
Pero llegó la Navidad. Los dos bandos beligerantes establecieron una tregua, brevísima, de alto el fuego. Vino bien aquel descanso para todos: los que creían y los que no. En las distintas las celdas, los responsables acordaron que la NOCHEBUENA y la NAVIDAD se celebrasen en familia.
Los que tenían casa o familiares en Madrid, recibieron la tradicional “cesta” navideña, a costa de Dios sabe cuántas privaciones y sacrificios.
(Cena de Nochebuena del miliciano. Diciembre 1936)
La cena de los presos no tuvo nada extraordinario. Pero siendo días de familia, de calor hogareño y de paz, entonces rota y profanada por el odio, ya que muchos teníamos lejos a “los nuestros”, había que crear un clima de amor. A fin de cuentas todos éramos hermanos, a pesar de nuestras diferencias. Había que olvidar, por unas horas, la guerra, la cárcel, la ausencia de los seres queridos y hasta la amenaza de muerte. Queríamos soñar con la alegría y las cristianas expansiones de la ansiada libertad.
Y lo logramos, gracias a la delicadeza, más que fraterna, paternal de nuestros “responsables”. Decidieron y así se hizo, que todos cenaríamos en familia, compartiendo lo que cada uno pudo aportar. No era mucho, pero sí lo suficiente para colmar nuestra dicha poco exigente, y para unirnos más, mucho más, en la alegría, en la esperanza, en el recuerdo de nuestro hogar, de nuestros padres, hermanos y familiares.
Nos unieron también la oración en común y, sobre todo, las lágrimas. Porque lloramos de emoción, como nunca hemos llorado, ni en los momentos de mayor peligro. Era nuestro llanto, suave, resignado y confortante. Y Dios hecho niño, bajó aquella noche a habitar entre nosotros, a compartir nuestras penas y alegrías. ¡Qué bien sabe una Nochebuena entre rejas!
LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL 36
Transcurridos sin más novedad que la vida monótona, con mayores restricciones disciplinarias y mayor escasez de alimentos. Los pronósticos iluminados de libertad se iban disipando, como se deshacen los sueños de la mente calenturienta. A pocos metros se hallaban "los nuestros” pero no se decidían al asalto de la ciudad, por miedo a destruirla y a causar víctimas inocentes.
LAS EMBAJADAS, EL REPRESENTANTE DE CHILE
Aunque oficialmente las representaciones diplomáticas estaban con los “rojos”, algunas, viendo el cariz que tomaban los asuntos del Gobierno, abandonaron Madrid y buscaron asilo en Burgos y Salamanca, como testigos, más que como simpatizantes.
Una excepción rara y beneficiosa para los presos de nuestra causa, fue la embajada de Chile.
Su titular, un tal D. Eduardo, presionó ante el Gobierno de Madrid, visitó las cárceles, se enteró de nuestros problemas y consiguió que se suavizara el trato que recibíamos.
Consiguió más aún: que se discriminara a los reclusos, que se los juzgase ante Tribunales, para determinar su responsabilidad, y poner en libertad a los que no estuvieran incursos en delitos comunes o de subversión y revuelta. Sobre todo esto insistiré más adelante.
LA NOCHEVIEJA Y EL AÑO NUEVO 1937
Otra fiesta familiar, como la del primer día del año nuevo. Nos consolábamos con la ilusión de que podría ser el año del fin de la guerra, y de la liberación.
Para muchos, como mi compañero, y yo entre ellos, iba a traernos la libertad, pero salir de la cárcel era solo cambiar de lugar, porque, en Madrid prácticamente todos eran presos con el agravante de que en libertad corría más peligros que en la misma prisión.
Pero con el ansia de sobrevivir, fingimos una alegría que, en el fondo, sonaba a falsa. La Nochevieja y el primer día del año Nuevo, cenamos dentro de nuestra celda, en familia. ¡Cuánto se lo agradecemos a nuestro jefe responsable!
LOS REYES
¿Quién desde niño o grande, creyente o incrédulo no ha soñado con ellos?
¿Cuántas cartas a lo largo de nuestra vida, habremos dirigido a sus Reales Majestades?
El niño, el mozo, incluso el viejo, al llegar esta fiesta deja de ser lo que es, para mostrar el alma, ingenua e infantil, que todos llevan dentro. Aunque solo sea, por unas horas, parece como si uno se desvistiera de la túnica basta, áspera y burda de sus defectos, y se vistiera de la blanca y transparente de la inocencia.
¿Quién no ha contemplado el gozo de los niños con sus Reyes? ¿Quién no ha hecho alguna vez de “Rey”?
A nosotros, bendito Dios, ni siquiera en estos Reyes del nuevo año, nos faltó este “regalo”. Nos mandaron poner los zapatos, las playeras, las sandalias, y alpargatas, que de todo había, a los pies de nuestro petate y, a la mañana siguiente, todos encontramos un pequeño obsequio de caramelos, turrón y peladillas. ¡Qué dulce y delicado detalle! No hace falta decir que lo agradecimos de todo corazón.
LA NAVIDAD – FIESTA DE PAZ. EN FAMILIA
En la cárcel no había fiestas. Todos los días eran iguales. Si acaso, los festivos se celebraban, en lo íntimo del corazón, con un mayor fervor en el rezo de las diarias oraciones. No había otra distinción, ni en la comida ni en los entretenimientos.
Seguían las detenciones, el tronar de los cañones, las incursiones de la aviación, el estallido de los obuses, que pasaban por el cielo vertiginosamente, como globos de fuego. Nuestra vida discurría, pues, monótona y rutinaria.
Pero llegó la Navidad. Los dos bandos beligerantes establecieron una tregua, brevísima, de alto el fuego. Vino bien aquel descanso para todos: los que creían y los que no. En las distintas las celdas, los responsables acordaron que la NOCHEBUENA y la NAVIDAD se celebrasen en familia.
Los que tenían casa o familiares en Madrid, recibieron la tradicional “cesta” navideña, a costa de Dios sabe cuántas privaciones y sacrificios.
(Cena de Nochebuena del miliciano. Diciembre 1936)
La cena de los presos no tuvo nada extraordinario. Pero siendo días de familia, de calor hogareño y de paz, entonces rota y profanada por el odio, ya que muchos teníamos lejos a “los nuestros”, había que crear un clima de amor. A fin de cuentas todos éramos hermanos, a pesar de nuestras diferencias. Había que olvidar, por unas horas, la guerra, la cárcel, la ausencia de los seres queridos y hasta la amenaza de muerte. Queríamos soñar con la alegría y las cristianas expansiones de la ansiada libertad.
Y lo logramos, gracias a la delicadeza, más que fraterna, paternal de nuestros “responsables”. Decidieron y así se hizo, que todos cenaríamos en familia, compartiendo lo que cada uno pudo aportar. No era mucho, pero sí lo suficiente para colmar nuestra dicha poco exigente, y para unirnos más, mucho más, en la alegría, en la esperanza, en el recuerdo de nuestro hogar, de nuestros padres, hermanos y familiares.
Nos unieron también la oración en común y, sobre todo, las lágrimas. Porque lloramos de emoción, como nunca hemos llorado, ni en los momentos de mayor peligro. Era nuestro llanto, suave, resignado y confortante. Y Dios hecho niño, bajó aquella noche a habitar entre nosotros, a compartir nuestras penas y alegrías. ¡Qué bien sabe una Nochebuena entre rejas!
LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL 36
Transcurridos sin más novedad que la vida monótona, con mayores restricciones disciplinarias y mayor escasez de alimentos. Los pronósticos iluminados de libertad se iban disipando, como se deshacen los sueños de la mente calenturienta. A pocos metros se hallaban "los nuestros” pero no se decidían al asalto de la ciudad, por miedo a destruirla y a causar víctimas inocentes.
LAS EMBAJADAS, EL REPRESENTANTE DE CHILE
Aunque oficialmente las representaciones diplomáticas estaban con los “rojos”, algunas, viendo el cariz que tomaban los asuntos del Gobierno, abandonaron Madrid y buscaron asilo en Burgos y Salamanca, como testigos, más que como simpatizantes.
Una excepción rara y beneficiosa para los presos de nuestra causa, fue la embajada de Chile.
Su titular, un tal D. Eduardo, presionó ante el Gobierno de Madrid, visitó las cárceles, se enteró de nuestros problemas y consiguió que se suavizara el trato que recibíamos.
Consiguió más aún: que se discriminara a los reclusos, que se los juzgase ante Tribunales, para determinar su responsabilidad, y poner en libertad a los que no estuvieran incursos en delitos comunes o de subversión y revuelta. Sobre todo esto insistiré más adelante.
LA NOCHEVIEJA Y EL AÑO NUEVO 1937
Otra fiesta familiar, como la del primer día del año nuevo. Nos consolábamos con la ilusión de que podría ser el año del fin de la guerra, y de la liberación.
Para muchos, como mi compañero, y yo entre ellos, iba a traernos la libertad, pero salir de la cárcel era solo cambiar de lugar, porque, en Madrid prácticamente todos eran presos con el agravante de que en libertad corría más peligros que en la misma prisión.
Pero con el ansia de sobrevivir, fingimos una alegría que, en el fondo, sonaba a falsa. La Nochevieja y el primer día del año Nuevo, cenamos dentro de nuestra celda, en familia. ¡Cuánto se lo agradecemos a nuestro jefe responsable!
LOS REYES
¿Quién desde niño o grande, creyente o incrédulo no ha soñado con ellos?
¿Cuántas cartas a lo largo de nuestra vida, habremos dirigido a sus Reales Majestades?
El niño, el mozo, incluso el viejo, al llegar esta fiesta deja de ser lo que es, para mostrar el alma, ingenua e infantil, que todos llevan dentro. Aunque solo sea, por unas horas, parece como si uno se desvistiera de la túnica basta, áspera y burda de sus defectos, y se vistiera de la blanca y transparente de la inocencia.
¿Quién no ha contemplado el gozo de los niños con sus Reyes? ¿Quién no ha hecho alguna vez de “Rey”?
A nosotros, bendito Dios, ni siquiera en estos Reyes del nuevo año, nos faltó este “regalo”. Nos mandaron poner los zapatos, las playeras, las sandalias, y alpargatas, que de todo había, a los pies de nuestro petate y, a la mañana siguiente, todos encontramos un pequeño obsequio de caramelos, turrón y peladillas. ¡Qué dulce y delicado detalle! No hace falta decir que lo agradecimos de todo corazón.
"La cabalgata roja", que se celebró en Valencia, en la mañana del domingo 10 de enero de 1937. En su número del 20 de enero de 1937, la revista “Mundo Gráfico” publicó esta imagen.
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